El cantante inglés, que publicó su autobiografía, confiesa lo que aprendió del ego, las experiencias sobrenaturales y los momentos difíciles. También revela las secuelas de sus adicciones y cuenta las historias más divertidas de la banda. Entrevista exclusiva con Rock.com.ar.
Ibiza es la capital de la vida nocturna. Ubicada en el mar Mediterráneo, la isla tiene un circuito de discotecas y pubs que el resto de las ciudades europeas envidian, y con justa razón. Por ende, cuando una banda necesita grabar un disco lejos de los excesos, quizás no sea el mejor lugar.
Eso no se les pasó por la cabeza al cantante Rob Halford ni a sus compañeros de Judas Priest mientras subían al avión para grabar «Point of Entry» (1981), justamente en… -redoble de tambores- ¡los Ibiza Sound Studios! Pero como el humano es el único animal que se tropieza con la misma piedra, la banda volvería a la isla para grabar no sólo un disco más, sino dos. Y pasarían cosas muy disparatadas.
Desde su casa y vía Zoom, Halford se ríe mientras recuerda esa etapa caótica. Tiene sus clásicos lentes oscuros y un buen humor desde que empieza la videollamada. Definitivamente, él coincide en que haber trabajado ahí no fue lo más inteligente.
«En Ibiza había muchas distracciones. Los tipos son muy buenos en eso -estalla en carcajadas-. Pensábamos que iba a ayudarnos para aislarnos y concentrarnos en el laburo, ¡y no! Salimos a pasarnos de rosca todas las noches, tuvimos accidentes de autos y motos (se refiere a un episodio del guitarrista K. K. Downing) y no nos quedó otra que tomar taxis. Como banda, de a poco crecés y madurás, pero la diversión es importante. Nosotros nos tomamos el laburo a muerte, pero nos reímos todo el tiempo y hacemos un montón de bromas. Sólo somos tipos agradecidos de poder vivir de esto. Igualmente tenés que balancearlo, porque nos distrajimos terriblemente (risas). Amábamos el lugar y el estudio, pero man, ¡no sé cómo terminamos el disco!».
-¿Qué creés que hubiera pasado en el estudio de Ringo Starr, que usaron en otras etapas?
-¿Quién sabe? Es divertido imaginarlo en perspectiva, aunque no hay una respuesta real. Pero lo importante es que tenga contenido e importancia. Es lo que hacemos ahora y lo que va a pasar en el próximo disco, siguiendo a «Firepower» (2018). También fuimos a Nassau, Bahamas. Hicimos dos en Ibiza, ¿no?
-Tres. Lo más extremo fue que, para «Defenders of The Faith» (1984), volvieron al estudio y lo encontraron desierto.
-Sí, una locura. Habíamos dado un show increíble con Ozzy -en los Estados Unidos-, llegamos y no había nada. ¡Ni un cuchillo y un tenedor! (risas). Lo habían vaciado el banco y unos prestamistas. Cualquier banda hubiera dicho: «Ya está, vayamos a otro lado». Pero nos quedamos. Teníamos que ponerlo de nuevo en marcha, era un lugar especial y habíamos pasado muy buenos momentos. Así que sacamos al dueño de los problemas económicos y reconstruimos el estudio. Fue una actitud bastante metalera, y salieron grandes álbumes.
EXPERIENCIAS QUE MARCAN LA VIDA
Al margen de los inconvenientes, «Point…» llegó al disco de oro; «Screaming For Vengeance» (1982) al doble platino, y «Defenders of The Faith» (1984) a otro más. Historias como las de Ibiza son sólo algunas de las que Halford cuenta en «Confess», su nueva autobiografía -editada por Hachette Books-. A los 69 años y después de cinco décadas de la fundación de Judas Priest, el cantante sentía que era momento de sacar un libro.
Y lo escribió sin pelos en la lengua: admite su arrepentimiento por lo que hizo mal, cuenta con detalles cómo era vivir «en las sombras» en los 70s y 80s, y sobre todo, narra historias que le erizarían la piel a cualquiera.
-Dijiste que Ian Gittins, el coautor, te hizo sentir «en confianza» para charlar de cosas muy difíciles. ¿Qué te hubiera costado abordar sin él?
