Este tercer capítulo de Mis discos en cuarentena atraviesa algunos de los trabajos que vieron la luz en medio de crisis políticas y sociales en la Argentina post dictadura (los discos en gobiernos de facto ya tendrán su momento).
Entre corralitos, movimientos carapintadas, procesos hiperinflacionarios, saqueos, piquetes y niveles de pobreza por las nubes, el rock argentino se paró siempre en el centro de la escena para gritar sus verdades.
Siendo reflejo o buscando una nueva realidad, los grandes artistas del género suelen pedir la pelota en las difíciles y, lejos de achicarse, nos regalan sus trabajos más inspirados. Y es que como lo aseguró Gustavo: «Sacar belleza de este caos es virtud».
«Valentín Alsina», 2 Minutos (1994)
Me imagino que si Roberto Arlt hubiera vivido en 1994 se hubiese tomado varias birras en la esquina con el Mosca, cantante de Dos Minutos. Si hay un momento en los Noventa en el cual los olvidados empezaron a levantar la mano y gritar «dejen de aparentar primer mundo que la gente se caga de hambre», fue éste.
Y lo hicieron con un mensaje bien de barrio en el que su sencillez no era solo camino, sino también fin. Era para todos, desde todos. Melodías simples, estribillos bien de cancha, mensajes directos y realidades sin maquillaje gambeteaban toda postura del aparentar y vomitaban verdades comunes de los postergados.
En la tapa se muestra el llamado Puente Alsina, el que cruza el Riachuelo hediondo y une Lanús con el barrio Nueva Pompeya de CABA. Ese que atraviesan los laburantes para ir a las oficinas, a las fábricas, a las empresas, dejando atrás su idiosincrasia y vendiendo su tiempo por un miserable sueldo. Ese espacio de encuentro de dos mundos —o mejor dicho de las dos caras del mismo mundo— es la imagen perfecta para retratar este disco de punk rock clásico.
Son 15 canciones que apenas llegan a los 2 minutos cada una, en las cuales se cuentan historias de barrio, de cancha, de traición, de piñas, de jubilados que no tienen un mango, de pobreza. Y de aguantar, siempre aguantar. Como un pogo eterno que lleva más de 20 años y ya venía de antes.
«Giros», Fito Páez (1986)
Los primeros años de democracia y alfonsinismo lo encuentra a un muy joven Fito Páez con sólo 22 años, pero con un gran camino recorrido. Ya había sido parte de la banda de Baglietto y de Charly García, y había editado su disco debut solista, «Del 63».
En ese contexto llega a la Buenos Aires de principios de los ’80s. El tejido social estaba resquebrajado y herido. La dictadura había dejado terribles marcas y el nuevo gobierno luchaba por subsistir, entre hiperinflación y traidores.
De ese panorama, tan cruel como multicultural que es Rosario, Baires, amores, injusticia, política, pasados fantasmales y futuros inciertos, nace esta obra de arte. Son nueve canciones en las que el compositor va describiendo con crudeza y poesía la realidad. Páez camina muchos estilos pero no se queda quieto en ninguno. Los géneros se multiplican, se funden y se confunden. Hay chacareras con nostalgias tangueras, bagualas metafísicas, punks poderosos con odio juvenil, tiernas historias de amor de la calle y pedidos de puentes y de cables a tierra.
«Porque yo no tengo un mapa en este mundo / porque yo doy vueltas sobre el mismo punto», canta Fito en «Alguna vez voy a ser libre», en un resumen perfecto del disco. Que es una búsqueda, en una peligrosa y a la vez, existente ciudad.
Además destacan canciones como «11 y 6», que cuenta la historia de amor de dos chicos que sobreviven en la calle; «Giros», con un bandoneón eterno y moderno a la vez; «Cable a tierra»; y la inolvidable «Yo vengo a ofrecer mi corazón», como un pedido de paz y una declaración de principios de todos los olvidados, los vencidos y los que sufren. En un mundo en el que, a pesar de todo, hay gente que siempre ofrece su corazón para que no todo esté perdido.
«Hijos del Culo», Bersuit (2000)
Gustavo Cordera dijo una vez que «si ‘Libertinaje’ era quedarse desnudo, ‘Hijos del culo’ fue sacarse hasta la piel». Los personajes que habitan en el quinto disco de la banda, y el segundo producido Gustavo Santaolalla, salen de los rincones más oscuros, humanos y marginales de este culo del mundo —de ahí su nombre—, para mostrar verdades descarnadas.
