El británico habla de su nuevo disco + libro, de los 40 años de “Ghost in The Machine” y de las próximas reediciones de la banda. Además, recuerda los accidentes que casi le costaron la vida en Sudamérica.
Casi por contrato, cualquier rockero debe tener un historial de situaciones peligrosas, divertidas o relacionadas con los fármacos. En el caso de nuestro entrevistado, no sólo cumple con todos los requisitos: la mayoría le pasaron en Sudamérica. Del otro lado de la pantalla (en la tarde de Los Ángeles), Andy Summers se agarra la cabeza y recuerda la más reciente. “Había tomado una pastilla para dormir que era relativamente nueva -dice-. Estaba por hacer una gira acústica con un guitarrista brasilero de jazz, Víctor Biglione. Un tipo muy loco. Eran temas bastante virtuosos, rápidos y difíciles. Yo estaba paranoico, porque apenas llegaba íbamos a ensayar, y tenía que sentirme realmente bien”.
Por suerte, el guitarrista consiguió un vuelo directo de Los Ángeles a Sao Paulo. “Cuando me subí al avión, llegó la comida y pensé: ‘Tengo que dormir un poco’, así que tomé la pastilla y algo de vino. Al rato, dije: ‘Debería sumar otra. Necesito asegurarme de que voy a descansar. Hasta que fui por una tercera. Dios mío”. Summers vuelve a agarrarse la cabeza y continúa. “Lo siguiente que supe fue que estaba en el hotel en Brasil, a las cinco de la tarde, sin idea de nada. Había pasado del avión a la habitación. En el medio estaba todo negro”. Pero la historia se pone más interesante.
-Al menos funcionó, ¿eh? Pudiste dormir.
-Sí (risas). Lo más raro fue que “salió bien”. El promotor me miraba muy raro, no decía nada. Sólo preguntó si me sentía bien, y le respondí que estaba perfecto. Todavía no sabía que había pasado algo “diferente”. Era como un robot: sabía que tenía que estar en Brasil y que ahora iba a tocar la guitarra. Era todo lo que entendía. Esa noche ensayamos con Víctor, y como yo había dormido veinte horas, empecé a tocar tipo “prrrrr” (hace el ruido), a lo maniático. Biglione me miró como diciendo: “Wow, tocás genial”. Él se fue a la medianoche, y a las dos de la mañana me acosté y me pregunté cómo había llegado ahí. Empecé a buscar el pasaporte… y estaba. Las tarjetas de crédito también, lo mismo la valija. Después me contaron que me habían sacado a rastras del aeropuerto, me llevaron de una médica y les dijo que me quedaba una hora de vida. Lo único que recuerdo, como un sueño, fue que me clavaron una inyección. Me sacaron en silla de ruedas hasta el hotel. Recién al día siguiente empezaron a contarme todo.
La historia es una de las 45 de “Fretted and Moaning” (2021), un libro en el que Summers mezcla la realidad con la ficción. El comunicado de prensa explica: “Cada relato involucra a una guitarra, y presenta a personajes familiares para los lectores que hayan seguido la carrera de Andy en los últimos 50 años”.
Algunas de sus otras pericias sudamericanas aparecen en su primer libro, “El Tren que no Perdí” (2006). El incidente que todos recuerdan es el de The Police en el Estadio Obras, en la presentación de “Zenyatta Mondatta” (1980): un oficial se puso violento con una fan, y Summers le pateó la cabeza desde el escenario. “Fue escalofriante, y tuvimos un abogado -dice hoy-. Pensé que me iban a arrestar, pero salimos. De todas formas, aparecí en los diarios de Inglaterra”.
-Unos años después, casi te detuvieron porque creyeron que ibas a robar un banco de Córdoba…
-Sí. Había tocado la noche anterior y me fui por la mía, a caminar. Me puse a sacar fotos, justo en una ventana, cuando un policía me agarró y me dijo que tenía que acompañarlo. Pensé: “Uh, esto es increíble”, porque no tenía nada encima, ni el pasaporte. Cuando me interrogaron, me dijeron que me iban a llevar a la Central. Vinieron con otro auto y con un tipo de civil. Él hablaba inglés, me preguntó mi nombre y si estaba en The Police, porque era un gran fan. Y fue como: “Oh, Dios” (pone cara de alivio). Le consulté qué había hecho mal, y me contó que le estaba sacando fotos a la ventana de un banco. Por eso me habían arrestado, pero me dejaron ir. No sé cuál de las dos fue peor, ambas fueron de terror. Eran policías grandes y gordos (risas).
