¡Llegamos a la mitad de nuestro listado, amigos! Y esta vez vamos por el periodo de transición dictadura-democracia.
La vuelta a tener un gobierno elegido por el voto popular no fue un camino de rosas. Hubo avances y retrocesos. Pero el rock nacional, como movimiento cultural, supo marcar un camino en un entramado social que andaba cerca de la revolución.
Con las últimas luces de los ’70s y el despertar de los ’80s, Serú Girán se ponía a denunciar la grasa de las capitales que apestaban cada día más, mientras Spinetta nos regalaba un jazz elevado, con un mensaje que toca los límites del universo para entrar en cada uno de nosotros. Baglietto como bandera de la Trova Rosarina venía a hablarnos de estos tiempos difíciles en plena guerra de Malvinas; Los Abuelos de la Nada nos devolvían el color entre vasos y besos y el Gran Maestro Charly García (por fìn) resumía todo, mientras demolía hoteles.
«La grasa de las capitales», Serú Girán (1979)
El debut de la banda no fue fácil. Sui Generis había dejado la vara muy alta y los seguidores parecían no comulgar mucho con las primeras impresiones de Seru.
Este segundo disco, desde la tapa hasta el último acorde, parece decirla la sociedad argentina: «¿Ustedes me critican a mí? ¿Se vieron a un espejo?». Y Charly les muestra ese espejo, lo hace sin vueltas y en plena dictadura.
Desde la portada que emula una tapa de la Revista Gente, con un oficinista (Pedro Aznar), un rugbier (David Lebón), un playero (Charly García) y un carnicero (Oscar Moro), hasta el último acorde, todo el disco es una crítica a la sociedad argentina de esos oscuros años.
«¿Qué importan ya tus ideales? La grasa de las capitales, cubre tu corazón». El comienzo del disco va directo al grano. La maquinaria que se devoraba todo a su paso acababa con el espíritu de la gente y esta obra de arte funciona como un grito que pide despertar. «Lo tienes todo, todo y no hay nada», cantaba Charly.
Musicalmente, es una joya. Un disco de climas y meditación, pero que puede explotar como en la segunda parte de «La grasa de las capitales». Un disco que te prepara para hablar de soledad, existencialismo, política y metafísica de una manera exacta.
Lebón siempre fue un violero de la hostia y cuando le toca cantar en «San Francisco» y lo hace de forma magistral. Además, el bajo de un muy joven Aznar se luce como nunca y encuentra matices según la canción. De Carlos Alberto García Moreno, todo lo que se diga será siempre poco. Y Moro, por algo el día del batero se conmemora el 11 de julio, con su paso a la Eternidad.
«La Grasa de las Capitales» (la canción y la placa) son los desechos de humanidad que van quedando por el camino. Las almas sangrando en ese gris que se va quedando con el sueño de las personas. Por eso el dolor de «San Francisco y el Lobo» («abrieron heridas que no cerraran jamás»); por eso la soledad de «Noche de Perros» («vas herido como un pájaro en el mar, sabes»); por eso la desazón de «Viernes 3AM» («y llevás el caño a tu sien, apretando bien las muelas»); por eso el enojo con la sociedad que se deja engañar («Te encanta caretear, ser aceptada donde te odian más»).
Pero hay una pizca de esperanza en ese dolor, porque también marca que no todo está muerto. «No estás solo si es que sabes que muy solo estás / No estás ciego si no ves donde no hay nada». Les juro, amigos, que hay un mensaje esperanzador enorme en el dolor de su majestad García, en esta frase.
«Alma de diamante», Spinetta Jade 1980
El disco debut de la cuarta banda de Spinetta es bien distinto a sus precesores. Y mucha de esa magia que rodea al Flaco tiene que ver con la búsqueda constante de lo nuevo. La agrupación contaba con Luis Alberto (guitarra y voz), Pomo Lorenzo (batería), Juan del Barrio (teclados), Diego Rapoport (teclados) y Beto Satragni (bajo).
