Luego de seis meses de silencio, el guitarrista cuenta por qué decidió terminar con la banda que marcó un camino en el metal y presenta su nuevo proyecto: D-Mente. Como para seguir volando cabezas. La nota de Cristian Vitale, para el No de Página/12.
Andrés Giménez, como un alto porcentaje de la humanidad, no entiende absolutamente nada de pintura. Pero el cuadro que cuelga de la pared principal de su depto lo obsesiona como si fuera Brick by Brick de Iggy Pop. Mientras lo acomoda, lo mira fijo. No para de hablar sobre él. Es una pintura realista, que retrata siete cholas peruanas sentadas en el piso y de espaldas. La verdad que es precioso. Sobre todo por sus colores vivos, luminosos, impactantes. Prolifera el rojo fuego, pero también hay una gama de naranjas y damascos, que llevan cualquier ojo humano hasta ahí. Y lo eternizan. “Me lo querían cobrar 600 dólares en la plaza de Lima –le cuenta al cronista y a la fotógrafa–. No podía gastar semejante guita. Me salvó el hijo del pintor, que era fan de A.N.I.M.A.L. y le dijo al padre que me habían ido a ver la noche anterior. Conclusión: lo pagué menos.” No para de hablar y le brillan los ojos de pasión. Es como si un intenso sentimiento de nostalgia lo invadiera y las cholas no parecen ser la causa. Giménez, fundador y guitarrista de A.N.I.M.A.L., está leyendo en ese cuadro una rémora feliz de algo que fue. Y no volverá a ser. A principios de año, el power trío que renovó el metal en la Argentina en los ‘90, se disolvió. Caducó, cuando ya pocos –al menos, de Combativo para acá– daban cuenta de su existencia.
Detrás de su speech pictórico, no sólo revela ese viaje a Perú sino que desparrama –subliminal– todo lo que logró el power trío en 14 años, que no fue poco. Antes que Andrés intentara reanimarlo con Martín Carrizo y Titi Lapolla, A.N.I.M.A.L. fue muchas cosas. Por ejemplo, la única de banda de habla hispana en participar del Warped Tour, que parecía terreno exclusivo de Green Day, No Doubt o Papa Roach. También, la única en ingresar al Teatro Colón con una propuesta salvaje; o en concitar la atención de Lemmy Kilmister, Max Cavalera –productor de Poder Latino– y Jimmy DeGrasso a la vez. En suma, una de las pocas en exportar (nü) metal argento a tierras otrora ignorantes de tal existencia, más allá de siete discos y jugosas ventas. “Pasar de vernos ensayando en un cuartito de dos por dos a vernos grabando con Lemmy de Motörhead o arriba del Warped fue como un sueño cumplido. Recuerdo que llegamos a dormir un mes todos adentro de una pieza. Muchos piensan que salíamos del país a ganar plata, y no era así”, sostiene. El final llegó hace cinco meses. Al parecer, por desinterés de Carrizo y/o Lapolla. Andrés, que evita dar “el” nombre, hizo lo posible por continuar, pero fue desoído. “Todos soñamos con sacarnos un 10, pero a veces te sacás 10 y a veces 1. Hay que saber bancarlo y también ser conscientes de que cuando llegás a tener mucho éxito, es difícil mantener la estructura armada”, explica.
–¿Ya superaste el duelo musical?
–Más que duelo, me tomé el tiempo necesario para sacarme de la cabeza a la banda. Dejarla bien guardada, para empezar la nueva etapa con buena vibra. Si no hubiese sido por A.N.I.M.A.L. no sé qué hubiese pasado con mi vida. Me dio todo lo que soy. Me enseñó a ser un loco, y a la vez un racional total. A disfrutar y a llorar.
