Fiesta en el Luna Park. Nito Méstre y León Gieco supieron ofrecer un espectáculo en el que tanto los músicos como el público colaboraron para lograr establecer un constante clima de alegría y calidez. Los que estuvieron allí no necesitarán leer este comentario: bien que recuerdan lo que han visto. Para los que no fueron: un mínimo intento de describir la sana comparsa que aquella noche tiró abajo el Luna. Buena música y excelentes vibraciones. Un magnífico botón como muestra para quienes aún piensan que este tipo de conciertos no son posibles.
Los recitales monstruos organizados en el Luna Park han sido objeto de las más variadas críticas y comentarios que, a lo largo de este último año especialmente, tuvieron a su cargo endiosar o sumir en el más profundo desastre a los grupos que pasaron por su escenario. Se ha hablado ya de todo: de los problemas de sonido, de los empresarios, del público incapaz de escuchar música, de los puchos arrojados desde lo alto de la popular hacia los pobres desgraciados que se quemaban vivos debajo y luego mitigaban el ardor con las escupidas que de tanto en tanto les llovían desde arriba…
Pero el 15 de julio el Luna estuvo distinto, y casi pareció reivindicarse. León Gieco y Nito Mestre lo dieron vuelta, sutilmente, con una calentura en la que ambos —público y músicos— se fusionaron para ofrecer en conjunto un espectáculo que muchos lamentarán haberse perdido.
Abrió el recital Gieco y los que estábamos al fondo de la platea (más aún los de las tribunas), nos habíamos resignado ya al legendario puntito infinitesimal sobre el escenario que veríamos a semejante distancia. No fue asi… La primera sorpresa: un circuito cerrado de televisión en color qué nos mostraba désde una pantalla colgada sobre el tablado —en primeros planos y generales— lo que estaba pasando allá tan lejos. La imagen, a veces difusa, no podremos decir que captaba los “mínimos detalles”, pero éso no tenía importancia: era un nuevo vuelo, un intento, una sinfonía de colores extraños (tonalidades de verde, rojo y violeta predominantes) que nos llevaba a cualquier lado. León nos hacía zapatear por dentro con “La mamá de Jimmy”, “El tema de los mosquitos o canción * del picamento” (de su tercet LP), “La historia ésta”, y al Megar a “Todos los caballos blancos” el Luna Park bailaba, coreando a Jos saltos. Luego de un tema con charango (un verdadero deleite), su “Cuando me muera quiero…”. Gieco conoce el modo exacto: de brindarnos calidez, de conectarnos con el vecino de al lado, de movernos los pies y las manos involuntariamente al compás del ritmo. Transmite una increíble energía sin necesidad de más cosas que su guitarra (que sonaba como los dioses), su armónica y su voz, a ratos inentendible. Pero eso no importaba: la 3/4 partes del público se sabía de memoria las letras y cantaba a los gritos solucionando en parte el problema…
Presentó él mismo a Nito y sus músicos (incluido el nuevo tecladista Eduardo, cuyo desempeño no tuvo falla alguna), bajo la atronadora ovación del estadio. Y si León supo hacernos subir la presión, Nito no tuvo que esforzarse demasiado en mantenerla, Su misma imagen, el apoyo perfecto de su banda, se encargaron de sostener permanentemente los bailes improvisados, los cantos: y el clima de fiesta tribal que se inauguró en el Luna, con el tácito compromiso del público de no estorbar la función de los músicos, sino compartir con ellos la alegría del encuentro.
“Y las aves vuelan”, “El tiempo para descubrir el mal”, “Fucsia”, y “Entra” (uno de los temas nuevos), hasta que los primeros acordes de “Fabricante de Mentiras” hicieron venir abajo otra vez al estadio. María Rosa bailaba y en cierta forma la, magia de sus movimientos resu-. mían toda la locura que se había gestado. Los encargados del pequeño cine le habían tomado la mano al chiche, y ya la cosa pintaba más que bien. Se las arreglaron para ofrecernos imágenes realmente hermosas, sobre todo en los solos de viola de Gorosito (alucinantes) y en primeros planos de María Rosa, muy bien logrados. “Los días de marzo”, el copante “Blues desesperado” y otro tema nuevo que se llama simplemente “Tema nueyo”, para encontramos con León que vuelve al escenario y se une a los Desconocidos para regalarnos “La colina de la vida” y “Viejo, solo y borracho”. Cuando comenzaron a tocar “El fantasma de Canterville” ya volaban los pulóveres y las bufandas, y los paraguas bailaban solos en las tribunas. Concluyeron (ya la presión se había elevado a límites insospechados), con “La mamá de “Jimmy”, y el Luna Park entero estaba ya de pie. A mi lado, una decena de muchachos intentaba una danza cosaca y miles de papelitos recortados llovían desde lo alto. La despedida, Desaparecieran. Pero nosotros no. Ál grito de “No nos vamos, no nos vamos”, volvieron a subir para tocar nuevamente “La mamá de Jimmy”, que no nos cansábamos de escuchar. Cómo hicieron para interpretar el mismo tema tres veces y que en cada oportunidad sonara distinto y mejor, es un misterio. Pero lo lograron. Más de diez mil personas, sin aliento, abrazándose y sonriendo, abandonaron el estadio en orden y con tranquilidad, en dirección a la obligada pizzapost-Luna, en cierta forma para seguir la fiesta en otro lado,
Resumen: el que no fue no sabe lo que se perdió. Comentar un recital de este tipo es más que difícil pua el que estuvo adentro y se gastó de saltar y cantar como un loco. Fuimos a escuchar música y nos la dieron. De la mejor, como se esperaba de ellos. Y supimos aprovecharla al máximo. como se esperaba de nosotros. ¿Lograr un espectáculo como éste otra vez? Es posible, y ncillo. Basta querer y sentir. asta saber pensar”
Gloria Guerrero