Pánico Ramírez, de lo mejorcito de la canción electrónica argentina actual, se presentó en el Teatrito e intentamos seguirles el ritmo.
El ambiente cavernario de El Teatrito tiene mucho de lugar perfecto para espectáculos destinados al público urbano pre y post adolescente como el que se juntó el último viernes para ver a Pánico Ramírez. Cerca de doscientos darkies, entre los que había muchos fanáticos de la iconografía de las animaciones tenebrosas de Tim Burton, fueron el marco del recital ofrecido por el cuarteto de electrocanciones oscuras que está presentando su flamante disco debut (“Al fin solos”, 07).
El grupo salió a escena hacia las cuatro de la madrugada y a lo largo de poco menos de una hora mostró un puñado de canciones entre las que estuvieron “En mi entierro”, “No tiene onda”, “Soy Karadagian”, “Digo que”, “Guillotiname”, “La Banana” y “Mi caramelo no” (tocaron casi todo el disco casi en el orden original). En vivo forman con un bajista parado atrás de una mezcladora de sonidos (Germán Lentino), un guitarrista cantante con laptop y mezcladora a mano (el elegante Diego Baus), un baterista contundente (Gastón Morales) y una cantante cuya mayor arma fue un vestidito por las rodillas (la explosiva Grisel Arquimbau). Y con estas herramientas se las arreglaron para que sus poderosas y simples composiciones irradien un aire bailable y algo pecaminoso entre el público.
Es destacable que la presencia de Grisel Arquimbau sobre el escenario es uno de los puntales de lo que Pánico Ramírez puede ofrecer bajo las luces del escenario. Durante el show buena parte de la audiencia masculina parecería estar esperando que ella aproveche su sensual protagonismo para hacer un solo de piercing o algo por el estilo. Incluso parecería que ella, sabiendo que marca el acento sobre lo que puedan hacer el resto de los músicos, es la encarga de manejara los hilos narrativos de la historia que nos quiere contar Pánico Ramírez. En esa novelita bolichera, autodestructiva e histérica, ella interpreta el libreto de una princesita dark, una bad girl cautivante que bien podría estar acompañada sólo por máquinas. Si nos remitimos a su función musical, su actuación se acota a ejecutar algunos coros y sumar un sólo de pitch en algún tema. Pero lo mejor son sus morisquetas actorales y los gloriosos momentos en los que se sube un poco el borde del vestido para que podamos ver su inmaculada ropita interior. En ese instante llega el éxtasis de lo que puede mostrar Pánico Ramírez en vivo y ya no importa si hay música de fondo, si las computadoras andan bien, si hay notables y recurrentes problemas de sonido, si el bajista no toca casi nunca su bajo o si el cantante aburre un poco. El show pasa por otro lado y en esa línea no hace falta mucho trabajo para convencernos de que lo que está frente al público es digno de ser recordado.