Más de 3mil personas en la fiesta bailable de Árbol en Córdoba.
Cuenta la leyenda que en Haedo alguien tropezó con un puñado de ramas, cayó sobre el cemento y rápidamente se encontró bailando alocadamente al ritmo de una extraña melodía. Dicen los viejos del lugar que todavía se escuchan los absurdos gritos que provienen del interior de esa planta. Hay quienes aseguran que diez años después, se reúnen bajo su sombra proyectada un puñado de seguidores poseídos por ese ritmo esquizofrénico.
Este Árbol se transplantó en Córdoba el pasado viernes en un vivero en el cual se cultivan otro tipo de hierbas, pero en cuestión de minutos había copado el terreno. Unos 3mil personajes de diversas generaciones se dieron cita bajo el techo de chapa, para dar rienda suelta a la locura.
Los herederos del punk californiano hicieron sonar sus guitarras antes que nadie. Estos cordobeses sacudieron el polvo de los presentes, que a modo de precalentamiento pusieron a punto sus piernas. Cuando el techo comenzaba a transpirar, cinco siluetas atravesaron el lugar de punta a punta. Entre alaridos y aplausos, Árbol subía al escenario. Con Trenes, Camiones y Tractores comenzaron con su apoteósis. Delirando con Pugliese y La Mona Gimenez, dieron su cordial saludo al grito de Suerte!, mientras la marea humana se transformaba en una verdadera usina de calorías.
Al son de una cumbia con pasajes hardcore, hablaron de esa Chikanorexika que una ráfaga se la voló y purgaron sus culpas gritando «Ya se que estuve mal, ya se que fue un error». Esta bailanta popular también tuvo sus momentos exquisitos: el violín dio una clase teórica sobre la discriminación y los Prejuicios que padeció un tal Osvaldo.
De arriba, de abajo, de todos lados se oía cantar a la multitud. Chicas semidesnudas danzaban sobre los hombros de sus parejas, en los pasillos se consumían litros de cebada fermentada y los Enes con sus progenitores se divertían al unísono.
Parece que una parte fundamental de estas festividades es formar círculos y pasillos para que se choquen con más fuerza los cuerpos transpirados, pero también se sientan en el suelo en los únicos 30 segundos de calma que tiene la noche, después de eso se los ve Vomitando Flores de manera desquiciada.
Mientras hacen subir a un grupo de Caligaris, un sombrero baila con La Nena Mostruo sobre el escenario. El delirio es tal, que Edu se convierte en un gaucho travesti que, en SoylaZoila, le declara su amor a Pablito.
Cuenta la leyenda que se alimentan con Comida Chatarra y las canciones son como Mariposas que se posan en los oídos de quienes los miran. Ya lo sabemos, no hace falta asentarlo, que esta clase de rituales tienen siempre una figura maternal a la cual recurrir cuando las cosas no son como quieren: Rosita es la divinidad que los protege de la gente gris.
Ellos reinan en un jardín frenético en el que tienen Pequeños Sueños de sexo, donde Siento que no todo se ha visto. Relatan los ancianos que se puede escuchar como gritan algo parecido a Cosa Cuosa y cuando se acerca el final lo anticipan saltando como locos diciendo Ya me Voy y Andate. Invocan un Fantasma, lloran, hablan de La Vida, y se van con un JIJIJI ensordecedor.
El Rock es Cultura
Árbol es una de esas bandas que en los últimos años se colocó como el centro de atención de la prensa y el público. Con una fórmula delirante y a la vez certera, los cinco de Haedo son una bocanada de aire fresco para un rock que se volvió demasiado predecible.
Irrumpen en cada concierto con una energía envidiable que no decae en ningún momento, dicen lo que quieren y mantienen durante un par de horas a todos entretenidos y felices. Sus recitales son de los más interesantes de la escena, y no sorprende que los padres y sus hijos la pasen igual de bien.
Lograron entretener lejos de la frivolidad y, aunque su último disco tiene la opinable impronta de su productor, la banda transmite una frescura desacartonada que conquista a todos por igual. El feeling que logran con su público les permite hacer declaraciones del estilo de: «Yo soy un boludo pero hoy la pasé bomba» o «Los chicos que le guste Edu que griten» y así desatar cataratas de aplausos y carcajadas. Pero sin lugar a dudas, de todo lo dicho sobre el escenario lo que caló hondo fue el pronunciamiento de la banda en contra del cierre de la mayoría de los lugares típicos para la realización de shows. «Hay gente en este país que no quiere entender que el rock también es cultura», sentenciaron.
La carencia de espacios es tal, que éste show se llevó a cabo en un boliche cuartetero del Abasto en el cual por primera vez sus puertas se abrían para una banda de rock. Lejos del pseudo enfrentamiento entre géneros musicales, el rock después de diciembre pasado ha tenido que conformarse con recitales fraccionados y lugares «de prestado» en el mejor de los casos. Una situación que pareciera pasar desapercibida por las autoridades pero que está afectando seriamente a ese conjunto de bandas que no pueden acceder a los estadios y no encuentran su lugar en la Argentina post Cromañón. Un reclamo que no pasó por alto Árbol.