La banda presentó «Odisea» en un show con mucho rock: Levinton casi rompió una butaca, le pegó accidentalmente a un fotógrafo y bañó a toda la platea con agua mineral.
“¡Viva Perón!”, grita alguien desde las gradas del Centro Cultural San Isidro. “¡No, aguante Luisito Zamora! Él viaja en subte”, responde Joaquín Levinton mientras promedia el concierto del viernes, antes de “Lo que tomo y lo que doy”.
El inicio del recital había sido un poco anticlimático, con cuatro canciones nuevas una atrás de la otra. “Disconocidos”, “Hablo solo”, “Contacto” y “No me podés cambiar” no terminan de encender del todo al público, y el propio Levinton -con un disfraz a lo Liam Gallagher- también parece frío desde el escenario.
Unos segundos más tarde, un espíritu totalmente distinto se adueña del cantante. Durante “Diario (deja vú)” y “Para mí, para vos”, Joaquín baja de las tablas, recorre los pasillos y llega hasta la quinta fila de la platea. Ahí se sube a una butaca, arenga al público y deja el asiento al borde del knock out. Fue la primera muestra de que el recital realmente había arrancado, y que quienes habían ido a oír un grupo cancionero iban a recibir mucho más que eso.
Antes de “No se llama amor” Levinton intenta hacerle una broma a un fotógrafo, pero le sale mal y le pega con su propia cámara. Durante todo el tema se nota la incomodidad del cantante, que le pide perdón a toda costa desde el escenario y le deja en claro que el golpe no fue intencional.
En ese mismo momento, el líder agarra una botella de agua que estaba llena y literalmente baña a toda la platea. En tan sólo tres temas, Turf pasa de brindar un show “decente” a dar un espectáculo con más sangre y adrenalina que el promedio.
Para “Cuatro personalidades”, Joaquín bromea con una flauta. “Un fuerte aplauso para ella, no para mí. Es un orgullo venir a tocarla, ya que viajó desde muy lejos… ¡la compré en Perón y Montevideo! Es un instrumento muy caro, de noventa pesos. Para mí es un honor que hoy esté en San Isidro”.
Más allá de su verborrea, vale la pena destacar las contribuciones del resto. El bajista Carlos “Tody” Tapia, serio y de bajo perfil, sorprende con estructuras mucho más arriesgadas que en los discos (hasta improvisa con “Around the world”, de los Red Hot Chili Peppers) y es una de las grandes razones que elevan a Turf sobre el resto de las bandas.
Detrás de las teclas, Nicolás Ottavianelli mete coros robóticos con un micrófono especial y aporta el sonido clásico del grupo. Y Fernando Caloia, en la batería, demuestra su prolijidad constantemente.
Todo se completa, obviamente, con Lea Lopatín: durante “La canción del supermercado”, el violero rasguea con un palillo y agarra guitarras acústicas para los temas más viejos. En ese mismo momento, el personal de seguridad saca a un chico a la fuerza, aunque no termina de quedar claro el motivo.
Para el show de Turf también es clave la trompeta, que aparece en un puñado de temas: mientras que algunos optarían por pistas de vientos o teclados, ellos cuentan con un invitado permanente ocupándose de la tarea. Otro gran acierto.
En “Magia blanca” sube Alfredo Toth, histórico miembro de Los Gatos y de GIT y productor de varios éxitos de Turf. “Después me encuentro con él y vamos a hacer el amor”, ironiza Levinton una vez que el músico se retira.
Luego de unas perlitas acústicas sin más amplificación que la propia sala (“Siempre libre” y “Un día especial”), llega el final con “Loco un poco” y “Yo no me quiero casar, ¿y Usted?”, sumado a una intro de “Jump”, de Van Halen.
En casi dos horas, Turf deja un show para mí, para vos, para todos los demás: hay hitazos, novedades, locuras, invitados y sorpresas. Todo está perfectamente calculado para que nadie se vaya a su casa con la sensación de que le falta algo. Y para una banda, ese equilibrio es lo mejor que se puede lograr.
Puntaje: 8.50/10.
Fotos: Martín Williner/Prensa CCSI.