-Con la banda habían inventado censuras en “Roxanne” y “Can’t Stand Losing You”, para que el público los viera como “punks”. Estas historias hubieran sido más efectivas.
-Oh, sí. Me publicaron en los diarios en la época de Navidad -nota: el show en Obras fue en diciembre de 1980-. Era mi período de rockstar, a los medios les gusta todo eso (risas).
-En esa época llevabas la cámara por todo el mundo, y fuiste de los primeros músicos en hacer exhibiciones. ¿Cuántas fotos tenés hoy?
-Cuando empecé era mucho más difícil, porque gracias a Dios no teníamos internet. Eso destruyó todo, y no me molesta decirlo (risas). Viajaba con la cámara, un bolso con lentes, cuerpos y 50 rollos de films. Me tocaba cambiarlos a cada rato, y las fotos iban conmigo. Cuando llegaba a Londres, las revelaba y miraba los negativos. En mi compu hay 32.000 imágenes, y cada vez se agregan más. Es porque digitalizamos todas esas fotos en films, que ya no lo hago. También tengo un “best of” de cada concierto, que serán 3.000 negativos en blanco y negro; y otros en color. Para mi nuevo disco, “Harmonics Of The Night”, hice videos con fotos. Hace años no me lo hubiera imaginado, pero “flotan” y es increíble cuando empezás a armarlos. Hay imágenes mías de los ‘80 que se pueden juntar narrativamente con la música. Tengo que seleccionarlas lentamente y mezclarlas en Final Cut Pro. Es como armar películas para cada canción, en lugar de que me graben en un escenario así (hace la mímica de aburrimiento). Son piezas de arte, es muy distinto. Y es satisfactorio que cobren nueva vida todas esas fotos que saqué por el mundo.
-El nuevo disco, “Harmonics…”, nació como acompañamiento de tus exhibiciones, porque en los museos no sonaba nada acorde, ¿verdad?
-Es cierto. No sé porqué me llevó tanto, hice más de 50 muestras y siempre llegaba y sólo estaban mis fotos en la pared. O ponían música de mierda, porque no tienen esa “sensibilidad”. Cuando fui a un museo del siglo XVIII en Montpellier, Francia, dije: “acá puedo hacerlo”. Era en noviembre, e iba a arrancar en marzo. Había tiempo de armar algo, y quería que fuera una experiencia completa. Tenía una nueva pedalera genial, e improvisé un intervalo excelente de 20 minutos. Fue la música que usamos de fondo, y sonó constantemente. Me gusta mucho la idea, porque obviamente soy músico y no hay razón para no armar una banda sonora. Eso, que se llamó “A Certain Strangeness”, fue el punto de partida e influenció al resto del disco. Tengo muchas muestras en 2022, así que voy a seguir con la idea. La mayoría de los fotógrafos no pueden hacerlo, yo sí; y me destaco en ambas cosas. No es que soy una cagada como músico o sacando fotos. ¿Por qué no pueden ser muy buenas las dos y convivir?
-Y para una exhibición necesitás una línea conceptual, igual que en la música.
-Absolutamente, van juntas. Por suerte pude arrancar, pero no sé si voy a poder por la pandemia. Capaz tengamos que atrasarlas de nuevo. Hay un montón de actividades pendientes, ojalá podamos hacer todos los conciertos en 2022. Espero poder volver a Sudamérica y tocar con Call The Police, también.
-Pero por favor, no tomes esas pastillas…
-(Risas). No, ¡aprendí la lección! Y por tres años no le dije a nadie que casi me moría: ni a mi esposa ni a mi familia. Una locura, nunca más hago algo así.