-Los temas más oscuros: el abuso sexual, mi adicción a las drogas y al alcohol, haber perdido a alguien muy cercano por el suicidio (se refiere a su expareja) o incluso mi propio intento de matarme. Todavía son complicadas, pero es importante hablar de la salud mental. Cualquiera que haya sufrido esa montaña rusa puede entenderlo. Para mí era importante escribirlo, porque aprendí las lecciones más fuertes de mi vida. Me dieron sabiduría y una mejor comprensión de lo que pasa dentro de los otros, y también en mí. Ian lo hizo lo más fácil posible; era bastante informal, como la charla de ahora. No había partes del día que nos poníamos serios o que hablábamos específicamente de lo oscuro. Fue muy hábil y diplomático para ayudarme a recordar el camino que recorrí con el metal.
-Una constante en tu vida es el miedo a la confrontación, y lo atribuís a las peleas de tus papás. ¿Creés que hubiera sido distinto si lo tratabas psicológicamente?
-(Piensa). Lo que te pasa de chico te sigue el resto de tu vida. De grande es un poco más fácil, porque tenés experiencia y «suavizás» las cosas. En la infancia no entendés por qué ocurren, son muy dolorosas y te shockean. No les encontrás sentido. En el libro cuento que puedo tener discusiones y desacuerdos con alguien, pero cuando se pone intenso y aparece la bronca… no aguanto. Incluso ahora. Estar enojado es muy importante: aunque la confrontación me ponga incómodo, hay cosas por las que debo sentir bronca, como manejos de negocios o de la banda. Y cuando las paso, no eran tan malas como pensaba. Mi mente juega un rol importante y siempre maquina cosas de antemano. Es parte de lo que somos, de nuestra defensa emocional.
-En los ’80, la cabeza te traicionaba al volver de gira: la gente de alrededor intentaba bajarte el ego, e incluso el mánager de Judas Priest te dejó un día entero en la cárcel. ¿Fueron aprendizajes?
-(Risas). Sí, los recuerdo con afecto. Cuando me arrestaron, el encargado de los tours, Jim Silvia, dijo: «Todavía no voy a pagarle la fianza. Que se quede encerrado, así aprende». Fue una verdadera lección de vida, porque como tuvo esa repercusión, no lo volví a hacer. Estuve dos veces tras las rejas. En esta venía manejando borracho; es ridículo y nadie debería hacerlo. La otra fue mi «momento George Michael», que la recuerdo con más humor. Pero no podés volver de las giras y decir: «¿No sabés quién soy? Me llamo Rob Halford y estoy en una banda» (risas). Lo ves todo el tiempo, incluso en las redes sociales, cuando algunos piensan que son famosos. Yo nunca me vi así, y tampoco me va a pasar. Sólo soy el cantante de un grupo inglés de heavy.
-Aparte bromeás con eso: registraste el nombre «Metal God» para que no se lo adjudicaran artistas con menos experiencia…
-Sí. El apodo vino de los fans, y lo aprecio tanto que lo inscribí como mi marca. Te muestra que, en Judas Priest, somos todos muy agradecidos y estamos en deuda con nuestros «maníacos» del mundo.
-«Metal Gods», justamente, habla de unos robots que toman el lugar de los humanos. Con todo lo que pasa, ¿lo ves un poco más probable?
-¿Sabés qué? Es muy interesante que hables de eso. No creo que nadie me haya hecho este tipo de pregunta. Muchos temas del género, y de la banda, son sobre darle una paliza a lo que nos ataca, sin importar qué es. Por ejemplo, «Sinner», «The Sentinel» o «Firepower» son válidas en la lucha contra el COVID, así como para nuestros desafíos en la vida o con los políticos. En el metal, nos une atravesar problemas como la pandemia. Y también en el mundo, porque pasamos esto todos juntos.
-Yendo a otra letra, parece profético que en «Beyond The Realms of Death» hayas hablado de alguien harto de la vida: después te pasó a vos y a tu expareja. Luego de semejantes experiencias, ¿tomó otro significado?
