Distorsión, siete canciones y un particular espíritu navideño de la mano de los platenses El Mató un Policia Motorizado.
En la “Navidad” de El Mató no suena “Jingle Bells” ni “Noche de paz”. Tampoco hay pan dulce, petardos o botellas de sidra. El clima navideño que recrean no es ni acústico, ni armonioso, ni esperanzador. Al contrario, emana pulsaciones distorsionadas y hedor a garganta mareada. A lo largo de estos 25 minutos estallan emociones intermitentes que van de la persecución policial al festejo descontrolado con amigos, y de ahí a las evocaciones dolorosas. Y más que en el momento del brindis familiar a las doce en punto, sonaría ideal durante la vuelta en coche a las ocho de la mañana.
Por el formato (EP), la temática (navideña) y el sonido buscado (distorsiones que visitan el acople) se trata de una placa no tan común para el rock argentino, pero muy realizable en ese panóptico urbano llamado La Plata. Alrededor de ésta mesa de Nochebuena hay siete canciones que traen de regalo migas de psicodelia, texturas noise, sonoridad post rock, vulnerabilidad indie, un poco de depresión violenta y alguna sustancia psicoactiva como para coronar una noche tan especial.
Cuando empieza a correr el EP se oye una base muy Joy Division sobre la que Santiago Barrionuevo (voz y bajo) canta “Te persigue la policía / en navidad”; después, la canción (“Navidad en los Santos”) muta hacia el sonido de la gran influencia del grupo: Jesus & Mary Chain. En “Viejo ebrio y perdido” la letra describe un combate callejero con un Papá Noel beodo. “El héroe de la navidad” está marcada por una frase que parece crear una violenta idea sobre el morbo hacia el dolor: “ellos chocan sus autos/ enfrente nuestro/ y esperan/ la atención de todos”; la melodía de voz es angelical y el emotivo solo de guitarra con flanger emula el zumbido de un mosquito sónico. En el estribillo del track que le da nombre al EP reiteran la idea de una “navidad de reserva”, que quizá insinúe la capacidad de alcanzar estados desenfrenados a través de la ingesta de ciertos químicos. Cerca del final hay un réquiem titulado “Villancico del final” en el que logran un verosímil semblante fúnebre articulado a una melodía lacónica. La ceremonia cierra con “El árbol de fuego”, canción veloz y compacta que culmina con una explosión pirotécnica de platillos (obra de la Doctora Muerte).
En comparación de su primer álbum (El Mató un Policía Motorizado, 2004), el paso adelante lo da el sonido logrado en estudio. Acá la ecualización de las guitarras tiene un nivel de saturación y volumen tal que no tapa al resto de los instrumentos. Importante detalle: la voz susurrante y melancólica de Barrionuevo suena mucho más clara que en el primer disco. Y muestra más temple.
Este lanzamiento es el próspero inicio de una trilogía que, cuando se complete, será la obra sobre la cual El Mató definirá su lugar en la historia. En definitiva, un disco fácil de escuchar que termina cuando uno se empieza a imaginar que las luces del arbolito pestañean. Los platenses no intentan composiciones complejas (rara vez usan más de tres tonos para construir) o exhibir su virtuosismo (en los punteos de Pantro Puto y Niño Elefante no hay digitaciones vertiginosas), sino que su búsqueda parece ir tras la exploración de un sonido agudo, cargado de reverberancias. Ya crearon una buena base para sus siguientes pasos. Amerita un brindis.