A los 48, Pil Trafa, el líder de Los Violadores, habla de su disco “Bajo un sol feliz”, asume su madurez y se lamenta del rock actual. La entrevista de Guillermo Zaccagnini, para Clarín.
Volver, en el ánimo, me pega mal”, comenta Pil tirado en un sillón. Ahora, según el librito interno de “Bajo un sol feliz”, el último disco de Los Violadores, Pil Chalar (su apellido real) y ya no Pil Trafa. Ahí está, recién llegado de Perú, su destino y hogar frecuente desde 1997, desde que conoció a Claudia Huerta, su mujer, la madre de su hijo Ian. Entonces, volver es dejar. A veinticinco años del nacimiento de Los Violadores, Pil parece un hombre calmo. El cultor de ese punk de escupidas está grande.
Ahora habla de su hijo: que tararea los temas de Los Ramones, que mira Lazy Town, el programa de Discovery Kids — “Yo lo veo también. ¡Es que es un delirio!”—, y que si resulta músico o no, no importa. “Sí, sería bueno que vaya a una academia musical, que haga lo que no hizo el padre”. ¡Qué careta! “Nah, no es careta, es bueno que estudie. El, en la barriga estaba escuchando Tchaikovsky todo el tiempo. Meses escuchando música clásica”.
Pil bardero vs. el Pil de hoy, padre calmo. Entonces, hagamos un paralelismo. “El Pil de hace veinticinco años era un Pil romántico, al que la sala de ensayo le causaba asombro. Hoy en día es algo normal. Ya no soy ese Pil romántico. Ahora hay otro Pil: grande, mayor, adulto. Aunque siempre supe adónde íbamos a ir, adónde íbamos a quedar”, dice. ¿Y el No future del punk? ¿Contradicción? “¡El ‘No hay futuro’! Yo veía que había futuro en lo nuestro, porque éramos distintos al resto. La banda no era otra más”.
Esa banda pasó por varias etapas. Actualmente, de la formación original no queda más que él, y, de alguna manera, es consecuente con la historia del grupo que cambió a varios integrantes y pasó por una separación en 1992. Pero volver, después de un tiempo, también parece consecuente con lo que dijo hace mucho sobre su carrera: que son y serán Los Violadores. Hoy dice: “Eso que dije era muy nihilista, yo también estaba en el exceso de alcohol y no era muy consciente de lo que decía. Pero sí estuve harto en el 91, en la grabación, ya se nota en el disco (Otro festival de la exageración) que era un grupo peleado, como se nota en Let It Be de los Beatles. La química no funciona igual, al menos yo me di cuenta de eso. Era un grupo que no iba a existir más”. Pero existió y resucitó.
Un cuarto de siglo de punk con peleas varias e idas y venidas. ¿Está bueno llegar así; Los Violadores no quedaron atados a una época? “Yo pienso que en un show de Violadores, por más que no seamos la formación original, uno no sabe si está en los ochenta, en los noventa o en los dosmil. También con Los Ramones pasaba eso: uno no sabe en qué época está y eso es bueno”. Ahá, entonces hay que respetar al punk. “No, al punk no hay que tenerle respeto”.
¿Y cómo te cae esa solemnidad con la que se tratan los cuarenta años de rock nacional? Los homenajes, las estampillas…
¿Hubo estampillas? Ni idea.
Sí, de Tanguito, Luca, Pappo…
Todos muertos. O sea, hay que morir para ser estampilla. Es rendir tributo a personas que han sido importantes para la música: está bien el conocimiento, pero la solemnidad no me gusta. También se toca rock en la Casa Rosada; es extraño. Me parece patético. Oficializar el rock adrede para decir “Estamos con los jóvenes” es propaganda política. Entonces es una mierda.