La despedida de La Máquina de Hacer Pájaros; la reunión de Sui Generis; el reencuentro de PorSuiGieco; un recital de cuatro horas con los artistas más importantes del momento; una convocatoria de 15mil personas casi sin publicidad masiva; la grabación de un disco en vivo; un evento organizado por Charly García y David Lebon para recaudar los fondos y exiliarse por un tiempo en Brasil; el comienzo de la sociedad creativa que terminaría conformando Seru Giran. Todo eso sucedió la misma noche, la del 11 de noviembre de 1977, cuando el Luna Park fue testigo de un hecho excepcional: el Festival del Amor. Rescate de la crónica de Claudio Kleiman publicada en la Revista Expreso Imaginario Nº17, diciembre de 1977.
Festival del amor: para poder crecer
Los momentos previos al largamente esperado “Festival del Amor” fueron sin demasiado ídem. Las dos funciones inicialmente proyectadas se habían reducido a una sola y como el precio de la entrada en cambio se había duplicado, demostrando que para algunos el amor también va con la inflación, se intentaba meter en el Luna Park más gente de la que éste puede contener. El ingreso se hacía lentísimo (había quienes esperaban desde el día anterior), y aproximarse a las boleterías era poco menos que imposible, En los accesos, la historia se repetía: hasta la prensa era tratada con la habitual amabilidad tan cara a los señores de seguridad del Luna Park, (inclusive yo mismo fui “gentilmente invitado» a correrme por un par de gorilas que por poco dan con mis huesos en el piso ante la mirada de uno de los organizadores que inútilmente trataba de explicarles que era periodista).
Una vez franqueada la entrada la cosa comenzó a pintar mejor: el Luna Park llenísimo, como nunca lo estuvo en su historia, (demasiado, a tal punto que parte del público que había pagado su entrada tenía que acomodarse en lugares tan extraños que no veía ni lejanamente lo que sucedía sobre el escenario), y flores dispuestas sobre el tablado, en los micrófonos y los instrumentos, preanunciaban una noche de buenas ondas. Poco antes de las 21, una hora y media después de lo previsto para la iniciación, sale Charly, y después de un extenso solo de piano, explica la intención del Festival (“los músicos estamos empezando a conocemos para poder entregarles lo mejor a ustedes»), y presenta al que sería el grupo base, sobre el cual irían desfilando los invitados: David Lebón, en guitarra, José Luis Fernández en bajo, Gonzalo Farrugia en batería, y Golo (guitarrista de Seleste y coro de Bubu), en guitarra acústica y coros. Intentar describir en detalle lo que sucedió a lo largo de más de cuatro horas (sí, cuatro horas) de música ininterrumpida sería agobiante y me excedería en espacio y en paciencia. Voy a contar los que para mí más se destacaron (y fueron muchos): David haciendo temas de su LP solista (“Dos Edificios Dorados”, “Copado por el Diablo”), volvió a reafirmar que es un cantante y compositor como pocos, que todavía no ha sido lo suficientemente reconocido. Porchetto creó un clima impresionante con sus temas “Sentado en el Umbral de Dios” y, sobre todo, “Miguel se volvió loco”, que terminó con un contrapunto entre la voz de Raúl y el moog de Charly, realmente de locos. Después vino el country a cargo de León Gieco, con uno de los temas que “desaparecieron” de su tercer LP “Las Dulces Promesas”, y una bella canción de su primer álbum, entonada a dos voces junto a Gustavo Santaolalla, “La Colina sobre el Terciopelo”. Fue precisamente Gustavo quien, junto a Mónica Campins, Maria Rosa y Charly, hizo uno de los números a la vez más interesantes y resistidos de la noche: una versión de “Volver a los 17” de Violeta Parra, con inusuales armonías vocales. Evidentemente, a mucha gente le hace falta abrir un poco más el oido (y la cabeza), porque a poco de promediar el tema, comenzó una silbatina que no se entendió muy bien a qué venia. En todo caso la respuesta adecuada la dió Charly, al decir: “no se pudran, Cuando no les guste algo no hagan nada”, y agregó más adelante: “Hay muchas cosas que vienen bien, Necesitamos abrirnos a todas ellas para poder crecer”.