EL ZEITGEIST COLECTIVO
Sacando su mala suerte con los fármacos, Andy Summers es un experto en casi todas las ramas. Además de los discos de The Police, editó una veintena de álbumes solista (incluyendo un par con Robert Fripp, de King Crimson); es el personaje principal del film “Can’t Stand Losing You: Sobreviviendo a The Police” (2012); grabó en otros soundtracks y -como ya quedó claro- es fotógrafo profesional. Pero volvamos a su faceta de autor.
-Te gusta reescribir, pero como guitarrista de jazz, es súper importante improvisar. ¿Hay una oposición entre tu forma de componer y de redactar?
-Entiendo el punto, y es un poco de ambas. Creo que todos deberían saber tocar arriba de lo que sea, con cambios de acordes. Ahí aprendés a improvisar. Mis referencias más grandes vinieron del jazz: escuchaba a Wes Montgomery, Kenny Burrell, Jimmy Raney, Miles Davis y Sonny Rollins. Me llevó mucho tiempo, además de obviamente saber tocar canciones simples y estructuradas. Con la escritura no es distinto, porque no estudié, sino que traté de leer a grandes autores y de sentir el “flow”. Hay ritmo en los párrafos, las oraciones, las puntuaciones… podés redactar algo improvisado y fluido. Así lo hacía Kerouac con “En el Camino” o “Los Vagabundos del Dharma”, que es uno de mis favoritos. Él solía vincular esa escritura al jazz. Otra forma es reajustar la improvisación. Algunas de mis historias salieron así, y plasmé las ideas bastante rápido. Cuando estás creando, ya sea en la música o en la escritura, lo importante es tener la “perspectiva” y después agregarle los detalles. Es instinto, talento y oficio para armar algo que tenga buena forma. La musicalidad es genial si sos escritor, porque tenés conciencia de la melodía, el ritmo y las líneas. Van de la mano.
-Es como cuando improvisás, surge un riff y le “inventás” una canción para que conviva, ¿no?
-Absolutamente. Paso un montón de tiempo en el estudio, grabo, compongo. A veces empiezo con una idea y no funciona. Ponele que tenés A, B, C, D… y algo no cuaja. Necesitás un tono distinto, o capaz te despertás una mañana y decís: “¡Lo solucioné!”, y surge. Lleva años, pero es verdad. Si tenés el talento, podés aplicarlo en todas las artes. Escribir no es fácil, lleva práctica. Hay que leer un montón de libros geniales y absorberlos en tu alma y tu mente. Todos empezamos emulando a los maestros del género: yo copiaba los solos hasta que los tocaba nota por nota. Entonces era como “whoooop” (hace el ruido de que absorbe algo), se hacían parte mía.
-Richie Kotzen dice que necesitás un montón de inputs para poder dar un buen output, ¿no?
-Sí, porque las ideas no vienen de la nada. O sea, ¿de dónde surgen? Hace falta una mente curiosa. Si te fijás en la guitarra, hay un montón de raíces y ramas. Cuando tenía 13 o 14 años escuchaba acordes extraños y quería saber qué eran. Mi oído musical empezó ahí: “¿Cómo llegan al DO9? Ah, es el FA Sostenido con una triada disminuida. Así lo logran”.
-Sobre el origen de las ideas: en los ‘80 leías a Carl Jung, y el guionista Alan Moore piensa que hay una especie de “ideaespacio” en donde conviven las expresiones. Según él, todos podemos acceder ahí y absorber conceptos al mismo tiempo. ¿Qué creés?
-Sí, Jung hablaba constantemente del inconsciente colectivo, y podía pasar con gente que estuviera en Inglaterra, India o Sudáfrica. Para él, por eso hubo avances científicos increíbles que se les ocurrían a tres personas a la vez. Muchos dicen: “Oh, lo inventó él”, y resulta que no, a un tipo en China y a otro en Australia les surgió al mismo tiempo…
-¡Pasó con la teoría de la evolución!
-Sí. Está el refrán de que una idea no le baja sólo a una persona, sino también a otras. La conciencia humana es hermosa, y es como el concepto de la evolución: si aparece, es porque tiene que pasar en ese determinado momento.
-¿Puede suceder en la música?
