El nuevo sencillo, adelanto del próximo álbum del artista emergente, cuenta con el featuring de Sueño Azul. Mezclado por Alejandro Rosenblat y masterizado por Pablo Bursztyn, con producción propia.
Saint-Andreu es un proyecto musical colectivo formado a principios de 2017 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Nutrido de diversos estilos que abarcan desde la neo-psicodelia hasta la música electrónica, el ambient y los ragas. En 2017 edita su disco debut “Refugio” y lo presenta en diversos escenarios de la escena emergente nacional.
A mediados de 2019 estrena un EP de cuatro temas denominado “Las gracias”, con los featurings de Guido Flichman y Siria. Este trabajo llama la atención de la discográfica neoyorkina Captured Tracks, que incluye una de las canciones en su playlist de estrenos.
Lejos de mantenerse inactivo, a lo largo de 2020 Saint-Andreu colabora con proyectos de la talla de Galean, Tomi Porcelli y elabora un remix para Desde. En paralelo trabaja su nuevo single adelanto “Lo infinito”, que combina el pulso y texturas de la electrónica con la estructura pop. Este último lanzamiento refleja una clara predominancia de sintetizadores e intención bailable que el artista detalla en charla con Rock.com.ar.
¿Cuáles son las raíces de Saint Andreu?
Saint-Andreu nace como la necesidad de seguir haciendo música después de que se terminara otro proyecto. Al empezar una nueva etapa solista, las libertades eran un montón y eso me atraía. Me interesaba la idea del trance en un sentido medio “religioso”, como se piensa la música hindú o mismo el ambient. Trabajar mucho la repetición, usar variaciones mínimas y sonidos sostenidos.
En la medida que desarrollaba las canciones del primer disco, y con los primeros recitales, me di cuenta de que implicaba mucho trabajo. De una manera complicada, pero que podía ser una parte de Saint-Andreu y no necesariamente el todo. En eso fui ajustándome más al formato canción, sin dejar de lado el mayor interés de que quienes escucharan los discos, o nos vieran en vivo, no quedaran indemnes a eso. Ahí encontré una nueva influencia en música electrónica, que a través del pulso bailable y el tempo brinda algo muy cercano a esa idea original del trance. De una manera más realista para los tiempos que corren. Sería rarísimo dar un show y pretender que la gente empiece a meditar; en cambio, buscar que bailen, no.
¿Qué representa la música en tu vida?
Todo lo que hago, en mayor o menor medida, viene por ese lado: la carrera universitaria que elegí, los proyectos laborales presentes o futuros, mis vínculos con amistades, etc. Creo que la música está ahí desde que tengo uso de razón y con el paso del tiempo trato de vincularme con ella de nuevas maneras. A veces más directamente, a veces menos, pero siempre es el fin último y está presente.
¿En qué momento te encontró “Lo infinito” y cuándo sentiste que era tiempo de materializarlo?
Me pasa mucho que me aparece una melodía en la cabeza y tardo bastante en darle una forma final, hacerla canción. En “Lo infinito” pasó eso: surgió la melodía del estribillo, así como quedó grabada, con letra y todo, hace algunos años. Nunca le di mucha importancia hasta que quise dedicarle tiempo al armado. Ya desde la primera maqueta estaba bastante claro el horizonte, toda esa impronta electrónica que tiene el tema estuvo desde un principio.
Fue muy loco porque en mi cabeza, de alguna manera, ya estaba todo ahí armado. Simplemente tenía que trabajar para recrear lo que escuchaba hacia mis adentros. Si no me equivoco, empecé a trabajarlo formalmente y sin prisa en la segunda mitad del 2019. Para cuando comenzó la cuarentena estaba bastante avanzado. En esta estructura mental que tenía había otra voz además de la mía, y me di cuenta de que la de Gabriel Kerman (Sueño Azul) podía quedar muy bien. Entonces me contacté para que lo trabajáramos juntos y, además de cantar, aportó unas ideas muy hermosas. Creo que la cuarentena fue la clave para desarrollar el tema, quizás por el tiempo libre que implicó en las primeras semanas y que me permitió elaborarlo a su tiempo; con tranquilidad para que alcanzara el punto necesario de maduración.
