La Pata de la Tuerta explotó el 990 Arte Club. Con Semilla Bucciarelli dibujando sobre ellos, los cordobeses coparon el lugar con su acostumbrado desenfreno esquizofrénico.
Sábado por la noche y nada está en calma. Cual ejército de hormigas, por miles se cuentan los muchachitos y muchachotes que vagan en busca de sus respectivos hormigueros. Caminado por la Avenida Colón escucho un puñado de chicas que vienen en contramano entonando las estrofas de algún himno pagano, que se funde con el ruido de caños de escape desafinados. Al llegar a General Paz, la mítica esquina cordobesa parece dividir las aguas: por Colón van hacia la Usina los cultores del cuarteto, por la otra arteria los que desembocan en el ex-Abasto.
Cruzando el charco vienen bajando miles de flequillos al ras de las cejas, acaba de terminar el show de Los Gardelitos, que nuevamente convocó multitudes. Hacia el este se divisan los escuadrones punk que esquivan la incipiente cola que se formó para presenciar el show de Pez y Sur Oculto, que les corta el paso hacia su destino final. Otros, siguen camino hacia el punto más aislado de la zona. Allá, en la punta de la loma, una luz tenue recibe a los peregrinos tuertos que buscan abrigo en la noche estival.
Fuimos tras ellos a un encuentro desquiciado, un espacio donde se fusionaron la música y el dibujo, en el cual convivieron las máquinas con la fibra más íntima del arte en un choque para nada despreciable.
Al llegar notamos que nada era igual que aquella última vez. Sobre el escenario (cambiado de lugar) un grupo de adictos al vinilo y los samplers musicalizaba la reunión. Abajo, los cuerpos se calentaban con fermento de cebada y algunos aditivos extras.
Bien entrada la madrugada hicieron su aparición un puñado de enmascarados decididos a robarles hasta la última gota de sudor a los presentes: La Pata de La Tuerta, una banda cordobesa que a fuerza de un insistente trabajo en la escena local logró colmar uno de los míticos espacios del Abasto.
«Malas costumbres», «Vida bandida», «Muñeca» y una veintena de temas, dieron forma a un show tan contundente como excepcional. Y es que en su afán de dar la nota, el invitado estrella fue Semilla Bucciarelli, que pintó durante gran parte del show sobre el telón del escenario. Sin óleos ni acuarelas, este reconocido artista plástico y rockero pintó con lápiz óptico en una computadora que proyectaba sus creaciones sobre la banda.
Grata ceremonia. Por un lado, esa fusión magnífica de expresiones artísticas unidas por la espontaneidad; y por otra parte la sensación inequívoca que el rock cordobés crece en todos sus sentidos. El final fue con Menem es El Chupacabras y la proyección final de la obra que mutó constantemente durante su efímero existir.
Entre abrazos y felicitaciones varias, rescatamos a un agotado Juan Lucero (voz) que solo alcanzó a comentarnos rápidamente algunos de sus proyectos. El más importante, la grabación del segundo disco de La Pata que vería la luz en las postrimerías del presente año.
Y uno se retira sin más, buscando el calor de un hogar que lo cobije después de tanta algarabía. Nos llevamos el cansancio en el cuerpo y una satisfacción en el alma, al ver que de vez en cuando La Docta redescubre a sus artistas y premia como merecen su gran esfuerzo. Indescriptible mezcla entre serenidad y euforia, al ver que esta excelente agrupación está cosechando después de tantos porotos jugados.