Raúl Porchetto, G.I.T. y La Torre fueron los momentos más destacados de aquél festival que tuvo lugar en el estadio mundialista de Córdoba los días 16 y 17 de marzo de 1985. Pero además de otras figuras destacadas de la época (Baglietto, Lebón) también participaron algunos artistas que daban sus primeros pasos en grandes escenarios, como por ejemplo Fito Páez y Soda Stereo.
Lo que sigue es el rescate de la crónica de cuatro páginas firmada por el periodista Federico Oldenburg, que publicó la Revista Pelo en su número 236 de marzo de 1985, pocos días después del festival. Allí se puede leer lo despiadada de las críticas hacia artistas que no tuvieron una buena performance y los horarios insólitos en los que subieron a escena algunas figuras (Baglietto, por ejemplo, a las 6 de la mañana).
Chateau Rock 85: muchas luces, pocas sombras
Con las actuaciones de Raúl Porchetto, G.I.T. y La Torre —en ese orden— como picos culminantes en cuanto a calidad y emotividad, el festival Chateau ’85 culminó con éxito tras dos jornadas de buena música. Juan Carlos Baglietto, Zas y Fito Páez fueron otros de los que descollaron dentro de una programación que tuvo a Autobús y Posdata como las grandes revelaciones. El éxito del evento sirve para ratificar la importancia que el rock tiene en el interior del país y los resultados que se pueden obtener cuando se trabaja con la infraestructura necesaria.
Chateau Rock ’85, el sucesor de lo que se realizó en La Falda los cinco años anteriores, fue para Córdoba un evento con características muy distintas a su predecesor. Aquella reunión de jóvenes de todo el país, que se encontraban una vez al año para convivir en carpas y asistir al festival más por su significado que por su calidad, tuvo en su edición del año pasado un triste final. Es que el rock entró definitivamente en una nueva etapa. Ya no puede aceptar un lugar inapropiado, un mal sonido ni una mala organización. El festival Argentino de Música Contemporánea se adaptó a las exigencias necesarias para realizar un acontecimiento de este tipo en el año 1985. En eso reside el valor del trabajo de los orqanizadores. La otra gran diferencia que mostró el festival este año fue el motivo de su realización. Toda la recaudación en concepto de entradas fue destinada a la construcción de escuelas municipales en los barrios marginales de la ciudad de Córdoba. Así se generó un marco muy positivo: el de la solidaridad. Por sus propios fines el festival fue esta vez organizado por la Municipalidad de Córdoba, que «posee una infraestructura capaz para lograr buenos resultados.
Todos estos elementos positivos fueron el sello que marcó a los dos días del evento, que tuvo su único inconveniente en la suspensión de la primera fecha a causa del mal tiempo. Todo lo demás se desarrolló en muy buenas condiciones, con una importante respuesta del público: asistieron un total de 15.000 personas.
SABADO 16: LA NOCHE DE G.I.T.
Debió ser el segundo día, pero fue la jornada de apertura a causa de la suspensión (y traslado para el día domingo) de la programación del día viernes. Una linda noche, ¿mucha gente (más de 10.000 personas fue la cifra oficial) y varios números fuertes fueron las características que generaron un clima que fue optimista desde el comienzo.
«El grupo que abrió las actuaciones, apenas después del horario previsto, fue una sorpresa más que agradable. Cien Pies, proveniente de Sastre (provincia de Santa Fe) atacó con rockanroll del bueno, duro y bien tocado. La seguridad de Miguel Angel Allasino (guitarra y voz), Claudio Seveso (guitarra), Raul Compagnucci (bajo) y Mario Peretti (bateria) en la interpretación de los temas tuvo su buen resultado en la calurosa despedida del público cordobés en el final de la actuación. Es que nadie esperaba tan buen rockanroll proveniente de un pueblo de sólo 6.000 habitantes.
Pablo di Prétoro y La Ronda, la agrupación siguiente, tuyo a su cargo, en cambio, uno de los peores momentos del festival. Las falencias de una música híbrida, que por momentos parecia inclinarse por lo latino pero que en su propia confusión no. se definía, los nervios del cantante y solos instrumentales realmente malos motivaron un lógico rechazo general.
