Martes de mediodía.
Se desata un infierno
porque al reformatorio volví
justo cuando empezaba a salir.
Todo fue muy difícil,
recuerdo la rutina:
la cama y no poderme dormir,
la alarma y no poderme vestir.
El sueño y la angustia
con las preocupaciones
son pruebas claras de que no hay dios,
o el nuestro no es un ser superior.
No quise ser tu padre
ni menos tu psiquiatra,
quise ser el idiota estelar
que lleva tu changuito en Wall Mart.
Nuestra casa soñada
un día se hizo polvo,
si bien no diste una explicación
entendí claro el concepto «adiós».
Viernes de madrugada.
La zona liberada
parece un sacrificio, un ritual:
desangro como una yugular.
No te echaría la culpa
porque no corresponde,
te amé como un ateo con fe,
creí en milagros que me inventé.
La nueva de tu saga
no es como las de antes,
cambió el guionista y el director,
tuvieron roces con producción.
Gasté una luca en taxis
siguiendo a mi entusiasmo.
Me recibía de acosador,
quería compartirlo con vos.
Buscaba tu abrazo
y encontré a mi reemplazo.
Mi historia, ¿Quién lo iba a pensar?,
termina un viernes en Casa Trash.
Y hoy veo a Buenos Aires
como un campo minado:
un mapa de los sitios que ya
no voy a volver a frecuentar.
Siempre estaremos juntos
(ahora desde lejos),
nos unen los fracasos de ayer,
la falta de coraje al crecer.
Nada es intransferible,
aunque creamos eso.
Observo mi regazo y no estás.
Alguien ocupará tu lugar.