-Sí. Estoy seguro de que, psicológica y subconscientemente, ya había plasmado eso ahí. Es una canción muy inusual, no se parece en absoluto a lo que hacemos con Judas Priest. Les Binks había venido con la base rítmica y fue especial, porque los bateristas raramente componen. A veces por elección propia o por otras circunstancias. Siempre escribo las letras viendo cómo me hace sentir la música, y cuando oí el principio de «Beyond…», sabía que tenía que ir por ese lado. Incluso antes de que se convirtiera en esa balada metalera monstruosa. Creo que primero nació el título, pero no tengo idea de dónde lo saqué…
-¿No habrá sido del Thesaurus, el diccionario de sinónimos que llevabas al estudio?
-¡Sí! Aunque no creo que aparezca la frase completa. Pero después de la entrevista, Fabrizio, voy a buscarlo y ver si está. Es muy posible (risas). Volviendo al contenido, es sobre una persona que ya sufrió demasiado. Puede interpretarse como que hablo de otro, o que yo mismo no soporto la vida. Con semejante trasfondo, salió un tema enérgico y potente.
-En el libro contás que desde «Turbo» (1986) no querías bajarte del escenario. Sentías que tus compañeros eran «libres» de acostarse con quienes quisieran, y que vos tenías que esconder tu sexualidad. ¿Te veías venir las crisis que sufriste después?
-(Piensa). Hay energías que guían tu camino y de las que ni estás enterado. Algunos de mis encuentros «a escondidas» fueron bastante peligrosos, particularmente cuando casi fui infiel. Hablar de amarte como sos, y de asumir tu identidad, nunca va a quedar viejo. Yo pasé por eso y sé lo doloroso que es. Para cada uno es importante encontrar la fortaleza y decirle a la familia quién es. También a los amigos, a los compañeros de trabajo, a los conocidos… ¡al mundo! Y aceptarte vos mismo, porque así te creó Dios. Sino generás mucha angustia y temor. Yo usé la música para despojarme de los miedos: el metal incidió en mis adicciones, pero no sé cómo hubiera salido sin él. Mi historia hubiera sido distinta y hoy no la estaría contando.
ENTRE HÉROES Y ESPÍRITUS
Para las crisis, Rob Halford también usa el humor. «Mi pareja, Thomas, se pone muy mal cuando me río de algunas cosas, porque hago chistes con tragedias y adversidades», dice el británico.
Y es que al margen de la seriedad de su trabajo, el «Metal God» hace esta videollamada rodeado de muñequitos. En la repisa de su casa de Arizona, donde está sentado ahora, no lo flanquean su Grammy ni los discos de platino: hay un peluche de Scar, de El Rey León; un dibujo de un gato y una figura de acción de Daryl, de The Walking Dead (en su empaque original).
En Instagram, el cantante se ríe de sí mismo. Y en el libro, en medio de las historias oscuras, hay encuentros pintorescos con Madonna, Andy Warhol, Superman, Jack Nicholson y la propia Reina (por quien siente admiración).
Obviamente, la sobriedad también lo ayudó: Rob acaba de cumplir 35 años limpio, pero siente que todavía está en recuperación. Y se manifiesta en su forma de hablar. «Los que vivimos ‘día a día’ sabemos que el click llega cuando vos, y sólo vos, tomás la decisión -dice-. Las intervenciones de tus amigos son buenas, pero no funcionan a menos que te comprometas».
-Cuando intentaste suicidarte, el médico te obligó a rehabilitarte; aunque lo hiciste después. ¿No te sentías listo?
-Claro, no había tocado el fondo del inodoro, como lo llamo yo (risas). Tenía la mierda hasta la cintura, pero debía llegarme al cuello para que entendiera que mi final estaba muy cerca. Todos en los grupos de ayuda hablan del «click», sean músicos o no. Por eso me llevó tiempo. Cuando se dio fue grandioso y me cambió la vida, igual que para todos los que están recuperándose.
-¿Hubo alguna charla de la banda para pedírtelo? Porque sé que después fueron a la clínica…
-(Piensa). No recuerdo que nadie me haya llevado a un costado y preguntado: «¿Qué te pasa, man?». Estas actitudes son muy comunes en la música, las escuchamos todo el tiempo y las vemos en el escenario, cuando nuestros amigos se caen borrachos. Sabés que mentalmente la pasan horrible, pero curarse queda en ellos. Mis compañeros seguro se preocuparon cuando me puse violento, porque nunca lo había sido. Fue una verdadera catarsis de mi problema. Una cosa es perder la paciencia y gritar, pero es muy diferente arrancar el teléfono y pegarle a las paredes. Realmente estaba sufriendo y me volvía loco. Nadie controla totalmente su destino, es imposible. Las cosas siempre se mueven y la vida es un caos, en cierto punto. Hoy valoro cómo se dio.
