Después de seis años sin disco de canciones nuevas y con una producción tan ambiciosa como impecable, Gieco exhibe aquí una síntesis de sus obcecaciones conceptuales, una coherencia ideológica que no admite fisuras.
Gieco pasa el escáner por el “ser nacional” y cascotea al gordito argentino vislumbrado en “Los Salieris de Charly” (“El argentinito”, “Fachos”) o más ampliamente al país como caja de resonancia de contradicciones (“Bicentenario”, tema compartido con Raúl Porchetto e interpretado por Porsuigieco 2010). Siempre con músicas de Luis Gurevich, tanta cohesión letrística tiene su correspondencia sonora: rock clásico con cierta estructura beatle, balada y aires folclóricos (“A los mineros de Bolivia” sobre el texto del Che y “Hoy bailaré”, tal vez la mejor canción del disco en su falta de pretención, en su quirúrgica producción musical). Los músicos e invitados son un dechado de figurones del folk rock y el pop: en batería, Jim Keltner (Crosby, Stills, Nash & Young; Simon Es Garfunkel); en bajo Jimmy Johnson (James Taylor); y en guitarras Dean Parks (Madonna, Stevie Wonder, Michael Jackson) y Mark Goldenberg (Linda Ronstadt, Peter Frampton). Spinetta puso la música y la voz en la desoladora “8 de octubre”, sobre la tragedia de Ecos; Jaques Morelenbaum arregló las cuerdas en dos temas y hasta participó la Sinfónica Nacional de la República Checa. Pero las cuerdas y cualquier tendencia a la sutileza quedan pisoteadas por la actitud. Gieco luce enojado a la manera de un viejo punk: directo, urgente, arrollador, monolítico. Una forma de redoblar la apuesta de todo lo que sugiere su obra.