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Descubriendo el universo de Lucas Martí

  • Fabián Casas
  • 9 mayo, 2012

De dónde provienen y hacia dónde van las canciones obsesivas del ex A-Tirador Láser, uno de los secretos mejor guardados de su tiempo. Publicado en la Revista Rolling Stone 170, mayo de 2012.

lucas marti 1
Lucas Martí. Foto: Nora Lezano

Todos los musicos comerciales se parecen. los musicos geniales, en cambio, son geniales cada uno a su manera. Esta historia empieza hace muchos años en la galería Bond Street. Una galería que podía ser un verdadero hervidero para la mente de un adolescente o protoado lescente: locales de ropa usada, casas para tatuarse, ópticas que ofrecen lentes de colores, librerías con libros que celebran la contracultura, negocios que venden indumentaria para skaters. Una parte de la galería está a la altura de la calle, pero hay otra, subterránea, a la que descendés por una escalera. Bajás por una y subís por otra, para volver a salir a la calle, como si fuera uno de los círculos que imaginó Dante en la Divina comedia.

Pero claro, en la puerta del Infierno, Dante puso un cartel que decía: “Los que entran aquí, que abandonen toda esperanza”. La Bond Street producía lo contrario. Los que iban a pasear por ahí, a andar en skate, a charlar, a juntarse en grupo para encontrar cierta identidad en un país que empezaba a aprender a ser democrático de nuevo, tenían esperanzas. El punk mismo, importado de una Inglaterra devastada por el desempleo, mutaba en otra cosa, en una fuerza positiva.

“Me compré un skate en el año 88, tenía unos 9 años –dice Lucas Martí–. La Bond Street era algo increíble. Empecé a andar en skate y, a partir de ahí, también a escuchar la música que me gustaba. Porque el skate es algo que, aunque no se considera un instrumento, es lo más parecido que hay a un instrumento. Como que trae consigo un montón de cosas, es un deporte estético, es rarísimo. En esa época, iba mucho a andar a Recoleta, con mi hermano mayor. Donde hoy hay un shopping había un geriátrico abandonado que usábamos como pista de skate. Nos pasábamos todo el día ahí. Yo me doy cuenta ahora de que muchas cosas me quedaron de esa época. La forma que tengo de vestirme, por ejemplo, como que me quedé atado a ese tiempo.”

Cuando está ensayando con su banda, en verano Lucas usa pantalones cortos y zapatillas. A veces se pone vaqueros que parece ajustarlos con un cinto por encima de la cintura, lo que le da un aire de freak, de chico con problemas, de esos que terminaban en el consultorio psicológico de la escuela. “De golpe aparece Invasión 88, un compilado que fue polémico y que a mí me marcó mucho. Estaban Flema, Attaque 77, Comando Suicida, todos chicos de 17 o 18 años. Fue genial. Es clave porque sale de ahí todo un tipo de música diferente de lo que yo podía escuchar en mi casa. Mi viejo [el músico y fotógrafo Eduardo «Dylan» Martí] me llevaba a los recitales de Spinetta, Fito Páez. Y él mismo era muy fan del jazz rock o jazz fusión. Para mí no es tan fácil determinar el momento en que me pongo a hacer música, porque era muy natural en mi casa, era lo que había todo el tiempo. Incluso hoy formé una banda con mi viejo en la que toco la batería.”

Los padres de Lucas se separaron en el 96, cuando él tenía 16 años y sacaba su primer disco con A-tirador Láser. “Suele encasillarse la música de Lucas como spinettiana y siempre me pareció que ese gesto no era del todo justo con su obra. Es una forma simplista, decorosa, de decir que es una música rara, medio inclasificable, difícil de entrarle”, dice Martín Caamaño, guitarrista de la banda Rosal y novelista secreto (un raro también él en eso, ya que publicó Pálido reflejo, su primera novela, en España y hoy trabaja en una segunda mientras ensaya el nuevo material de la banda que lidera María Ezquiaga). “Creo que si algo comparte Lucas con Spinetta, más que lo estrictamente musical, es el rigor a la hora de definir su propia estética, su propio universo y seguir las reglas de ese universo sin darle demasiada bola al ruido del mundo”, concluye Caamaño.

Para los que quieran más datos está Wikipedia, pero podemos consignar acá que Martí armó en 1996 A-tirador Láser con su amigo Nahuel Vecino. Sacó cinco discos y un ep y, a partir de 2005, inició una carrera solista prodigiosa, peligrosa e inasible que acaba de dar otro adelanto con el ep llamado Por 200 años más y que viene presentando con su banda en pequeños lugares. “Nahuel es mi amigo de cuando mi vieja era rebelde. Ella era un bardo y uno de sus novios era el papá de Nahuel. Mi vieja tendría que escribir un libro, se llama Mercedes Villar. Después mi mamá se hizo amiga de la mamá de Nahuel. Con él entonces tuvimos como una relación de hermanos; ahora él se dedica a la pintura, de hecho ése fue el motivo por el que dejó A-tirador Láser.”

