Cuando Fito Páez abandonó la banda de Juan Carlos Baglietto para dar inicio a su carrera solista hubo quienes no apoyaron su actitud. Parecía que Baglietto perdía a su mejor compositor y Fito a quien interpretara bien sus temas. Rescate de una crónica publicada en la Revista Pelo Nº242, junio de 1985.
La separación comenzó a justificarse a partir de la aparición del debut discográfico de Páez, «Del ’63». Y con los recitales que brindaron los dos rosarinos en el estadio Obras terminó de entenderse: a ninguno el otro le resulta imprescindible. Es más, los caminos elegidos son tan distintos como convenientes para ambos.
Tal vez para Fito Páez lo demostrado en Obras fue más importante. Porque la mayor parte del nuevo material que presentó aparta totalmente las dudas que aún podían existir sobre su decisión de convertirse en solista. Y, además, porque el trabajo que está realizando este músico sobre su banda comienza a dar resultados realmente buenos. Ahora el grupo de Fito Páez tiene un concepto sonoro mucho más completo, que le da un marco adecuado a los temas. Claro que esto también es producto de la labor de los músicos que lo acompañan: la base de Paul Dourge (bajo) y Daniel Wirtz (batería) es segura y fuerte y el trabajo armónico de Fabián Gallardo (guitarra) y Tweety González (teclados) es rico, creativo e importante para que Fito pueda encarar el show con soltura. Además, tanto Gallardo como Dourge demostraron ser promisorios cantantes y compositores, interpretando temas propios que fueron cálidamente recibidos por el público. Los picos más altos de la primera parte del recital —que le correspondió a Páez— estuvieron en algunos de los temas que integrarán el nuevo trabajo del tecladista. El tema «Giros» es, sin dudas, una de las mejores composiciones de Fito Páez. También se destacaron otras novedades, como «Cable a tierra» o «Taquicardia», y, entre lo más viejo, una nueva versión de «El loco de la calesita».
Lo de Baglietto no fue tan contundente en lo musical. Su repertorio es distinto, obviamente más variado. Tiene momentos fuertes y otros intimistas. Aquí lo más importante es la interpretación que de ellos hace Baglietto: él pone el carisma, la fuerza y la calidez. Por eso lo demás no es fundamental. Sin embargo, el cantante tiene también a buenos músicos a su lado. Entre ellos, el que toma las mayores responsabilidades es el Pollo Raffo, excelente tecladista y arreglador. La guitarra de Eduardo Rogatti también tiene muy buenos momentos, muy rockera pero sorprendentemente técnica.
El show de Juan Carlos Baglietto tuvo mayor emotividad que el de Páez. El público se siente muy cercano al cantante y su afecto se hace notar. Por eso, aunque el repertorio cambie y de un blues se pase a una chacarera, la energía no decae.
Fito y Baglietto juntos no hicieron temas ni crearon lo mejor del recital. Fue, por supuesto, muy agradable volver a ver a Fito en el piano y a Baglietto cantando «La vida es una moneda». Pero el momento por el que pasan los dos músicos es otro. Eso se nota y es positivo.
Durante las tres largas noches pasaron varios invitados: Fabiana Cantilo, Ruben Goldín —compositor muy completo y cantante de grandes condiciones—, Carlos García López (de La Torre) y Pedro Aznar. La invitación estuvo justificada en todos los casos, ya que cada uno hizo un aporte para que por momentos el recital se transformara en fiesta.
El encuentro de Fito Páez y Juan Carlos Baglietto se produjo. Pero en un momento en el cual ninguno de los dos lo necesita. El concierto tuvo su mayor logro en ofrecer dos buenas propuestas. Además fue emotivo como esos reencuentros que tal vez no aportan nada nuevo a una relación, pero que igual son agradables.
Federico Oldenburg