-(Piensa). Yo creo que pasa. Para ponerlo en términos simples, las cosas llegan y todos se prenden. Es como el gran boom del pop, que se dio con los Beatles en los ‘60. Fueron la punta de lanza, estuvieron al frente de la tribu, abrieron las puertas… y los demás entraron con ellos. Se “rompió” con lo que se venía haciendo y todos se volvieron compositores. Me parece increíble que ahora, con internet y esta maldita cosa (muestra el celular), cualquiera sea fotógrafo. ¡Es asombroso!
-Ahí se consumían las mismas drogas, y calculo que también incidía en que los resultados fueran parecidos, ¿no?
-Sí, es lo que llaman el “zeitgeist”: queríamos ser 100% creativos. Los Beatles también fueron precursores con la composición, la libertad en el estudio o el LSD, y nosotros los seguimos. Fijate que todavía hablamos de los ’60, nunca se fueron. En 1967 pasó todo. Yo estaba en Londres, en una banda de rock ácido y psicodélico -se refiere a Dantalian’s Chariot-, y me alegra haber usado las ropas coloridas. Fue un gran momento para ser joven.
-En el nuevo libro decís que, por momentos, tenés baja autoestima con la guitarra. ¿Cuándo te pasa?
-(Piensa). Bueno, es el instrumento más conocido, todos son fotógrafos o violeros. Al ser tan visual es muy competitivo, porque todos te miran para ver “qué podés tocar”. Hoy hay un montón de escuelas y métodos, muchísima gente quiere bajarte línea, todos escriben libros… ¡cuando era chico no había nada! Espiabas a otro pibe para descubrir los acordes. Siempre va a haber alguien mejor, así que tu autoestima va a estar en riesgo. Pero tenés que seguir. No me gusta mirar YouTube, porque hay millones de violeros asombrosos. Así que pienso: “Tengo lo mío, soy bueno y no quiero compararme con los demás”. Porque te volvés loco. Hay que encontrar la voz propia y decir: “Esto es lo que hago yo”. Necesitás fe, y por eso te desafía la autoestima. El mundo es muy diferente de los ’80: con The Police vendíamos millones de discos y nos pagaban, aunque se terminó. Si tenés 18 o 19, ¿cómo te ganás la vida siendo guitarrista clásico? Es muy difícil.
-También es común que los chicos se confundan y busquen “los mejores pedales”. Pero la clave está en los dedos y en la cabeza, ¿no?
-Absolutamente. Podés ahogarte en ellos, yo tengo muchísimos y me los regalan todo el tiempo. Te volvés loco. Y varios guitarristas que conozco no usan ninguno, ni siquiera entran a ese terreno. Consiguen un buen sonido con el amplificador y listo. El resto está en las manos y en la mente. No vas a sacar las ideas de ningún otro lado, salvo de ahí y de lo que hayas escuchado. A veces, el progreso es saber qué no te gusta. Capaz no te copa casi nada, entonces te desarrollás en ese nicho (risas). Yo sé que no quiero ser un guitarrista country, ni fan del tapping, sino tocar a mi forma: con fraseos y feeling. Los instrumentos están vivos: yo tenía esa Telecaster mágica que un chico me vendió por 200 dólares (se refiere a la que usaba con The Police), y como sabía que era especial, le pregunté si estaba seguro. Me dijo que sí, que le diera la plata y listo.
-No era una Telecaster pura, ¿verdad? Tenía un 30% de Les Paul, por ejemplo.
-Habían cambiado la electrónica, sí. Todos querían modificarlas. Existía una manía por eso, aunque ya no tanto. En California, especialmente, reemplazaban los micrófonos o les sumaban volumen. A esta la habían cambiado bastante: tenía una batería de 9 volts y el micrófono de una Telecaster en la parte de atrás, y un switch de overdrive y un humbucker en el frente. Pero venía con un “aura” increíble. En realidad todavía es así, aunque ahora la reproduce Fender como un objeto caro para los coleccionistas (risas).
LOS ACCIDENTES FELICES
-En tus nuevos relatos se siente la ironía y la fragilidad. ¿Dónde ves eso en la humanidad?