Pero los silbidos no duraron mucho: se convirtieron en ovaciones cuando el grupo cordobés Posdata se hizo presente en el escenario. El grupo, un trio liderado por el cantante y compositor Horacio Sosa y reforzado por varios músicos invitados y un mimo, logró crear uno de los momentos más emotivos de las dos noches, con una propuesta diferente basada en la musicalización de poesias (de Mario Benedetti y Juio Cortázar, por ejemplo). «Córdoba va» y «En la peatonal», sobre poesías de Francisco Heredia, y una versión de «Porque cantamos» con música de Sosa fueron los mejores momentos de una muy buena actuación que tuvo un buen nivel musical y un alto contenido poético.
Después de Posdata volvió a caer el nivel. Los santafesinos de Virgem siguen insistiendo —como desde hace diez años— con una núsica que además de no tener carácter hoy suena muy avejentala.
Siguio Mama, quinteto liderado por el ex Orions Horacio Várbaro. La actuación del grupo fue irregular y mostró logros y falencias en la labor de los músicos. Así como el trabajo de la base integrada por el bajista Ruben Lopez Mingiani y el baterista Claudio Vernier fue excelente, la banda mostró un planteo melódico bastante pobre. El grupo es muy nuevo, y se presentó con solo 15 días de ensayo. Como excusa esto no sirve, pero el grupo posee las cualidades necesarias para poder mejorar y pulir su música.
La siguiente fue María Rosa Yorio, quien no se encontraba en el programa. Por problemas con su banda, la cantante viajó a Córdoba sólo con su pianista, el Pollo Peralta. Tanto el trabajo de María Rosa, quien demostró que no en vano ha pasado por tantos escenarios, como el del Pollo fueron muy honrosos: lograron mantener la atención del público durante un buen espacio de tiempo, algo no del todo fácil tratándose de un festival con tamaña cantidad de asistentes.
Y a partir de allí, los números más fuertes. El primero fue G.I.T. La actuación del trio fue tal vez la más lograda del festival. Sonando como nunca, llamando más que otras veces al baile, Guyot, Iturri y Toth hicieron temblar literalmente las estructuras del estadio. «El juego comienza», en una extensa versión, y el inédito «Aire de todos» fueron los mejores momentos de una actuación extraordinaria, perfecta.
Pero el nivel, la fuerza y el ritmo que G.I.T. mantuvo durante su actuación, no decayó. El grupo que siguió, Zas, tuvo una aparición con resultados similares. La potencia y el ajuste de la banda, más toda la energía que deja Miguel Mateos sobre el escenario, produjeron también una buena respuesta del público. El show de Zas no tuvo desniveles, pero su extensión un poco exagerada le descontó puntos.
Ya el público se encontraba en un estado de excitación poco habitual. Y en esas condiciones recibió al rockanroll de La Torre con toda su escena. Como lo viene haciendo desde hace un tiempo, el grupo tiró toda su polenta. El indice de energia llegó, en ese momento, a su más alto nivel. La Torre fue un tornado que se abatió contra los que todavía querian algo fuerte.
Aunque el nivel no se mantuvo en fuerza, si lo hizo en calidad. El problema, después de La Torre, fue el agotamiento de todos. Sin embargo nadie se fue: es que quedaban aún las actuaciones de Fito Páez y Juan Carlos Baglietto.
El tecladista fue el primero, comenzando con su show a las cuatro de la madrugada. Bien despierto y junto a su banda, integrada por cuatro buenos músicos, Fito pudo apreciar el efecto que su música ha causado también en Córdoba. La actuación fue buena, y en «Giros» alcanzó su mejor momento.
Entre la actuación de Fito y Baglietto hizo su aparición el guitarrista Rubén Goldin, quien acompañado por Fabián Gallardo, María Rosa Yorio y Fito Páez interpretó dos temas. Goldín evidenció poseer una voz realmente notable y sus dos canciones fueron buenas, pero el público no estaba en condiciones de apreciar algo bien sutil a tan avanzada hora.
