Intoxicados brilló en un show caliente, que incluyó temas de todos sus discos, de Viejas Locas, y algunos “tributos” sorpresa. Pity Álvarez, carismático y lúcido, se ganó al público en buena ley. La crónica de Cristian Avanzini, para Los Andes de Mendoza.
Son las nueve y cuarto de la noche, y un manto ínfimo de unas 250 personas se despliega sobre la cancha del estadio cubierto de Andes Talleres. Ya han pasado quince minutos de la hora programada para el comienzo del show, y no hay indicio alguno de que algo fuera a suceder allí. Sin embargo, quince minutos más tarde -y para sorpresa de todos- Cristian «Pity» Álvarez, vocalista y líder de Intoxicados, aparece sobre el escenario con una «handycam» con la cual toma imágenes del público, y esboza los primeros versos de «Se fue al cielo» a capella. Su voz se hace eco inmediatamente entre los presentes, quienes continúan con la canción hasta el final. Sin embargo la escena es breve, ya que en pocos minutos se lo ve al cuasi blondo personaje desaparecer del cuadro.
Son las diez y media, y la banda, casi completa, está sobre el escenario. La diferencia es que ahora Pity se encuentra ante un estadio colmado por casi 2.500 personas, la mayoría de ellas, categoría sub-25. Sin prisa, toma su guitarra eléctrica y con un par de riffs violentos comienza a derretir el hielo de la noche del sábado. Es que Intoxicados no puede fallar cuando su líder está tan inspirado y conectado con su público como esta noche. De esta forma, la banda arranca la máquina de rocanrol con éxitos como «Las cosas que no se tocan», «Se fue al cielo» y «638».
Ya van casi cuarenta minutos de show, y Álvarez se cuelga la acústica: es hora de las «canciones». Allí comienza una oleada de grandes éxitos de Intoxicados, como «Fuiste lo mejor», «Fuego», «No tengo ganas», y «Nunca quise», y de Viejas Locas: «Homero» y «El árbol de la vida». El público enloquece y Pity sabe que tiene las riendas bien firmes, por lo que se da el gusto de desplegar los acordes de «Dead Flowers», de los Rolling Stones. La banda suena a pleno -tan a pleno como el sonido permite- y el «frontman» se pasea de un lado al otro del escenario con una destreza y lucidez entrañables.
Sin embargo, cuando el recital está bien caliente y arriba, llega el saludo de despedida. Los silbidos y gritos de desaprobación no se hacen esperar. Es que no es sólo que la cosa está en lo mejor, sino que han pasado tan sólo sesenta minutos desde el comienzo. Por suerte para la concurrencia, la ausencia fue sólo momentánea. Unos minutos después, el combo porteño vuelve a escena para descargar media hora más de éxitos y sorpresas.
Para cerrar una noche brillante y sin baches, Intoxicados hace tres disparos certeros e infalibles: «Quieren rock», «Una piba como vos» (de Viejas Locas), y una versión estupenda de «The KKK took my baby away» de Ramones, en la cual Pity se retuerce en el escenario cual quinceañero hormonalmente alterado. De esta forma, la banda hace su despedida formal con un abrazo comunitario en el borde del escenario, de frente a su público. Pero la noche es impecable, y el gran protagonista del show decide agasajar a su gente con un presente muy especial. Solo sobre las tablas, iluminado por la intimidad de tres luces rojas, toma su acústica y esboza -y balbucea- una versión ralentada y accidentada de «Creep», de Radiohead. Termina la canción y Pity se despide de su gente, seguramente satisfecho de haber soldado a fuego los lazos con aquella… y con la música.