Superado el trance, la nueva “etapa” de Giménez se llama D-Mente (ver subnota), un cuarteto rockero y bastante poco parecido al trío extinto. Lo forman dos ex Totus Toss (Lisardo Alvarez y Marcelo Baraj), más Gula Cocchiararo, un joven bajista de 22 años, que se toca todo. “Marcelo tiene una forma de tocar distinta de lo que yo estaba acostumbrado. Hacía mucho que no tocaba con un baterista que usa un pedal simple. Esto no quiere decir que tenga más o menos calidad que los otros. Digo, tuve la suerte de tocar siempre con grandes músicos.” Andrés Giménez tiene 39 años y, sacando Beso Negro –grupo que compartió con Claudio Cardaci, luego Almafuerte–, nunca despegó de A.N.I.M.A.L. Y, por la emoción que pone al evocarla, seguramente estaba en sus planes morir con ella. Pero la realidad cantó otra cosa. “Tuve que parar porque sentí que A.N.I.M.A.L. seestaba transformando en un gran trampolín para que muchos se tiren a la pileta y salgan nadando. Cuando la empecé a ver de esa forma, me empezó a doler como si fuera un fan. ¿Cómo puede ser que de estar años juntos como hermanos hoy seamos el diablo y Dios? Me di cuenta de lo que sentía un fan: el dolor de un pibe que ve una familia, una palabra, una música que lo identifica y de golpe se encuentra con que la película no está filmada de esa forma sino que termina con que muere uno. ¿Al final esto qué es?, ¿una pasarela, una vidriera donde las mejores modelos se sacan fotos y después se van? Ya era un bastardeo. A.N.I.M.A.L. parecía un desfile de modelos”, dispara.
–¿El derrotero del grupo no tuvo que ver con la crisis del nü metal?
–No creo. Cuando se desarmó A.N.I.M.A.L., lo primero que me salió fue armar una banda para darme un gran gusto: a mí me fascina el rocanrol callejero de Iggy Pop, medio punk y salvaje. Por eso estoy haciendo esto: igual suena bastante metal, muy fuerte. El metal va a existir, más allá de sus tendencias y subgéneros. Por eso, no creo que los cambios en A.N.I.M.A.L. hayan sido por la caída de una tendencia. Es más: fuimos la banda que abrió el lugar para que otras tengan hoy un referente, como para mí fueron Riff y V8. No fue una cuestión de bajones publicitarios.
–Decís que no atravesaste un duelo musical. Pero, ¿no te costó haber desarmado el grupo un día y sentirte solo al otro?
–Sí. Pero las cosas se fueron dando así. Es cierto que me costaba terminar con algo que había visto nacer. Yo soy un pibe familiero y, como todo familiero, me arraigo mucho a las raíces. Ahora, cuando corto con algo, por ahí se sorprenden, porque van a esperar que salga con una cosa animalesca y D-Mente es totalmente distinto.
–¿Lo pasado, pisado?
–Para nada. Pero creo que cada cosa tiene que estar en su lugar. A.N.I.M.A.L. es A.N.I.M.A.L. y D-Mente es D-Mente; ninguno es mejor o peor.
–Ahora que pasó cierto tiempo, ¿a qué atribuís la inestabilidad de las formaciones de A.N.I.M.A.L.? El grupo nunca superó dos discos –entre siete– con los mismos integrantes.
–Me pregunté muchas veces por qué se iban y venían, después de prometer quedarse hasta la muerte. No lo digo con rencor. Está todo bien, y los que tengan mala onda conmigo, que la tengan: fuck you. Pero nunca entendí por qué se iban. Por ahí pensás que vas a estar toda la vida con una persona y de repente te das cuenta de que esa persona no quiere más eso, quiere otra cosa. Ahí empiezan los líos, los qué te digo, los qué no te digo, quién es el culpable, el hijo de puta o el bueno. Repito: todos los músicos con los que toqué son excelentes. Después, no sé… cada uno tiene sus mambos.
–¿Por qué algunos dicen que sos demagogo?