-Bueno, me parece que vamos en olas. Yo estoy con un buen pasar en Los Ángeles, mejor que la mayoría. Recién hablaba con un amigo de Brasil, y me contaba que vive en un departamento, que le fue muy difícil. Me dijo: “Vos tenés tu casa, una pileta, jardines grandes y todo eso. Acá es mucho más complejo. A veces camino adentro del departamento, sólo para hacer ejercicio”. Yo me siento muy activo: tengo un mánager, un agente y personas con las que hablo a cada rato, una suerte de “conexión social”. Y siempre estoy con algo creativo, pero también me bajoneo. A veces todos nos ponemos tristes juntos, después salimos a la superficie, nos mantenemos así un tiempo y volvemos al círculo. Probablemente, cada vez que hay una nueva cepa. ¿Quién lo hubiera imaginado? Yo no esperaba vivir algo así, era algo que leías en libros de hace cien años. Aplaudo a la humanidad por haber seguido adelante, por hacer cosas en la nueva “normalidad”. Vivimos tiempos de guerra, es muy complicado mantener la cabeza en alto y no perderte. Si sos frágil es muy difícil, o si estás solo y no tenés amigos, esposa, marido, hijos o lo que fuera. A todos nos gusta estar activos. Yo viajaba un montón por el mundo, daba shows y me relacionaba con la gente. Y me está faltando.
-A “Omegaman”, de The Police, la escribiste después de ver “Soylent Green” (1973). Ahí ya hablabas de la pobreza, del cambio climático, de racionar la comida… es extraño cómo no lo vimos venir.
-¡Uh, sí! Parecía de película. Pero cuando llegó, entendimos que era obvio que iba a haber una pandemia. Tenía que pasar, lo sentíamos en los huesos. En enero o febrero de 2020, yo tenía acá a unos amigos de Holanda. En la radio pasaban las noticias de este virus que venía de China, y era como: “¡¿Qué?!”. Ellos pudieron volver a Europa justo a tiempo, y después… (silba). Yo iba a hacer un tour gigantesco en Sudamérica, capaz también por la Argentina, pero se cortó.
-Un refugio para vos fue McCabe’s, un local de instrumentos donde encontraste un instrumento que se llama “paloma”. ¿En el nuevo disco hubo algo así?
-Es un gran lugar para cosas raras, donde decís: “¿Qué carajos es eso? Me lo llevo”. Capaz sacás sólo una nota, pero es suficiente. Ese es un instrumento muy bizarro, verde agua, con cuerdas… podés hacer sonidos extraños, y sí, creo que lo incluí. Es difícil de afinar, casi como un piano. Le sacás algunos sonidos, es imposible tocar cosas rápidas. Es genial para meter texturas o cosas que cuesten identificar. Siempre busco eso, y tengo una colección de instrumentos raros. Sólo puedo hacer una cosa con cada uno, pero está bien (risas). Hay otro que se llama “salterio”, y lo toco con un arco. Es divertido si grabás discos “de guitarras eléctricas”, como yo. Al no usar teclados está bueno meter un instrumento natural, porque le suma calidez y humanidad.
-Me recuerda a un “accidente feliz” de “Synchronicity II”: al principio hay un acople de guitarra que decidieron conservar, ¿no?
-Es cierto, me había olvidado. Estaba en el estudio alistándome para tocar, seguramente con el amplificador demasiado fuerte. Yo trataba de mantener a estas bestias bajo control (levanta las manos). ¡Pero es un “accidente feliz”, sí! Me gustan las cosas así, que salen del aire y las agarrás. No deberíamos decir: “Uh, eso está mal, no debería ir”, sino incluirlas, absolutamente. Una de mis favoritas es “Does Everyone Stare”, del primer o segundo disco (se refiere a “Regatta de Blanc”), que escribió Stewart. Él tenía un grabadorcito de cinta en la cocina y estaba prendida la radio, así que se escuchaba a un tipo cantando ópera italiana. Me dijo: “Perdón, estoy tratando de que no salga”. Y yo le respondí: “¡No, dejalo!”. Arrancó con esa cosa fortuita de un tipo haciendo “Mmmmaaaa”, y cobró fuerza con la voz de Sting. Fue lindo, porque también le sumó vida.
