“La cultura es acción. Nunca hay algo que esté conquistado: hay que estar revisándolo, hablando con la gente que no piensa igual que nosotros y hablar de lo que nos incomoda”. La socióloga Marcela Pais Andrade remarca el riesgo de conformarse con lo ya conseguido y no buscar alternativas para seguir transformando. En una charla con los conductores de Rosca, Marcela provocó: “Éramos unos conservadores, de acá la China”.
Además, abordaron el bullying desde una perspectiva amplia, subrayando la subestimación de grupos con pensamientos diferentes y la necesidad de encontrar códigos comunes para salirse de la grieta. La batalla cultural, según Pais Andrade, radica en alianzas y prácticas cotidianas más que en leyes efímeras. Además, plantea un llamado a estrategias políticas distintas, destacando la pedagogía amorosa como un enfoque clave en la generación de pensamiento crítico.
A continuación, más extractos de la entrevista que podés ver de forma completa en el canal de Youtube de Rosca.
La cultura, como ya sabemos, es acción, es proceso, es tensión, ¿no? Son alianzas, son negociaciones, y nunca hay algo que está dado, y nunca hay algo que está conquistado, y que ahí queda. Hay que estar todo el tiempo revisándolo, todo el tiempo volviendo, todo el tiempo renegociando, y hay que hablar de lo que nos incomoda, y hay que hablar de lo que nos gusta, y hay que hablar con la gente que no piensa igual que nosotros. Y ahí creo que también por la mirada de pensar en la diversidad, y hacerme esa pregunta. ¿Quiénes son las diversidades del Siglo XXI en cultura? La propia práctica de militancia feminista movió un montón de estructuras, y creo que había una diversidad presente, que eran esos grupos con los cuales nos sentíamos muy incómodes de hablar, y que también participan de la cultura. Que también son nuestras y nuestros públicos, productores, creadoras. Y ahí tuvimos un problema que fue, tal vez, encerrarnos, o hablar con la gente que pensaba lo mismo que nosotres. Hoy, con el diario de lunes, podemos explicar perfectamente qué nos pasó.
El bullying y la subestimación
Primero, tendríamos que definir qué es bullying, porque no es solo el discurso de odio o el matrato que conocemos, se puede hacer bullying de muchas maneras, de muchas formas y bajo muchos relatos y normas y prácticas. Entonces, yo sí creo que hemos subestimado a un montón a grupos que piensan diferente, que ven el mundo de una manera distinta a la que nos gustaría a nosotros. Y nos ha costado un montón entender eso.
Entonces, mientras que por un lado el bullying lo podemos entender como estos discursos de odio, de las nuevas derechas, trolles metiéndose en charlas diciendo puta-puto… Y que te planteaba una cuestión hasta ética: ¿qué hacés? ¿Borrás ese chat? ¿Lo bloquás porque está ofendiendo? ¿Lo dejas que se exprese? Me parece que ahí tenemos un gran debate, por un lado.
Y por el otro lado, creo que en nuestras propias narrativas, no sé si bullying o qué palabra podríamos usar, pero sí que hemos subestimado a mucha gente.
La incomodidad y la militancia
Para mí, la idea de incomodidad me parece hasta metodológica, que es algo que no podemos olvidar nunca. Yo no les voy a decir cosas que van a parecer simpáticas. Y hay algo que fue pasando, mezclándolo y poniéndolo un poco en diálogo con la coyuntura, que hemos confundido hacer ciencias sociales con la militancia política. Y eso para mí ha sido un… no sé si llamarlo un problema, pero sí ha sido algo que nos ha hecho armar burbujas en donde no hemos podido pensar críticamente y con claridad los procesos culturales que estábamos viviendo.
¿Quiénes participan en nuestras gestiones, en nuestros proyectos, en nuestros productos? ¿A quiénes se los dirigimos? Y esto yo lo puedo llevar a términos de género o de feminismo. Hace 20 años que hablo de estos temas, que no eran los que a la cultura le interesaba, y la cultura no era problema de los feminismos.
También había grupos de personas de carne y hueso que nadie las estaba mirando, que nadie las estaba escuchando y que se las estaba subestimando. También eso lo hicimos con otros grupos poblacionales, entendiendo que el derecho era para algunos. La pregunta es ¿quiénes eran las personas a las que nosotres considerábamos que tenían esos derechos? Yo creo que acá es incómoda la pregunta. Es re incómoda, porque cuando gestionamos, en general, nosotros tenemos en la cabeza una “población problema”, decía Focault, a la que le queremos dar una respuesta. Y en general esa población problema es la que nos cae empática. Andá a hacer una entrevista con pañuelos celestes… Creo que es nuestra responsabilidad y nuestra obligación poder encontrar códigos en común. Porque los hay.
Leyes que se ponen y se sacan
Hay un nivel que tiene que ver más con un contexto político y contextual histórico de la Argentina. Tenemos que pensar la cultura en nuestro contexto, en Argentina y regional. Por otro lado, y sumándole a eso, también está habiendo un montón de retrocesos de derechos en todo el mundo. En Europa, en Polonia, la ley del aborto se puso y así se sacó, en Italia… La política pública no te asegura nada. Una ley no te asegura nada, porque se pone y se saca.
