Estos peculiares artistas llevaron su show ante un Auditorio repleto, en los festejos por sus 15 años que continuarán en Buenos Aires.
Viernes 9PM, la ciudad cambia de piel para disfrutar de la impunidad que da la noche a quienes osan deambular por la oscuridad. La luna escondida tras moles de bloques de hormigón asoma a contemplar desde la platea mejor ubicada el peregrinar de miles de pequeños seres que se resguardan bajo infinitas canaletas de zinc. En el Auditorio de Luz y Fuerza, un interesante teatro escondido para el común de los roqueros, da cobijo a cientos de ellos y los recibe con un eterno solo de guitarra.
Es la noche en que una Pequeña Orquesta Reincidentes dará alimento al buen gusto y extravagancia a nuestro melancólico existir, con un variado repertorio de sonidos combinados a la perfección. La banda regresó a Córdoba y, sin demasiada difusión, logró llenar el auditorio vestido de gala para la ocasión.
Los encargados de ir adentrando en el clima a los espectadores fueron Los Zíngaros, un trío de acordeón, guitarra criolla y violín que interpretó piezas de más de 200 años de antigüedad. Canciones gitanas traídas desde la lejana Europa del este con una peculiar contaminación local, dieron vida a la presentación de este grupo que reversionó en perfecto ruso Luz de Luna, que «cuenta de una de las pocas cosas a las que los gitanos le cantan y los acompaña que es la luna, pidiéndoles que los guíe y los acompañe en su camino», como afirmó la banda.
También cantaron su propia versión de Romeo y Julieta y se despidieron con la adaptación a violín y acordeón de «una canción que data del siglo 18 y la tocaban un grupo de gitanos de Europa, estos gitanos se denominaban Lautaris que significa en Romaní viejo violinista». Más que interesante, por cierto, el despliegue de talento de estas tres generaciones de músicos.
Al promediar las 23, los cinco miembros de la Pequeña Orquesta Reincidentes hicieron su aparición en escena. A modo de presentación de su última placa titulada «Traje», «Mudanza», «Anoche» y «Membranas» fueron los temas que abrieron el fuego. Haciendo hincapié en su nuevo material, la banda integrada por Guillermo Pesoa, Santiago Pedoncini, Alejo Vitrob, Juan Pablo Fernandez y Rodrigo Guerra repasó sus 15 años de historia.
«Gallo negro», «Gallo Rojo», «Siete suelas», «Miguitas de pan», entre otros temas, iban dando forma a un recital donde se mezclaban sonidos urbanos, intrumentos poco usados en el rock (tuba, trombon, bandolina, banjo), ritmos latinos y un aire por momentos gitano. Mientras con «Mi Suerte», «El Egoísta» y «Dos de mis Sombras» invitaban a bailar a un público que hacía el esfuerzo para permanecer en sus butacas, «Romance de Suelas y Suelos» venía a demostrar cuántas cosas puede hacer un baterista al mismo tiempo (tocar la tuba por ejemplo) si tiene un plomo atento a sus mandatos.
El show pasó de la melancolía al denuedo, sosteniendo una nitidez y calidad interpretativa que mantenía a la platea atenta a cada cambio. Sobrevolaron los fantasmas de influencias foráneas y locales, sin que lográsemos encasillar su estilo (después de casi dos horas de repertorio) dentro de los cánones del status quo que parece reinar en el rock post-90.
«Sin dinero» anunciaba el poco ansiado final y los bises llegaron con «Siete horas leyendo» y el ampliamente solicitado «Miedo a la Oscuridad». Una noche donde el rock se puso traje y corbata para demostrar que el talento no es sinónimo de liviandad. El 7 de julio en el ND Ateneo de Buenos Aires, este quinteto soplará las 15 velitas de su arte y seguramente pedirán sus tres deseos haciendo honor a la canción que lleva este nombre: «El festín en las gargantas, la canción de sal herida, un ritual que poder seguir a ciegas».