En el 2000, Nahuel Vecino parte hacia Nueva York a vivir y pintar. Lucas Martí se queda en Buenos Aires, pero también se dedica “a pintar”. Hace con su música pintura abstracta. Una música cerebral, sofisticada y, a la vez, primitiva e infantil. En 2003, saca con A-tirador Láser un disco extraordinario y caótico: Otro rosa. Acá podemos tirar una teoría sin pretender ser serios, aprovechar que esto no es un libro, sino una revista de mucho tiraje de la cultura pop. Cada gran artista, enunciemos, a su manera trabaja con la precisión. Lucas Martí es un artista, entonces, de la precisión. De la misma forma que en los goteos espontáneos de Jackson Pollock hay un sistema y hay emoción, así las canciones de Lucas trabajan la realidad, la hostigan, utilizando el lenguaje bajo, alto, “poético”, o hasta de jingle publicitario. Todo sirve. Tanto la lírica como la música son de un nivel altísimo y no pueden ser separadas sin dificultad, como hermanos gemelos que comparten la cabeza. Para Caamaño, Otro rosa “es el único disco de nuestra generación que está en el nivel de cada uno de los grandes de acá”. “Tiene la libertad y la frescura de Artaud y toda la avanzada de Clics modernos. Pero todo lo que García y Spinetta consiguen a fuerza de perfección, Otro rosa, por el contrario, lo consigue a través de la imperfección. Tiene la magia de esas cosas que no podés explicar por qué te gustan tanto.”

En el 68, cuatro adolescentes de Shreveport, Louisiana, viajan a la California hippie con la idea de empezar a hacer música. Sus horizontes musicales van de Frank Zappa a Captain Beefheart. Empiezan a grabar pequeños demos y una de esas cintas llega a manos de un guitarrista de blues llamado Philip Lithman, luego rebautizado Snakefinger. Lithman, en ese entonces, ya había conocido a un compasitor de vanguardia llamado N. Senada, quien propugnaba determinados dogmas que serían centrales para esos jóvenes de Louisiana, como la Teoría de la Oscuridad, que reza que “un artista trabaja mejor si no tiene presente la posibilidad de que su obra llegue alguna vez a ser pública”. La cosa es que Lithman y Senada parten entusiasmados a encontrarse con este grupo que aún no tiene nombre, y luego, en 1971, todos graban un demo que envían a Hal Halverstadt, ejecutivo de la Warner. El demo, conocido ahora como Warner Brothers Album, es rechazado y devuelto al remitente. Como los músicos no habían puesto ningún nombre para la banda, el Correo lo envió a “los residentes del 20 de Sycamore St.”. Entonces nacieron The Residents, una banda de culto que ya lleva muchos discos en bateas y que desde ese entonces suele aparecer con máscaras de globos oculares para ocultar su identidad hasta que la muerte los separe. Meet The Residents fue el disco que los hizo conocidos en el under y cuya tapa ya explicaba, u oscurecía, todo: las caras de los Beatles intervenidas como si fueran zombis. “Quien colabora con los residents es un resident”, dice un grafiti de la época.

“Yo soy testigo de la intensidad con la que se vivían los primeros recitales de los Kuryaki. Ellos hacian algo deforme para la época y recibían también mucha violencia de la gente. Como Emmanuel, mi hermano, tocaba ahí, yo estaba siempre con ellos. Así que me gustaban ellos y los Red Hot Chili Peppers”, explica Lucas. “Pero como era repetidor en el colegio, mis viejos me mandaron con un profesor que se llamaba Gustavo Pesoa, y el tipo me mostró a los Residents. Enloqueci, tenía 13 años. Ahi con Nahuel nos empezamos a hacer los raros. Los Residents me mostraron un mundo que era como antimusical. Estas cosas fueron re buenas, porque me separaron de la influencia de Spinetta y de los Kuryaki. A veces me veo a mi mismo en esa época y me pregunto: «¿Cómo no terminamos haciendo hip-hop?».”