–Por hablar bien de la gente, y me parece una equivocación que piensen así. Hay una cosa errónea en el ser humano: a veces por querer ganar lo que no es debido, uno cree que luchando y puteando es más que otro, y no es así. Si fuéramos más racionales –lo que llaman demagogia– seríamos más tolerantes.
–¿Y vos fuiste tolerante en A.N.I.M.A.L.?
–Siempre me gustó la banda y por eso soporté los cimbronazos; por eso cuando los otros iban y venían, yo me quedaba. Me quedaba porque amaba la banda y no por el hecho de robar un nombre. Hubiese sido más fácil para mí arrancar de cero con otro nombre, para no recibir reproches de nadie.
–¿Qué opinás de Carajo?
–Es un muy buen grupo. Corvata tiene un carisma muy grande: mucha ruta, escenario, talento y experiencia. El le dio mucho a A.N.I.M.A.L. Es una persona tocada. Los fui a ver a Obras cuando presentaron Atrapasueños. Andrés es un profesional increíble y es fabuloso Tery Langer por cómo maneja los tiempos en la banda. Es un grupo que está a flor de piel con lagente. Y se lo merecen porque laburaron. En algún momento tuvimos encontronazos, pero ahora no tengo nada contra ellos.
–La historia del metal aquí está plagada de recelos. Ricardo Iorio le dedicó la canción Triunfo a sus ex compañeros que habían formado Malón; los V8 terminaron casi todos peleados. ¿Sucedió así con ustedes?
–Si te referís a la competencia, no compito. Nunca lo tomé así. No sé ellos.
–¿Qué fue A.N.I.M.A.L.?
–Igual que Riff, V8, Los Violadores, Sumo, Hermética o A77aque, una banda que marcó un momento. Y no sé si fue la mejor, porque precisamente se nutrió de todas ellas.
D-Mente
La nueva propuesta de Giménez no está en los antípodas del trío A.N.I.M.A.L., pero tampoco se parece. Por ahora, es su secreto mejor guardado. Ya grabaron el disco debut, pero van a tocar en vivo recién cuando una de las tres compañías con las que Andrés está negociando, decida editarlo. “Esperamos tres meses, ¿qué nos cuesta hacerlo seis más?”, dice. Créase o no, Giménez tuvo problemas nuevamente con el nombre. Como con A.N.I.M.A.L., lo fue a registrar y ya había otro Demente. “Tuve que buscarle una vuelta y quedó Devil Mente, o sea D-Mente.”
–¿Por qué le pusiste así? ¿Te volviste satánico?
–Nada que ver. Es un juego de palabras. En realidad, a mí toda la vida me dijeron demente. Tiene que ver con mi cerebro: soy un enfermo mental.
Andrés compuso un puñado de canciones. Luego las grabó con su guitarra en una portaestudio y se las mostró a los músicos. Y, al cabo de algunos ensayos, entraron a grabar. Cien horas bastaron para finiquitar el trabajo, que cuenta con Juanse y León Gieco como invitados. “Hacía mucho que no me reía tanto en una grabación –admite–. Era todo nuevo y tenía un poco de miedo, porque nunca había tocado con dos guitarras. Por suerte, con Lisardo nos complementamos bien. El solea y yo hago las bases. La idea era convocar a músicos que tuvieran ganas de formar una banda. No salir con una Andrés Giménez Band sino juntar cuatro tipos con espíritu de grupo, para tocar un rock and roll moderno.”
–¿Empezás de cero?
–Arranco con la leche de un pendejo que se quiere coger a la primera mina a los 13 años. Estoy y estamos dispuestos a tocar en cualquier lado. Si tenemos que tocar en el escenario más chico de un festival, está todo bien. No se me van a caer los anillos. El miedo quedó atrás: ahora es tiempo de rockear.
–¿Y si vienen tus compañeros y te dicen que se quieren ir?
–Noooooo. Agarro un litro de querosén y los prendo fuego. Basta (risas).