Entonces, hay que encontrarle la vuelta a nuestra propia situación local, de la Argentina. Yo ahí creo en la interdisciplinaridad: somos gestores o gestoras culturales pudiendo dialogar con otras disciplinas que nos están dando otras herramientas para pensar, no sólo metodológicamente, sino también en el accionar político. No partidario: político. Eso por un lado, que nos tenemos que empezar a abrir.
Y por el otro lado, en lo micro, yo sí creo en que las leyes hoy están y mañana, no. La política hoy está y mañana, no. Lo que perduran son las alianzas y las prácticas. Las acciones culturales cotidianas, que hacen que las personas sienten que pertenecen, que están siendo parte de algo. Yo creo que ésa es nuestra batalla. La batalla cultural no es algo novedoso, es permanente.
Aprender de lo ya hecho
Cada generación tiene formas y maneras diferentes de hacer, de sentir, de pensar y también de transformar. Tenemos que dejar de discutir y pensar entre nosotros en maneras que están ya desgastadas. Hay otras plataformas para discutir. Mi hijo hace 10 años que lo conoce a Milei, porque lo veía en YouTube y era un personaje gracioso. Entonces, el feminismo no hubiese logrado nada si no hubiese armado sus redes territoriales. Fuera de los márgenes del Estado, muchas veces. A veces parezco pesada con esto, pero una debe mirar lo que está hecho. Aprendamos de esas redes que están armadas.
Pensemos esas estrategias colectivas, porque las personas ya vienen con su batalla cultural cotidiana permanente desde hace décadas. Sí creo que es un momento de autocrítica, pero de autocrítica en acción. De revisar qué se hizo mal, qué se podría haber hecho mejor y qué es lo que no vimos.
Con la lectura que va disminuyendo, con las universidades que son desfinanciadas, con las fake news, con lo incontrolable de las redes… ¿Cómo se genera pensamiento crítico?
Yo soy bastante negativa, pero negativa-activa. Las batallas nunca son fáciles, sobre todo porque nosotros estamos en las trincheras. Estamos queriendo un mundo que no es el hegemónico. Estamos queriendo un mundo que casi el 60% de la gente no quiere y que en el mundo no lo quiere nadie. Es hasta romántico lo que planteamos.
Siempre fue, es y será de manera respetuosa y amorosa. Si vos empezás diciéndole a alguien “che, leé un libro”, perdiste. Hay que aprender algo de la pedagogía amorosa que nos plantea estrategias políticas distintas. La estrategia política que conocíamos está cuestionada. Contestar el odio que se recibe con más odio, es raro. Y no porque me ponga acá en hippie pacifista. Hay que encontrar otras formas, aunque no sé cuáles. Generar el asombro, generar la empatía, generar la solidaridad, generar el mirar más allá de una pantalla.
Esto se trabajó mucho desde los feminismos. Con el proyecto del aborto fue así: yo estuve años sin nombrar la palabra aborto y, sin embargo, hablando de eso con poblaciones muy vulnerables, que en general eran muy religiosas, para que pudieran entender qué era lo que uno estaba planteando. Lleva más tiempo, un montón. Pero bueno, hemos elegido esta profesión, porque hay algo de eso que nos enamora.
Vemos al sector cultural movilizado. ¿Te parece que esta coyuntura ayudará a organizarse?
Esta idea de la incomodidad es una crítica. Estábamos muy cómodes. Éramos unos conservadores, de acá la China. Estoy provocando, pero cuando se institucionaliza un reclamo, es un problema. Porque empieza a funcionar desde la lógica de la burocracia del Estado. Entonces, pierde su fuerza territorial y de calle y empieza a funcionar porque tiene que funcionar con un presupuesto, con tantas persona, con tantas lógicas… Y nuestra función es romperla, siempre. Incomodarla, siempre. Porque si no, te conformás y te vas quedando con lo que hay.
Venimos de una pandemia que ya puso en jaque y mostró que el sector cultural era precarizado. Pero no hicimos un verdadero replanteo. Hay espacios, hay personas… no voy a negar eso, pero no llegan a ser una fuerza transformadora en el marco de la política pública de cultura. Mismo los temas que se investigan en cultura son siempre los muy parecidos. Me parece que también desde la formación tenemos una gran responsabilidad, que es empezar a generar problemáticas novedosas en el marco de lo cultural. Y esas son incómodas.
Hubo una transformación en la que se empezó a entender que la cultura es política: lo político de hacer cultura. Pero luego terminó siendo una militancia. ¿Me parece que está mal hacer militancia? No, está perfecto. El tema es que si toda nuestra función cotidiana en el marco de lo cultural es hacer militancia partidaria… y si encima no es crítica, abierta, flexible, creadora, creativa, incómoda… Te quedás en el mismo lugar.