La casa de Lucas es un departamento de tres ambientes, todo blanco, con una biblioteca donde se amontonan discos, dibujos propios y algunos libros. Lucas abre la computadora y muestra las diferentes versiones de los temas cantados por las chicas que forman Varias Artistas, un colectivo de cantantes (Noelia Mourier, María Ezquiaga, Emme, Isol, Natalia Borensztein, Florencia Rutz, Flopa, Martana Baraj y tantas otras) que grabaron y cantan en vivo los temas que Marti compuso para ellas. “En realidad, considero que lo que yo más o menos sé hacer no sé cómo lo hago. Pero lo hago con gran seguridad. Hace poco escuché a Calamaro decir que tenía 100 canciones para un disco. Yo no tengo 700; hice 12 y usé las 12. No trabajo de más. Acá, en la computadora, tengo carpetas con canciones: hay 12 para un disco que ya está terminado y 13 para otro que tengo en mente. No sobra nada.”

Como dice el título del primer disco solista de Ariel Minimal (en el que Lucas canta un tema), un hombre solo no puede hacer nada, y Lucas habla con gratitud de una trilogía que lo avudó a ser lo que es cuando hace música: Nahuel Vecino, en los comienzos de A-Tirador Láser; el tecladista y productor Yul Acri, en la segunda parte de esta banda; y Ezequiel Kronenberg, con el que trabajó en la producción de los discos cantados por las chicas y que es el bajista de su actual banda solista. “Yul es un pibe que venía de El Palomar – dice Lucas-. Es planista. Compartí todo con él. Nos conocimos en un recital. Tocaba en Los Látigos. El participó mucho en Otro rosa y en El título es secreto de A-Tirador y en los primeros discos de mi etapa solista. Fueron cinco años muy intensos yendo en bicicleta a todos lados. Y justamente fue él quien me habló de Ezequiel Kronenberg, me dijo: «Che, hay un bajista que toca bárbaro y está muy copado con lo que vos hacés».”

El Kronenberg argentino está sentado mirando a través de la ventana de una casa del barrio de Montserrat. Techos bajos alterados por edifcios, anarquía arquitectónica: toldos, ropa colgada, plantas, mangueras para regar distribuidas al tuntún, enanos de jardín y hasta la réplica de un busto humano para ahuyentar a las palomas. Cuando va a las reuniones de amigos, Kronenberg sufre de narcolepsta y suele tirarse a dormir en los sillones mientras los demás siguen la parla hasta altas horas. Es un joven delgado como un junco, que habla milimétricamente. “Creo que la mayoría de la gente escucha música para viajar o escapar de la realidad. Se acuestan en su cama y escuchan palabras indefinidas, sonidos quelos transportan, etc. La música de Lucas no sirve ni para viajar ni para escapar, sino todo lo contrario, te enfrenta a un nivel de ultraconciencía del mundo que a veces puede resultar molesto o doloroso, pero que a mí me resulta emocionante”, dice Kronenberg. “Me resulta increíble que Lucas no descarte canciones, todo lo que hace lo graba. Creo que esto habla de su precisión y creo que es algo de lo que ya no puede escapar. Slento que tiene una dirección exageradamente clara a la hora de hacer una melodía, de ponerle acordes y ni hablar de escribir una letra. Para mi la música de Lucas carece de sensualidad. Es raro, porque la música que preflere escuchar está basada en la sensualidad, en climas y en texturas sonoras o hasta en ideas conceptuales que trascienden las canciones. Pero creo que Lucas nunca va a anteponer estas cosas por encima de la canción. Lucas tiene la capacidad de prescindir de los atractivos alrededor de los cuales otros músicos arman toda una carrera”

Acá hay un músico tratando de armar su carrera: en un boliche repleto de los Arcos de Palermo, Lucas está a un costa- do del escenario, abrumado por el calor y los gritos de la gente que se apretuja en un lugar que parece una réplica gigante de una suite de lujo de un hotel alojamiento. En el escenario canta Javiera Mena, que podría tam- bién llamarse Javiera Nena porque parece una niña que se electrifica frente al teclado y canta canclo- nes desparejas e intensas. Ella canta en Varias Ar- tistas, y Lucas está invitado esta noche para can- tar un tema en su show. A fines de los años 60, Moris decía en una hermosa canción que el hom- bre tenía miedo de ver ¿la mujer que habla en él. Lucas Marti no parece tener ningún miedo de investigar el mundo femenino. Y el proyecto de Vartas Artistas fue un viraje inaudito dentro desu carrera solista. No can- tar él sino componer para las chicas. Parecería estar escuchando el recla- mo de anonimato de los Residents. En un costado del escenario, cuan- do cantan las chicas, Lucas toca la guitarra y ocupa un lugar secunda- rio slempre, aun cuando terminan los hises y las jóvenes salen en banda para saludar. Lucas Marti está en un costado, es un Resident.

