Amigos, llegamos al fin de nuestros 50 discos nacionales en cuarentena. Fueron dos meses y medio donde analizamos y disfrutamos ese punto nodal de nuestra cultura que es el rock argentino.
Con estilos que fueron desde Hermética a Lisandro Aristimuño, desde Riff a Luca Bocci, desde Los Gatos o Almendra a Eruca Sativa o Wos; el rock de estas Pampas tiene límites que son tan profundos como difusos, que nos atraviesan e interpelan.
Son un manifiesto de principios y a la vez de provocación, que nos viene acompañado hace más de medio siglo. Y como tal, todos nos sentimos con derecho de pensar qué es y qué no es el rock nacional. Una pregunta tan abierta como probablemente inútil, por lo cual nosotros preferimos disfrutarla a limitarla.
En este último capítulo nos vamos bien, pero bien, arriba. Porque creemos que la música es una fiesta y valoramos su mágico destino de hacer mover el cuerpo, desde el principio de los tiempos hasta hoy. Nos vamos con Pericos, Los Decadentes, Kapanga, Bersuit y los Twist. ¿Te quedó? ¡Listo!
«La dicha en movimiento», Los Twist (1983)
Otra banda no valorada como se debe. Nada de lo que pasó después en el rock argentino hubiese ocurrido sin la irreverencia de la banda de Pipo Cipolatti y su primer disco «La dicha en movimiento».
Argentina recuperaba la democracia y un grupo de dementes se ponía a joder con cosas con las que no se jodía. Militares, biblias, desaparecidos, secuestros, drogas, mediaciones, Perón, Alfonsín, ir a votar, jueces, industria nacional, importaciones. Todo era una excusa para reírse e ironizar.
Producido por un tal Carlos Alberto García Moreno, con Fabiana Cantilo, Daniel Melingo, Andrés Calamaro y, obvio, Pipo, entre otros, son 35 minutos de twist, alegría y gritos. Una fiesta que no mira para el otro lado y deja en claro lo irónico de la sociedad, apenas salida de la dictadura.
«Pensé que se trataba de cieguitos» es una de las canciones que mejor cuenta algo tan tremendo como un secuestro por parte de la dictadura. Pero lo hace en clave de humor y con tanto talento que pasa desapercibida semejante valentía.
«25 estrellas de oro» es otra locura hermosa, que mezcla futbol, Boca y política, para describir las pasiones de los argentinos de forma genial.
Aunque podíamos marcar todas canciones que fueron hits en su época, gracias al talento de Charly, Melingo, Fabiana y Pipo, estos dementes son cada día más cuerdos, en un país que no siempre hay que tomarse en serio.
«Pampas Reggae», Los Pericos (1994)
La banda de Bahiano y Juanchi estaba por lejos en su mejor momento. Este disco es parte de su binomio más exitoso, junto a «Big Yuyo». Entre las dos placas vendieron más de 1.100.000 discos en todo el continente, y generaron la mayoría de sus hits de época.
Hablando específicamente de «Pampas Reggae», es un trabajo a puro ritmo y diversión. Un material que huele a verano por todos lados y hecho específicamente para romperla en las pistas. Lo que marcaba así la despedida del rock nacional como el protagonista de los boliches en el país. Un año después la cumbia y otros ritmos caribeños, como la salsa y el merengue, empezarían a llegar a la clase media y empapar todo.
La banda venía de un viaje a Jamaica que, lejos de eclipsar todo lo que venía haciendo, suma y se complementa. Musicalmente, hay un crecimiento claro (incluso comparado con «Big Yuyo») en cada canción hay un instrumento distinto que se destaca, que lo hace salir y entrar de la estructura babilónica en forma constante. Son muchos ritmos que fluyen y confluyen en ese entrar y salir del reggae (dancehall, rock, ska, y pop).
En cuanto a las letras, lo primero que hay que decir es que se empiezan a alejar definitivamente del inglés para cantar sólo en castellano. Las letras no tienen un compromiso social tan alto como suele tener el género, pero están bien. «Cuidame bien/ que siempre me pierdo/ quiero que estés/ a mi lado esta vez», canta el Bahiano con su estilo único. Una linda lírica, un poco alejado de las ideologías como marcaban los noventa.
El track uno es «Mucha experiencia», un reggae clásico y pegadizo; pero la bomba atómica explota en el track dos: «!Buena gente, especialmente a las damas!», grita Bahiano, y se funde con vientos y percusiones en el comienzo infernal de «Párate y mira». Tremendo tema con un patrón rítmico adelantado 20 años, que hace quedar a cualquier perreo como un embole.
Imposible no bailar de ahí hasta el final. Imposible no subir el volumen al mango y entender por qué estamos hablando de una de las mejores canciones de la década.
Además, otros clásicos como «Runaway», «Home, Sweet Home», «Torito», «Su galan» o el remix de «Párate y mira» (algo que se empezaba a volver común en aquellos años), hacen de éste disco una joya bailable que no te podés perder.
«Mi vida loca», Los Auténticos Decadentes (1995)
La banda de Cucho Parisi y Jorge Serrano llevaba ya varios años en la escena nacional. Siempre como sinónimo de fiesta y alegría. En su cuarto disco aparecen una cantidad de estilos musicales que ya habían asomado antes, pero ahora ganan la escena con una estética propia.