-En el libro contás tu experiencia con una espiritista jamaiquina, que se comunicó con tu expareja y te aseguró que estaba bien. ¿Te cambió la visión del más allá?
-Confirmó un montón de creencias de dónde vamos cuando dejamos este lugar. La primera fue cuando, de joven, sentí que la Virgen María me bendecía. Décadas después conocí a Pearl en Nueva York, que me dijo cosas extraordinarias que nadie sabía, ni los más cercanos. Eran recuerdos muy íntimos. Entonces, ¿cómo carajos pudo haberse enterado? El mensaje tiene que haberle llegado de otro plano. Ya tengo 69 años, y como me siento más cerca de la muerte, estoy aliviado, feliz y agradecido de saber que no existe «el final». Cuando me vaya al próximo lugar, mi música y la de Judas Priest van a seguir acá. Igual que la de muchos amigos: Ronnie James Dio, Lemmy, Chester Bennington, Chris Cornell o Jill Janus (de Huntress). Perdimos a personas hermosas, pero su música está «más allá del reino de la muerte» -lo dice en referencia a «Beyond The Realms of Death»-. Todo se cierra, como un círculo.
-En «Heroes End», de «Stained Class» (1978), justamente hablás de cómo valoramos a ciertas personas recién cuando dejan el mundo. ¿Por qué creés que no lo hacemos antes?
-(Piensa). A ese aprecio también lo recibimos acá, porque los fans nos dicen cuánto nos aman y lo importante que fue nuestra música para abordar circunstancias difíciles; o cuántos amigos se hicieron. Y a veces las conexiones son tan profundas que ni las imaginamos. Puede ser algo simple: que haya gente en la puerta de mi hotel en la Argentina, intercambien los números y vayan juntos a recitales. Si perdemos a músicos y los consideramos héroes, es porque lo fueron. Significa que su trabajo sigue siendo inspirador y profundamente movilizador. Para mí, poner a alguien en un pedestal es una muestra de muchísimo amor. Y debería ser de esa forma.
PANTALLA DEL MUNDO NUEVO
Así como la música tuvo un gran impacto en Rob Halford, él también dejó una marca enorme. Incluso de 1992 a 2003, cuando estuvo fuera de Judas Priest. El alejamiento se dio en términos confusos, pero sirvió para que desarrollara proyectos paralelos (como Fight y 2wo).
En esa década pasó de todo: el grunge murió; Metallica cambió de dirección y de look; Pantera se convirtió en una de las bandas más grandes del planeta (y también se separó); y los rankings fueron coptados por Marilyn Manson, Slipknot, Korn, Limp Bizkit, Linkin Park y System of a Down. El planeta había cambiado, y Halford era consciente.
-Cuando regresaste a Judas Priest te preocupaba que el público no te recordara, pero la recepción fue muy buena. ¿Cómo atravesaste esos momentos?
-Intenté que los miedos no me quemaran la cabeza. Nadie sabía cuál iba a ser el resultado, pero éramos conscientes de que los engranajes habían vuelto a su lugar. Ese primer disco, «Angel of Retribution» (2005), fue una declaración de principios. Estaba el prejuicio de: «Bueno, se juntaron. ¿Todavía tendràn cosas para decir?». Todos esperan que hagas algo fuerte y poderoso. La falta de certezas también está adentro tuyo, pero no puede interferir. Sino pensás demasiado, y es justo lo que no hay que hacer. Incluso ahora, con Judas Priest creamos en el momento. Las canciones no se terminan rápido, pero las partes clave están desde el comienzo. Después nos metemos en los detalles, pero la base es despojada y libre. Hay que dejarla volar, sobre todo con un trío como el de los últimos años. Es tremendo cómo funcionamos Glenn, Richie y yo.