La sociedad de fin de Siglo XX estaba podrida y lo mejor que se podía hacer era putear a lo establecido, mostrándose como lo más bajo de la sociedad. «Camino perdido no uso reloj / la rumba bardera ya toma color/ con los descarriados fue mi corazón/ hasta la cima. / Nadie lo podrá impedir / esta noche iré hasta el fin / con los locos, los borrachos, con las putas y los guachos», canta Cordera en «El viejo de arriba», uno de los himnos del disco.
Musicalmente, este trabajo explota en percusión y sonidos rioplatenses que van desde el candombe, el cuarteto y la murga, hasta el rock and roll. Juan Subirá será uno de los grandes protagonistas, con canciones gloriosas como «Negra murguera» (con la participación de Falta y Resto), «La bolsa» y «Veneno de Humanidad».
La caída del primer neoliberalismo, la mirada de la sociedad que juzga al distinto, los vivos de siempre buscando su tajada personal («Porteño de Ley» es una de las obras cumbres de Tito Verenzuela, de las mejores plumas del país) y la necesidad de escapar siempre de la opresión de la culpa hacen de éste álbum uno de los pilares fundamentales del rock en castellano.
«Jessico», Babasónicos (2001)
Junio del 2001. En el medio de una feroz crisis social, política e institucional, que dejó al 50% de la población argentina sumida en la pobreza, Babasónicos lanza el que sería su álbum blanco.
Alejándose un poco de su espíritu experimental y buscando un sonido que fusionara el rock/pop con la electrónica, la banda encuentra un disco lleno de hits y melodías inolvidables. En cuanto a las letras, no son de gran profundidad, pero tienen fuerza e impacto, lo que llamó la atención de toda una generación que necesitaba, un poco, pensar en otra cosa.
Con videos provocadores, como «Loco» o «Rubí»; canciones con destino de discos, como «Deléctrico», y otras con la fuerza de un rock puro, como «Soy rock» o «La Fox», no solo llegan a la masividad buscada, sino que crean una estética y un sonido que marcarían un antes y un después en su carrera.
Finalizando el 2001, el disco llegó al cuádruple platino y fue elegido como CD del año tanto por los lectores del Suplemento Sí de Clarín como del No, de Página/12, tan antagónicos como sus nombres (y no creo que ése sea un detalle menor).
«Caravana», Wos (2019)
Si los Ochenta tuvieron la rebeldía en el punk y los Noventa encontraron la crudeza en la cumbia villera, esta época parece haber elegido el movimiento del trap como bandera de lucha. Y el disco debut de Valentín Oliva (aka Wos), tan esperado como efectivo, pareciera ser el que lidera la trinchera de batalla. Y razones no le faltan: el pibe tiene talento, y de verdad.
Es un trabajo corto, que apenas supera los 20 minutos en siete canciones, pero potente y con muchos más matices que el promedio del género. El autotune está presente como en todos sus colegas, pero él sabe cómo ir llenando a sus rimas, que suelen profundizar tanto en la sociedad como en su propia existencia, de diferentes estilos. Por momentos rondan por el funk bien arriba —algunas guitarras dan un gusto a rock y al pop interesantes— y por momentos baja casi hasta una balada.
En el medio, la política, el barrio, el caretaje, la adolescencia y la pobreza suelen ser sus tópicos preferidos. Aunque no le escapa ni a la filosofía ni a la metafísica: «El tiempo nunca fue lineal, es un circulo de fuego y si el reloj lo quiere, ayer nos vemos de nuevo». O «Somos inmortales cuando nos miramos fijo».
Desde el divertido y super bailabre «Fresco», hasta el deprimente «Pantano», Wos reconoce sus contradicciones y las abraza. «Intento pegarte mi verdad en la cara pero no es más que una mentira muy bien instalada», asegura apenas arranca el disco. Como Sarmiento cuando a comienzos del Facundo habla de «inexactitudes a designio» (sí, comparo a Sarmiento con Wos), el artista cuenta que antes que nada va a disparar sus verdades. Que no son las únicas, pero son las únicas con las que no teme.
Otro punto fuerte es lo que pasó con «Canguro». La canción de protesta fue bandera en revueltas populares en Argentina y Chile. Y mostró que el trap no es sólo una moda, sino algo que tiene muchísimo que decir sobre lo que les pasa a los Sub20 de todo el continente.