La cumbia, sencilla y sin vueltas, «Corazón», rompe todo. Fue una de las primeras canciones en atravesar todos los estratos sociales. Desde los barrios más vulnerables hasta las fiestas más privadas del Jetset bailaban a su ritmo. Algo que después siguió pasando con «El murguero», «Diosa» y «La guitarra».
Los Deca habían logrado llevar los ritmos populares a todo el país y Latinoamérica. El trabajo contenía boleros, guaracha, ska, rock, baladas, reggae y bossanova. Todas canciones muy representativas de sus géneros y casi sin maquillaje, pero así y todo se quedarían para siempre en el cancionero colectivo de todo el continente.
En cuanto a las letras (siempre subvaloradas), los Decadentes son directos y eficaces. Sin buscar la metafísica ni lo espiritual, encuentra la complejidad en lo sencillo. Las canciones hablan de la feria de Turdera, de las chicas de un bar de Lanús, de comer pizza con tenedor porque cobraste el aguinaldo, de la cerveza a dos pesos y de muchos otros guiños a la alegría popular. «Es tradición de mi pueblo, risas del Negro que aquí llegó», canta Cucho con su estilo único, que atrás de la supuesta alegría superficial, esconde una reivindicación de la cultura de los postergados.
Es que quizá existan muchas formas de luchar contra la desigualdad, y una de ellas fue mostrar que los de abajo pueden ser felices, a pesar de todo.
«Libertinaje», Bersuit Bergarabat (1998)
Hay cosas que pasan en el lugar preciso y en el momento justo. Ni antes ni después. El primer neoliberalismo del menemismo empezaba a hacer ruidos de resquebrajarse. La champagne se calentaba, la pizza se enfriaba y todos los olvidados de la convertibilidad, que olía a Disney y tenía gusto a Corralito, empezaban a sentirse en el aire.
La Bersuit ya llevaba varios años haciendo ruido en el under, con un talento poderoso y desordenado. En ese momento aparece Gustavo Santaolalla para ordenar un poco esa libertad irreverente, sincera y creativa al mango, para ponerse la Diez en ese contexto tan particular.
En eso aparece «Libertinaje», que es rock, cumbia, cuarteto, candombe, cancha, bares, libros, política, piquetes y esquina. Pero, por sobre todas las cosas, es una forma de oler la realidad y transformarla en sentimientos explosivos. «Libertinaje» es no guardarse nada.
«Se viene el estallido, de tu guitarra, de tu gobierno, también. Y ya no hay ninguna duda, se está pudriendo esta basura, fisura ya la dictadura del rey», presagiaba Cordera pocos años antes que la caída del Delarruismo dejara un país en llamas y una veintena de muertos en las calles.
Pero había más. Mucho más. «Si una gran caravana, sacudiera tus pupilas, como una gran procesión de ciegos que trafican luces sin brillo», señalaba en «Qué pasó?». «Ellos tiene el poder y lo van a perder», decían en el cover de Las Manos de Filippi, «Señor Cobranza», u «Hoy su cara está en todas las remeras, es un muerto que no para de nacer», en «Murguita del Sur». Atrás de los pogos (o no tan atrás) había mensajes claros y densos.
«A 15 cm de la realidad», Kapanga (1998)
El barrio no es para tibios, amigos. No es para gente que perfuma sus demonios ni niega sus raíces. No es para quien no quiere verse cuando se ve. Los Noventa se empezaban a morir y había gente que venía a decir sus verdades. «Venían despacito casi lento», pero venían sin tapujos, sin mentiras. A hablar de frente, a cagarse de risa y a desplegar su talento suburbano.
El debut discográfico de la banda se dio por la puerta grande, y bajo el sello EMI. Pero a ellos no les importó peinarse para la foto y arrancaron a puro rock, ska y, principalmente, cuarteto; a hablar de represión, drogas, bares, programas de televisión y a mofarse de íconos como Soda Stereo.
Son 20 canciones para un pogo eterno con estribillos y solos poderosos, ironía, sarcasmo, humor y gritos. El corte de difusión del disco fue «El Mono Relojero». En aquellos años, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, buscaba imponer un horario de corte a la vida nocturna de pubs y discos de las 3 de la madrugaa, lo que provocó el rechazo de la juventud, con marchas y movilizaciones.
La canción es dedicada a ese hecho que, según cantaba El Mono, «se notaba lo fachistoide, con olor a represión». «Andate a dormir vos, yo quiero estar de la cabeza, poder tomar una cerveza, y emborrachar mi corazón. Dejate de joder, si estás más duro que una mesa, pero yo estoy de la cabeza, somos los dueños del reloj». De una. La banda entraba a la escena nacional a pura irreverencia y desparpajo, sin del todo ser conscientes de lo que hacían. O sí.
El disco está lleno de cuartetos como marca de la admiración por la obra de La Mona Giménez, el máximo exponente del género cordobés. «Amor secreto», «Agujita de oro» (dos covers de La Mona); pero también «Me mata», «Bon que bon» o «El akordeón», son algunos ejemplos a puro tunga-tunga.
Algo muy interesante es el uso de efectos, de diálogos, incluso de jingles de programas de televisión, entre canción y canción, que casi siempre son un guiño a la cultura popular argentina, y a pasar la infancia en los Setenta y los Ochenta en el país. Algo que el público abrazó enseguida, como representante del pibe de a pie y lejos de la pose de Rock Star de otros.