-Desde «British Steel» (1980) dividieron las regalías entre Tipton, Downing y vos, algo poco común para la época. ¿Cuán importante fue esa movida para el presente? Sobre todo porque K. K. ya no está…
-El núcleo fue constante desde ahí y lo sigue siendo ahora, con Faulkner. Hay que charlar de negocios en las bandas, para que haya un ámbito balanceado y armónico. Porque inevitablemente, la composición desemboca en quién se lleva cada tajada. Quizás no quieras, pero sino los conflictos son fuertes. Por eso los músicos se van, o las bandas se separan. De nuestra parte fue una decisión consciente, para asegurar que el publishing se repartiera equitativamente, igual que hoy. Eso mantiene tranquilos a todos. Cuando les hablo a los jóvenes, les sugiero que decidan quiénes son como grupo. Sobre todo si van camino al éxito, porque ahí llegan las recompensas. Para nosotros funcionó muy bien, sobre todo con dos guitarristas (lo enfatiza) y un cantante. A partir de esa equidad, pasaron muchas cosas geniales.
-Desde tu regreso a Judas Priest sumaste un teleprompter. Según contás en el libro, te quedaron problemas de memoria luego de tus excesos. ¿También los sufrís en otras áreas de la vida?
-Sí, en todas. Me acuerdo de la mayoría de las letras, pero es como un cinturón de seguridad. Ya me acostumbré, después de haberlo tenido semejante tiempo. Por ejemplo, ni lo miro en «Breaking The Law», pero figura en el setlist (lo dice en referencia a una crítica de Bruce Dickinson). Lo mejor es que casi no lo uso; sólo está por las dudas, y eso me hace sentir bien. Me sorprende cómo Richie recuerda tantas notas por minuto, y lo rápido que mueve los dedos. Alguien tendría que armar una planilla y marcar el recorrido de sus manos. Amo las estadísticas, podríamos usar una máquina con una cámara. Me sobrepasa sólo saber la cantidad de memoria muscular que hace falta para tocar la guitarra, el bajo o la batería. ¡Y ahí me tenés a mí, que necesito las letras! (risas). Todo ese daño persiste en mi vida cotidiana. Por ejemplo, anoche me olvidé de apagar el horno. Hice una cena para Thomas, y mientras poníamos los platos, me dijo: «¿Qué es ese olor? ¿Otra vez dejaste el gas prendido?». Resulta que había apagado la llama, pero la llave estaba abierta. Son pavadas, aunque sólo Dios sabe qué hubiera pasado (risas). Así que sí, soy olvidadizo por todos los excesos.
-¿Qué letras son las que más te cuestan?
-Mmm… las que tienen mucha historia, como «The Sentinel». ¡Mirá, hasta tengo problemas para acordarme de eso! (risas). Pero también son difíciles «Redeemer of Souls» y «Secrets of The Dead», porque desarrollan una trama y no quiero equivocarme.
-Para terminar: «Painkiller» fue un hito y puso la vara alta con los demás discos. ¿Creés que va a pasar algo así entre «Firepower» y el que están grabando?
-Exacto, es una buena correlación. En cierto punto, el último tuvo tanto impacto como el de 1990. Son diferentes, pero la recepción de ambos fue extraordinaria. Más aún con «Firepower», que ya estábamos llegando a nuestro 50 aniversario. Como banda, te reconfirma muchas cosas: que todavía tenés un mensaje, que no sólo juntás un puñado de canciones y que te lo tomás en serio. Todo lo que vivimos y soñamos hoy es igual que con «Rocka Rolla» (1974): nunca se diluyó la intensidad ni el propósito, y «Firepower» fue increíble para una banda con tantos años. Los fans nos inspiran y nos dan fuerzas, incluyendo los argentinos. Nos motivamos en conjunto.
-En 1980 cantabas que «no hay que ser viejo para ser sabio». Y si bien es verdad, parece que todo lo que viviste te enseñó mucho, ¿no?
-Gracias, Fabrizio. Son palabras muy lindas y significan un montón. Sí, la vida es hermosa, man. Viví a tu manera y tomá todo lo que llega. Crecé, divertite, amate a vos y a los de al lado. Sé bueno y cariñoso, porque vas a recibir cosas enormes. ¡Ah, y queré a toda la gente que puedas! Es una virtud que parece tan simple… pero entendí que es la más valiosa.
Rob Halford publicó «Confess: The Autobiography» con Hachette Books, y por el momento se consigue en inglés. También está trabajando en un nuevo disco de Judas Priest, con el que promete volver a la Argentina.