El cuarto capítulo de esta serie reconoce alguna de las placas que supieron estar en todas las casas. Discos que, principalmente con la explosión del formato CD, se convirtieron en mucho más que éxitos de ventas, sino en emblema cultural y banda sonora de reuniones y celebraciones de todos los argentinos.
“Oktubre”, Patricio Rey y los Redonditos de Ricota (1986)
Antes que nada, traté de separar la obra con el hecho cultural que generó a través de los años, y me di cuenta de que son indisolubles. Desde el primer acorde están tan presentes el pogo más grande del mundo como la guitarra de Skay o la voz del Indio.
Pensémoslo desde aquel contexto: son mediados de los ’80s y un tipo con camisa de empleado de AFIP (o de la D.G.I., en aquellos años), pelado, con lentes enormes y un bigote sospechoso se caga en todos los poderes —visibles y no visibles— y comienza a crecer con una banda alternativa. Sin publicidad, sin productora, ni compañía y solo por el boca en boca.
Este tipo viene con un mensaje contestatario, anti sistema y anti capitalismo. Le rinde culto a los que algunos llamaban el “sucio trapo Rojo del Comunismo” en plena Guerra Fría, y en el arte de tapa muestra una revuelta popular con la catedral de La Plata envuelta en llamas. A pesar de ser platense. Además, habla de los dráculas con tacones, de las flacas soviéticas, de la TV Füher y que se puede estar atrapado en libertad.
Ese mensaje revolucionario, que parecía encriptado pero que mezclaba cotidianeidad, política, literatura e ironía, es acompañado por un rock compacto, que arranca luego de efectos de explosión en “Fuegos de Oktubre” (los mensajes que se esconden atrás de los FX no son menores), con interesantes solos de guitarras, una voz con un timbre que con los años hizo escuela y un sonido que coqueteaba con lo oscuro, pero que levantaba con saxos eficientes, metáforas bien lunfardas y una tendencia a explotar todo en gritos que salían de las tripas y del corazón. El disco va subiendo de a poco hasta llegar al ritmo festivo de “Ya nadie va a escuchar tu remera”, lo que da un contraste único con ese aire gótico del comienzo. Todo eso junto se clavó como daga en una parte de la sociedad que necesitaba que se lo dijeran… y que se lo dijeran de ésa manera.
Lo que pasó después con este disco ya es leyenda. Lo que mueve en fans que incluso nacieron muchos años después de la caída del Muro de Berlín fue re significando el mensaje. La fiesta de las famosas misas ricoteras, espacio de épica y celebración de los que resisten, fueron agregándole colores y matices que le dieron nueva vitalidad, incluso para los intérpretes. Es que como dijo alguna vez Arturo Jauretche: “Nada grande se puede hacer con la tristeza”.
“Canción animal”, Soda Stereo (1990)
En lo musical, Latinoamérica se divide en un antes y un después de este disco. A principios de década, la banda argentina ya tenía otros cuatro trabajos, con éxitos un poco más cerca del ska y canciones llenas de alegría y doble sentido. En este trabajo hay un vuelco total hacia el rock and roll, con guitarras poderosas, riffs supremos y letras que van desde la oscuridad hasta el amor con una literatura de alto vuelo.
“De música ligera” es la bandera del disco y es probablemente la canción en castellano más popular del continente. Pero además hay perlas increíbles, como “Té para tres”, un poema que cuenta, con una dulzura única, el momento en que junto con su madre y su padre se enteran de que Juan José (su papá), tenía cáncer terminal. Una merienda en silencio y el dolor que atraviesa el aire. Pero antes que nada, el amor de los padres que buscan cuidar a su hijo hasta en ese momento. “El eclipse no fue parcial, y cegó nuestras miradas, sentí que llorabas, sentí que llorabas, por él”.
Además, la oscuridad de “Sueles dejarme solo” o “Canción animal” que contrastan con “Cae el Sol” o “El séptimo día”, todo como un shot de tequila en la sien. Imposible perdérselo.
A medio camino entre Pescado Rabioso y Virus, pero con una identidad propia llena de talento, el resultado es esta placa de diez temas con nueve clásicos. Y que llevó a que todas las bandas creadas desde Ushuaia hasta Nuevo México sueñen con despertar al calor de las masas, sus canciones de música ligera.
“El amor después del amor”, Fito Páez (1992)
Se puede empezar diciendo que es el disco más vendido de la historia en Argentina. Y estaría bien. Se puede decir que, de 14 temas, tuvo 11 cortes de difusión. Y también estaría bien. Se puede decir que cuenta con participaciones mágicas, como Spinetta, Charly García, Calamaro, Mercedes Sosa, Fabiana Cantilo, Celeste Carballo o Claudia Puyó. Y sería correcto. Podría decir que es la banda sonora de una generación, desde el fin de curso hasta casamientos y canciones eternas de cancha. Y no habría ningún error en esa lógica. Podría decir que hizo cientos de teatros y tres Velez hasta 1993. Nadie lo puede negar. Pero antes que nada, “El amor después del amor” es una foto de un hombre que casi a los 30 años encuentra al amor de su vida. Tan simple y tan importante como eso.
