Liderados por Maria Ezquiaga, Rosal, paladines del ¿sentimentalismo kitsch?, adelanta como será su tercer disco (Su Majestad) y habla de coincidencias. La nota de Karina Noriega, para el Sí de Clarín.
María Ezquiaga guarda las críticas que escriben de su grupo en Japón, «aunque no entienda lo que dicen», explica la ex corista de Sergio Pángaro y profesora vocacional de música. Además de, claro, liderar Rosal, el grupo que con dos discos se ganó un lugar en esa zona de nadie que es el under local. Y ahora ya tienen listo un tercero que saldrá «por un sello más grande». «Va a ser más optimista, con letras más despojadas y más instrumentos, incluidos teclados», es todo lo que quieren adelantar. ¿Un poquito más? «A los temas oscuros los dejamos afuera». En todo caso, podés apreciar sus primeros dos discos el jueves que viene en La Trastienda. Volviendo a Japón, el guitarrista Ezequiel Kronemberg dice con escepticismo que «allá dicen que somos una banda experimental». Descreídos de las etiquetas («indie es la manera de mover la música, no un estilo musical»), y en defensa de su «atemporalidad», los Rosal analizan el devenir de su música más allá de la tendencia.
—¿Los marca la música que escuchan o la postura es alejarse del mercado y lo que viene?
—A veces se da que sacás un disco y una persona en otro lugar del mundo hizo una frase parecida. Yo me acuerdo que cuando tocaba con Rosario (Bléfari) teníamos un tema que decía «Siempre es hoy», y después salió Cerati con eso. No sé si se copió o si en ese momento todos piensan en lo mismo y se dan coincidencias. Por ejemplo, la gráfica de Educación Sentimental (el primer disco) era rosa como el de Julieta Venegas. Y nosotros lo habíamos sacado antes. (María)
—¿Los influye el hecho de tocar con Lucas Martí?
—Somos muy admiradores de la obra de Lucas. Con Ezequiel y con María nos gusta mucho, pero creo que eso va mucho más allá de Rosal. Yo lo sigo desde los 18 años. Es lo mejor que hay en el mundo. (Martín)
—¿Cómo se las arreglan para tocar en el post-Cromañón?
—Está duro. Murieron los lugares chicos y nos obligó a subir un escalón más. (Martín)
—Encima cerró El Cubo y para nosotros era el lugar ideal. Hay pocos lugares de 200, 300 personas: pasás de un bar a un lugar de 500 personas. (Ezequiel)