LO QUE VIENE CON THE POLICE
La tarde cae en Los Ángeles, pero Andy Summers está dispuesto a seguir charlando y no tiene problemas en recorrer cualquier etapa de su carrera. Ahora sí, pasemos al grupo que lo llevó al Hall of Fame, a ganar Grammys y a recorrer el mundo.
-Había varias cosas de The Police que iban a salir en 2021, pero se pasaron a 2022. ¿Piensan reeditar todos los discos?
-Investigaste un montón. Sí, hay mucho movimiento: la banda sigue y sigue, es como una carrera aparte. Porque está lo que hago yo y mis preocupaciones; y también The Police, que tiene sus mánagers y continúa. Lo que más espero son… (piensa) varias cosas. “Reggatta de Blanc” va a salir con un montón de extras, como un box set con CD’s y vinilos. Y en marzo va a editarse la versión digital de “The Police: Around The World” (1982). No sé si la viste.
-Había salido en VHS, ¿no?
-Sí, era increíble, y después desapareció. Yo reactivé el proyecto, tomó cinco años de mediaciones con abogados y gente de Universal Music. Ni querrías saber lo que costó, pero es maravilloso. Después del laberinto legal, juntaron todo desde las cintas originales de 16 milímetros: las limpiaron y las digitalizaron al más alto nivel. También descubrimos otras cinco canciones de Kioto que son tremendas. Estoy muy contento, era la banda en su cúspide. Aunque se grabó en todo el mundo, la parte japonesa fue maravillosa. Va a salir en YouTube y en DVD, supongo.
-También apareció un viejo show del CBGB, ¿no?
-Sos increíble, ¿por qué sabés esta mierda? (risas). Sí, recién lo encontraron. Nadie tenía idea, no sé cómo te enteraste. Era nuestro debut en los Estados Unidos: tocamos dos noches ahí, fuimos y volvimos por la Costa Este y terminamos otra vez en el CBGB. Ese último show se grabó en 16 canales, así que lo estamos escuchando. Veremos qué pasa.
-“Ghost in The Machine” (1981) justo cumplió 40 años. Había canciones de ese disco y de “Synchronicity” (1983) que no te gustaban mucho. ¿Te sigue pasando?
-Fueron éxitos gigantescos, y el último nos llevó al primer puesto en todos lados, incluyendo cuatro meses seguidos en los Estados Unidos. “Ghost…” no me llegó tanto, aunque probablemente tenía algunos hits. No me puedo acordar. Ahí Sting metía vientos en todo, y eventualmente hubo tres saxos en la gira, que no me gustaban para nada (risas). ¡Para mí, éramos un trío con una guitarra! Fue una pequeña caída en nuestra carrera, así lo definiría.
-Hace unos años pensabas que “Message in a Bottle” era el mejor tema en el que habías tocado. Con todos los discos que sacaste después, ¿lo seguís creyendo?
-(Piensa). Es la canción pop perfecta: tiene la mejor pista de batería que Stewart hizo en su vida, una tremenda composición de Sting y un gran riff de guitarra. Dio la vuelta al mundo. Es mi favorito de The Police, lo más exquisito que hicimos. Estábamos muy preocupados por si nos iban a dejar hacer otro disco, y grabábamos en un estudio chiquito y divertido en las afueras de Londres. En un momento vinieron dos tipos de A&M Records, y entraron en plan: “Bueno, poné la canción” (imita las caras de aburrimiento). Cuando le dimos play, vimos las sonrisas: se les transformó la cara y les encantó. Fue un sello de aprobación, y desde ahí no miramos atrás.
-Stewart piensa que se excedió en la batería, y se pregunta dónde estabas en ese momento. Según él, eras el que siempre “producía” sus partes.
-¿¡En serio!? Lo dijo porque yo era un cronómetro, el más sólido, el que podía mantener el tempo perfecto. Si no hubiera sido por eso… (piensa). Pará, tengo que ser muy cauteloso, pero creo que ya lo dijiste en la pregunta (risas).