Fito había empezado a dejar atrás algunos fantasmas que lo persiguieron por toda la década anterior, y ya en “Tercer Mundo” mostraba un acercamiento a un rock-pop mucho más maduro y destilado. Ya había terminado su relación con Fabiana Cantilo cuando en una fiesta de disfraces conoció a una mujer que tenía “Un vestido y un amor”. Estamos hablando de la actriz Cecilia Roth y el amor llegó de inmediato. Todo el disco está dedicado a esa historia amorosa.
La canción “El amor después del amor” introduce en clave de funk-rock un viaje único. Una hermosa trova que va aumentando su poder hasta explotar en una conjunción de voces perfectas del rosarino con Claudia Puyó. En seguida, y sin abandonar del todo la batería hipnótica de la apertura, el llanto de un bebé, cómo si fuera algo por nacer, da lugar a “Dos días en la vida”. Una versión de la película Thelma & Louise con una aceleración y una lírica únicas.
El disco llena todos los casilleros. Cuenta con músicos increíbles y letras enormes, que se visten de rock, funk, chacareras, balada, pop y folk. Todo ritmo sabe cuándo entrar y salir de sus estructuras y crear climas perfectos que te llevan desde la euforia hasta el llanto en un mismo tema.
“Vasos vacíos”, Los Fabulosos Cadillacs (1993)
Antes que nada, tengo que decir que si éste fuera un “Grandes éxitos”, no estaría acá. Uno de los puntos máximos que hacen a la elección de los discos es el clima social en el que aparecen. Climas que en los discos de recopilaciones suelen no estar. Toda obra habla de su contexto, amigos. Incluso (y principalmente), las que piensan que no. No se puede componer fuera de tiempo y espacio, y este disco, con 13 temas re editados y dos estrenos, es una muestra de eso.
Los dos inéditos se paran con postura clara y dicen sus verdades. “V Centenario” es una crítica cuando se cumplían 500 años de la invasión española en América. En años donde el revisionismo histórico no tenía lugar, la banda plantea que “no hay nada que festejar”, a contramano de la historia oficial que habla del “descubrimiento de América”.
En tanto, si antes dijimos que “Corazón” de los Decadentes había roto todo, “Matador” (el segundo inédito del disco) no dejó nada en pie. Entre la murga, el ska y el rock, la canción de Flavio Cianciarulo, con una impecable crítica social, fue el éxito más importante de la década a nivel continental. Pasado hasta el cansancio en radio y televisión, y liderando todos los ranking en habla hispana, la canción criticaba al sistema desde el mismo sistema. Como un invencible Caballo de Troya decía muchísimo más de lo que la sociedad estaba dispuesta a escuchar.
También las reversiones y las remasterizaciones de las canciones que ya estaban en otros discos ganan otra sonoridad acompañando a “Matador”. Hablamos de “El León”, “Siguiendo la luna”, “Demasiada presión” y, por supuesto, “Vasos vacíos”, que pertenece a la placa homónima de 1988, pero que esta versión cuenta con la participación de excelencia de Celia Cruz. Tanto es así que cuando murió la cantante nunca nadie pudo hacer una versión parecida, aunque los últimos años la versión con Mimi Maura se acercó bastante.
“Alta suciedad”, Andrés Calamaro (1997)
Luego de su salida de Los Rodriguez, el Salmón estaba listo para cumplir una antigua deuda: triunfar como solista en su país. Hoy parece una locura, pero desde su partida de Los Abuelos de la Nada en 1986, y sin contar su experiencia con la banda española, Andrelo había producido cuatro discos, muy aclamados por la crítica pero casi ignorados por el público.
Para eso, junto con su productor Joe Blaney, fue en busca de los mejores músicos anglosajones. El neoyorquino Steve Jordan en batería (ex Eric Clapton), Charley Drayton en bajo (ex Bob Dylan) y Hugg Mc Cracken (que tocó la viola con un tal Lennon), entre otros.
El resultado es un disco de toda la humanidad. Con métricas que parecen simples, historias cotidianas y un decir que mezcla culturas y tiempos. Un argentino, muy gallego para Baires y muy sudaca para Madrid, había encontrado un sonido único. Bien compacto, metódico y prolijo, pero con desarreglos que hacen a un arreglo generar excelente.
Capaz de arrancar como un gancho a la mandíbula con el riff de “Alta suciedad” hasta llenarnos de nostalgia con “Media Verónica”. Luego, ubicarnos en algún lugar de Centro América en “¿Quién asó la manteca?” hasta usar una metáfora tan argentina como “Me parece que soy de la quinta que vio el Mundial 78”, en referencia a la dictadura militar.
Con clásicos como “Flaca”, “Me arde”, “Loco” y “Crímenes perfectos”, Andrés convertiría a este disco en el segundo más vendido de la historia. Comenzando así su leyenda como una máquina de realizar hits, y ocupar la mesa chica de rock nacional.