Otro de los momentos para empacharse de buena música fue la actuación de “La Máquina de hacer Pájaros”. Sin compromisos ni tensiones entre ellos, sonaron como nunca: sueltos, con un altísimo nivel técnico, y una calentura que pocas veces les vimos. “Shhh…”, pero sobre todo “Boletos” (que fue cantada por todo el estadio, e incluyó una zapada que dio pie para buenos solos de todos los integrantes), se encargaron de no dejar ninguna duda acerca de la solvencia musical del grupo, (donde además José Luis estrenaba un bajo Alembic igual al de Stanley Clarke, y Bazterrica una flamante Les Paul Custom de tres micrófonos). Otra de las cosas más redondas y emocionantes de la noche fue “Mañana Campestre”, con el público cantándola de pie y prácticamente tapando con sus voces las de los músicos. Cuando terminó todo el mundo se miraba entre sí, porque no podían creer que había salido tan hermoso.
Finalmente, lo más esperado de la noche: Sui Géneris, Los Sui sonaron como si hubieran seguido tocando y cantando juntos durante todo este tiempo. Un ensamble y una emoción en las voces, impresionante vibración entre ellos, y unas melodías y letras que conservan totalmente su vigencia y frescura, sumado a un Luna Park, colmado hasta el tope, que cantaba todos sus temas de memoria, como verdaderos himnos, fueron suficientes para conmover hasta a un témpano. Aparte, Sui Géneris no hizo la concesión fácil de cantar sus temas más conocidos: empezaron con “Nena”, una canción inédita que algunos recordarán de sus recitales; siguieron con otra que, según Charly, “pertenece a dos amigos, y fue uno de los primeros temas que cantamos juntos con Nito”; y remataron con “Bienvenidos al tren”. Cerrando la sección acústica, se les unió León en armónica en “Para quién canto yo entonces”. La parte eléctrica, con el agregado de Juan Rodríguez en batería, Rinaldo en bajo, y David en guitarra, fue para agarrarse fuerte: “Instituciones”, y una larguísima versión zapada de “Tango en segunda”, con solos de Pino Marrone (cuyo nivel técnico ya es sorprendente), Aníbal Kerpel, David, Juan, y sobre todo un impresionante solo de Rino que culminó en un dúo con los teclados de Charly (los que no lo vieron no se imaginan cómo está tocando Rinaldo), dieron pié para un imponente final con “Rasguño las Piedras”.
Más de cuatro horas no fueron suficientes: el público exigió a gritos un bis, que vino con uno de los temas nuevos de Charly (con onda rítmica funky y mucha polenta): “El Amor te Cambia Tanto”.
Quedan algunas cosas en el tintero: Nito cantando “Los Días de Marzo”, algunos temas de Porsuigieco, el divertido “Rock del Ascensor”, de los Hermanos Makaroff, y varias otras. Si bien no todo fueron flores (el sonido dejó bastante que desear, hubo algunas notorias barandas y desafinaciones, no toda la música tuvo el mismo nivel, y existieron algunos comportamientos bastante inexplicables en sectores del público), el saldo general es que el rock nacional pasa por un buen momento y tiene mucho para entregar, y, lo que es más importante, ganas de crecer: Hubo muchos buenos músicos y mucha buena música, hubo letras que decían cosas, hubo comunicación, y buenas vibraciones, hubo 15.000 personas para demostrar que este fenómeno no puede ignorarse, hubo ternura y, aunque decirlo dé un poco de vergüenza, hubo amor.
El festival se grabó (existe la intención de editar un álbum doble, y probablemente este mismo espectáculo se lleve a Córdoba y Rosario). El camino para crecer pasa por cosas como esta, por las ganas de brindar y recibir, sin egoísmos. El “Festival del Amor” fue un paso. Los siguientes están en todos nosotros.
Claudio Kleiman
Fotos: María Demare