¿De qué manera influyó la incorporación de los músicos invitados en la composición y ejecución?
En lo que es composición, estrictamente hablando, me siento seguro la mayor parte del tiempo y por eso trabajo bastante solo. Necesito recurrir a mis amigos, ya sean compañeros de banda o músicos de otros proyectos, cuando pierdo un poco la perspectiva. Las críticas me sirven para volver al eje del tema, a lo esencial. A la hora de grabar me gusta más contar con ellos; por ejemplo, a principios del 2020 fue la primera vez que trabajamos un tema los cuatro juntos. El primero que se sumó fue Hernán Puga Molina mientras grabábamos el segundo disco (“Las gracias”, 2019), porque es un guitarrista excelente con ideas muy interesantes para sumar desde lo armónico. En las grabaciones generó música más interesante y compleja; en el vivo abrió el juego a probar nuevas configuraciones posibles que se terminaron de consolidar cuando, experimentos mediante, se sumaron Lucas Díaz en batería y Fabián Kobelinsky en bajo. La idea de banda estable genera una solidez que aporta profesionalismo, pero creo que para un proyecto como este es vital estar abierto a nuevas mutaciones de formación.
¿Cuál es la conexión con Gabriel Kerman?
Con Gabi nos conocemos hace varios años y nos une una amistad hermosa. Lo conocí en el secundario, él es más grande que yo y siempre hubo una admiración de mi parte. En un momento tocaba en una banda que yo seguía mucho y casi al mismo tiempo empecé a estudiar guitarra con él. Más adelante, cuando dejé de estudiar, nos seguimos viendo porque ya nos unía la amistad y coincidió con el inicio de su proyecto solista. Mientras me animaba a mostrarle mis primeras maquetas de Saint-Andreu, nos unimos más desde acompañarnos con compañerismo y como colegas. Ya en mi primer disco vino a grabar guitarras en dos temas y siempre fuimos de bancarnos mucho y contar con el otro; para la música o para temas más complejos de la vida.
¿Cómo viviste el proceso de grabación con las limitaciones de la pandemia?
Realmente, no me afectó mucho porque en mi casa tengo un estudio con todo lo necesario para poder realizar una producción. Entonces, el proceso fue grabar, armar todo, definir los sonidos y, de manera remota, trabajar con mis compañeros y Gabi, que también podían avanzar sin tener que juntarnos. Con la mezcla fue lo mismo, una vez que estaba todo hecho se envió al ingeniero Ale Rosenblat y listo. Creo que la pérdida más importante fue no poder estar juntos a la hora de trabajar, esa falta de contacto humano fue lo más raro.
¿Qué buscaste transmitir en esta etapa?
Junto con este tema trabajé otros, que aún no salieron, bajo la idea de poder ser autosuficiente; produciendo, mezclando y componiendo mayormente solo. Creo que trabajarlo así va a generar un resultado más personal en la música, así como una práctica enorme en lo técnico. Desde lo que se habla en el tema y lo que más fácilmente se transmite. Creo que tengo muy presente la idea de repensar las relaciones, no únicamente desde el plano romántico de lo que puede ser una pareja o el enamoramiento, sino desde lo afectivo en general. Una amistad también es una relación atravesada por el cariño. Escribir letras y hacer canciones me ayuda a poner en palabras cosas que me pasan. Así puedo entenderme y entender mejor a las otras personas y situaciones que vivimos.
¿Cuáles son los objetivos para los próximos meses?
El principal objetivo es poder terminar un disco para que salga en algún momento del 2021. Por suerte tengo todo el verano por delante y menos restricciones de la situación de pandemia para poder abrirlo hacia más personas y así agilizarlo. Tengo en mente una idea cada vez más clara desde lo conceptual, incluso de cómo tienen que ser los temas y de qué asuntos hablar. También existen algunas cuestiones que me gustaría probar en vivo, pero sabemos bien que es algo sumamente indefinido en estos momentos. Por eso, mejor esperar a un panorama más claro.