Son siete canciones con un estilo completamente anclado en el jazz. En este formato, la libertad de Luís y su natural tendencia a acordes imposibles y orgánicos se encuentran mucho más cómodos. Esto lo acompañará al Flaco de ahí en más por casi dos décadas (siempre con matices), pero lo encontrarán aun en «Estrelecia»: el Unplugged que hizo para MTV a fines de los Noventa.
Volvamos al principio de los Ochenta. Ante la linealidad y el orden que parecía imponer el Proceso de Reorganización Nacional, el maestro sale a la cancha con todo lo contrario. Su «Alma de diamante» se expande en colores y sensaciones que llevan a volar sin más remedio, aun en el contexto más desalmado.
Abre con un instrumental bellísimo («Amenabar»). Justo cuando empezás a extrañar, su voz aparece en la canción homónima del disco: «Y aunque el sol se nuble después, sos alma de diamante, cielo o piel; silencio o verdad, sos alma de diamante».
En su literatura hay un mensaje que parece ir por dos sentidos opuestos, pero que se retroalimentan. Por un lado entrar en cada uno de nosotros y buscar lo que brilla (sos alma de diamante) y, a la vez, nos ve a todos como parte de un universo funcional. Como algo que nos cubre y nos guía en una mirada estructuralista. Porque, bueno, todas las hojas siguen siendo del viento.
Eran años en los que el compositor estaba muy metido en la obra relacionada con el chamanismo. Principalmente, del antropólogo peruano Carlos Castaneda. La autopercepción y el buceo sobre la propia conciencia que lleva, a la vez, la búsqueda de algo siempre más allá. Como buscar en lo profundo para llegar a los cielos, parece ser lo que caracteriza este disco. O, por lo menos, eso es lo que nos llega de un artista que nos queda tan inmenso, pero que cada tanto, una esquirla de su belleza alimenta nuestro universo.
«Tiempos difíciles», Juan Carlos Baglietto (1982)
Estamos en 1982 y un grupo de rosarinos de pelo largo y movimientos eléctricos llegan a Buenos Aires, y no para dar precisamente buenas noticias. El tipo arranca el disco con «Mirta de regreso» y nos cuenta que se quedó sin laburo, lo metieron en cana y lo engañó la novia. Y las cosas todavía iban a empeorar («Era en abril» puede que sea la historia más triste del rock argentino).
Eran años despiadados y estos juglares comienzan a contarlos, con crudeza y talento. Se ponen a pintar Baires, Rosario, Montevideo, los puertos, los aires europeos devaluados, la tristeza acumulada, los dolores, la bohemia, el amor y la locura.
Lo hacen a medio camino entre los Beatles, Goyeneche y Fatorusso. Un juego de guitarras, piano, y percusión acompañan a un cantante sumamente talentoso (Baglietto debe ser una de las voces más subvaloradas de la escena local), que le agregaba una increíble capacidad interpretativa.
Se habían criado escuchando los últimos años del Polaco Goyeneche, que cuando la voz no lo ayudaba se transformaba en un actor; y que había ganado una forma de decir y sentir cada palabra que hacia brillar sus tangos. Ese estilo lo adaptan al rock y crean una forma de pasar por las palabras y transformarlas en imágenes que no se había visto antes. Lo que se llamará más tarde La Trova Rosarina, casi como un sub género musical, tiene esa característica.
Juan Carlos Baglietto en voz y guitarra criolla, Silvina Garré en coros, Rubén Goldín en guitarra eléctrica, voz y arreglos y un tal Fito Páez adolescente, en piano, teclados, coros, arreglos y compositor de la mayoría de los temas; transformaron ése disco en el primer trabajo debut argentino en conseguir el doble platino.
El long play se iba a llamar «Tiempos de guerra», pero la dictadura le hizo cambiar el título. Cada canción es una historia completa, que describe la sociedad latinoamericana en tiempos de dictaduras bastante oscuras, pero al final del disco aparece un rayo de luz. «La vida es una moneda», escrita por un Fito Páez de 17 años, termina con un aire de alivio y esperanza. «Solo se trata de vivir», nos canta junto a Juan Carlos, para dar un poco de fe ante tanto dolor. «Y a lo mejor, resulta bien».