Cuando Baglietto y su grupo subieron al escenario, las seis de la mañana estaban cerca. No obstante el cantante rosarino se brindó completamente, logrando merecida respuesta del público. Destacable fue la labor de la banda, y en especial el trabajo del guitarrista Eduardo Rogatti. También estuvo, como invitado de Baglietto, el bandoneonista Rubén Juárez y, para el final, Fito Páez. A las seis y media todos se fueron más que conformes con lo visto y oido.
DOMINGO 17: LA NOCHE DE RAUL PORCHETTO
La originalmente primera fecha del festival no presentaba tantas atracciones como las del dia sábado. Sin embargo, las figuras de Raúl Porchetto y David Lebón, y los ascendentes Autobús, Los Enanitos Verdes y Soda Stereo, hacían nada despreciable la programación. Por eso se congregaron más de 6.000 personas en el estadio. Para que el inconveniente de los horarios no resultara tan agotador, y para que los artistas más importantes no quedaran para horas insólitas, se decidió su actuación en el medio de la programación.
Abrió La Legión, un grupo que sin tener una actuación trascendental hizo un buen papel con su música de fusión. Por eso fue aceptado por el público.
El solista Marcelo Stutz, creador de canciones folk sorprendentemente ingenuas, no tuvo suerte y no pudo realizar todo su repertorio. Se retiró abucheado. Siguió Mundo Nuevo, con buenos resultados. Aunque no se presentó con toda su formación original, el grupo demostró que tiene solvencia en lo que hace, canciones de ritmos muy cercanos a varias raices folklóricas, como el candombe y la zamba.
Y entonces llegó, por suerte aún temprano, el mejor número de la noche: Raúl Porchetto y su banda. Con mucho rockanroll al principio —entre los cuales se destacó «Toda una mujer»— y luego, con canciones coreadas por todo el público, como «Reina Madre», Porchetto demostró dos cosas: un enorme afecto mútuo con el público de Córdoba y que posee unas de las mejores bandas del país.
Lo de Autebús también fue importante. El público supo apreciar el esfuerzo muy especial que esta vez hizo el grupo apoyándolo sin retaceos. Autobús crece: está dejando de ser un grupo de pubs y puede convertirse en masivo en cualquier momento. Siguieron Los Enanitos, el grupo revelación de La Falda ’84. El cuarteto mendocino ya se ha ganado al público cordobés, pero su actuación esta vez no fue notoria, sólo prolija. El blues «Vengo de última», ausente un el disco debut del grupo, fue lo mejor. Luego llegó Soda Stereo. Aunque la música moderna y movediza de este trio porteño fue aceptada sólo por una parte del público cordobés, sus músicos demostraron que están en una etapa de superación. La simplicidad a veces exagerada del principio está dejando lugar a algo más meditado que le da un toque muy enriquecedor a la música del grupo.
David Lebón, otro número fuerte de la jornada, no brindó todo lo que podia. Animicamente mal, el «Ruso» falló en sus solos, demasiado extensos y confusos. Además evidenció un problema en su voz que por momentos fue grave. Resaltó, sí, la banda, y en es pecial la última incorporación: el tecladista Luis Gurevich
Lo que quedó fue sólo para la anécdota, ya que luego de Lebón el público comenzó a retirarse. Por el escenario pasaron el grupo cordobés Tamboor (en una actuación llena de inconvenientes, pero no por eso menos promisoria), el solista Bocha Montalvo (completamente intrascendente), la solista Inés García (recibida con afecto por los que quedaban) y el grupo Garage (de calidad musical bastante baja).
En síntesis, un festival de resultados altamente positivos, en el que se consideraron las necesidades actuales de un evento de este tipo, con pocos problemas —el único para considerar fue la precariedad del escenario— y con detalles muy bien cuidados, como el excelente sonido que logró Milrud y la comodidad del estadio Chateau Carreras. Una iniciativa destacable y una realización para tener en cuenta.
Federico Oldenburg