«Vasos y besos», Los Abuelos de la Nada (1983)
El disco fue estrenado el 9 de diciembre de 1983. Un día después, Argentina volvía a tener un presidente elegido por el voto popular. El país recuperaba la salud de la Democracia, y en ese grito del alma aparecían movimientos culturales y artísticos que fueron bandera de lucha y alegría para escapar para siempre de la mayor oscuridad que puede sufrir un país.
La poesía de Miguel Abuelo y de Andrés Calamaro estaba acompañada por una libertad que se veía, también, en lo musical. Reggae, rock, funk y new wave, en un disco lleno de hits que explota en colores y ritmo, como lo hacía una sociedad que había recuperado la sonrisa.
«Mil horas» es quizá el mayor hit de la banda, y pertenece a este trabajo. Pero también lo acompañan éxitos como «Chalaman» o «Así es el calor». «Libertad, hermana de los amigos / Libertad, nada me ata y estoy vivo / Libertad, socia de los peregrinos / libertad, no te mueras nunca», canta Miguel Abuelo en una de las canciones más emocionantes del disco y de una época. Nada que agregar.
Este trabajo los consagró como una de las bandas más exitosas de la historia y nos recuerda que, aunque con sus defectos, la Democracia sigue siendo nuestra mejor melodía. «Ninguna bala parará este tren».
«Piano Bar», Charly García (1984)
Con los primeros rayos del nuevo gobierno, Charly García nos presentaba su trabajo más emblemático. Arma una súper banda con el famoso trio GIT (Pablo Guyot en guitarra, Willy Iturri en batería y Alfredo Toth en bajo), Fito Páez en teclado y coros; Daniel Melingo en saxo y Fabiana Cantilo en coros.
Son nueve canciones icónicas, que aparecieron en el lugar justo y el momento preciso. Entre lujurias y represión. Entre la oscuridad pasada y el futuro de esperanza, Charly desnuda su alma en dosis precisas de dolor y belleza.
El disco abre con un símbolo de época. Recuperar la libertad no era solamente concurrir a votar («no es solo una cuestión de elecciones»); era cuestión de pelear contra fachistas, conservadores e instituciones gigantes, añejas y opresoras. Recuperar la libertad era demoler hoteles. Y lo hace con la batería clásica de Iturri, y su sonido metálico e hipnótico. Además de un juego terrible de guitarra y bajo que le dan un tremendo ritmo.
A partir de ahí comienza un poco el núcleo musical del disco. Un hilo conductor que atraviesa casi todas las canciones con una base tranquila, precisa y hermosa, en la que los teclados y los sintetizadores, tanto de Charly como de Fito, se comen la cancha y generan melodías que viven para siempre en el inconsciente colectivo de los argentinos.
Esa hermosa paz se rompe poco, pero cuando se hace, es con fuerza. «No se va a llamar tu amor» y «Cerca de la revolución» le agregan un poder increíble. Son dos gritos de libertad que habían quedado sepultados por la noche dictatorial y explotan entre guitarras rockeras y baterías enfurecidas.
Las letras llevan la crudeza del que ve lo que el resto de los humanos no vemos. Pero con la suficiente cantidad de talento para que lo disfrutemos. Una discusión que a veces es con la sociedad, pero a veces es también contra él mismo, contra su abismo profundo. «¿Por qué te quedás en vía muerta? No sé porque te vas a ese lugar, donde todos han descarrilado», se pregunta Charly en «No te animas a despegar», peleando con una tendencia natural a la autodestrucción.
La misma mirada sobre todo y sobre todos que Say No More tiene sobre nuestras rutinas, se transforma en fuerza para una revolución que nos llena de esperanza. «Y si mañana es como ayer otra vez, lo que fue hermoso será horrible después. Pero si insisto, yo sé muy bien qué conseguiré», nos dice, al momento que agrega: «Si estas palabras te pudieran dar fe, si esta armonía te ayudara a creer». Y Charly siempre nos hace feliz.