“La idea de componer para las chicas nació de a poco. Cuando me hice solista, María Ezquiaga estaba en mi banda y cantaba un tema que me gustaba un mentón cómo lo in- terpretaba. Ahí hay un germen de la idea posterior. Despues Emme me pidió un tema para un disco suyo y nunca lo usó. Ese tema quedó y lo grabé con ellas. Y también está la preduccion de Ezequiel, que me ayudó mucho. Sobre todo a auto- limitarme con los elementos de la canción. Yo antes les metía a las canciones muchas capas de sonido, les grababa las voces dos veces, Y no me entraba en la cabeza que no pudiera ser así. Eze- quiel me ayudó a trabajar eso; por ejemplo, yo no manejaba el concepto de que algo apareciera en un momento y sorprendiera, lo mandaba todo el tiempo. El empezo a trabajar mis canciones de manera mas sintética. Las limpió y les otor- gó otro poder. Fue genial”

¿Qué ve la gente cuando ve en acción a Ricardo lorio? El tipo es muy curioso, como el Malevo Ferreyra, parece estar siempre a punto de volarse los sesos por televisión y suele construir un personaje alucinatorio, un fascista simpático, can- tautor metalero y feligrés de la todología a la hora de opinar. Sus opiniones son contundentes y muy graciosas. De alguna manera, es un chivo expia- torio de un segmento social del progresismo. El dice en voz alta hasta los pensamientos más bajos que uno ni se atreve a rumiar en la ducha. Iorio puede decir todo porque los demás no pueden, en- corsetados en las buenas costumbres y adictos al superyó. En otro disco extraordinario de Marti (y van…), llamado «Segundo y último acto de noción», éste elige, para terminar una larga fila de cancio- nes acústicas, un cover de lorio, “En las calles de Liniers”, de Hermética. “Por supuesto que todos tenemos un costado agresivo —dice Lucas—. A mi me encanta lorio. Hermética es lo que más me gusta.” Y recita, con placer: “El tormento del vino artificial y su atmósfera parrillera anestesian la conciencia común que transcurre su infancia en la tierra estomacal”. Cuando está frente a desco- nocidos, Martí es una persona huraña. Como el puercoespin, saca las púas y espera en un rincón. Dala sensación de que siempre te está midiendo para ver si te deja pasar o no, en eso es como la larga aduana de los aeropuertos para entrar en Estados Unidos. Pero cuando pasás los controles, hace un culto de la amistad desaforada. Aunque dice no leer libros –rasgo que tematiza en la letra de una canción: “Junto a un libro best-seller de terror/ un curioso, un pésimo lector/ que de cada diez frases sólo se anima a leer tres/ y entiende que sería bueno no animarse a creer en esos cuentos”–, es un tipo de una erudición notable para “leer” la realidad o lo que eso sea. ¿El abuelo materno de Martí fue el comisario Villar, inspirador de la Triple A? Bueno, él compone un tema genial en el que una de las chicas canta: “Patrullero, dame un tiempo, no me arrestes sin razón, sé que soy/ bandido y feo pero tengo un corazón”. En el video que acompaña este tema perturbador, María Ezquiaga y Juliana Gattas (Miranda!) bailan en un clima seudolésbico delante de un inmenso telón transparente con el escudo de la Federal. Un método peligroso, diría el doctor Gustav Jung, pero de gran potencia y coraje. El dolor, el archivo familiar, los rastros de una madre disfuncional aparecen en una canción pop, engañosamente sencilla, una obra maestra que explica cómo un artista domestica el dolor y metaboliza el pasado. El tema se llama “Capricho en andas” y lo canta Shedona Hushyis: “Mi novio es rabia, mi hijo un clandestino en esta casa/ Capricho en andas, cómo detener su joven marcha”.

Mayo de 2012 “federico moura y spinetta son mis referentes más fuertes”, dice Lucas. “De Luis aprendí que no hay que apegarse a la gente, que uno debe hacerse su propio camino. Ayer me llamó un amigo llorando por lo que había pasado con Luis y con esa visión de que a partir de eso está todo completamente terminado, y yo pensaba… No, no entendiste para nada el mensaje. Para mí la creatividad nunca se detuvo, nunca se detiene. Hoy en día hay un montón de gente haciendo cosas increíbles: Javiera Mena, los chicos de Rosal, que yo creo que van a pelar un disco terrible… Pero a los músicos consagrados les cuesta reconocer que ya no es el momento de ellos. Y tal vez, en parte, tampoco sea el mío. Hay un montón de cosas que se están produciendo que quizá se me escapen por mi edad o tal vez las entienda dentro de varios años. Pero ahora vivimos la época del autohomenaje, como lo de Roger Waters.”

A buena parte de la producción de Lucas se la podría denominar como pop. Pero mientras que el pop pretende siempre estar buscando lo nuevo (las películas de la saga Crepúsculo, por ejemplo, no son sobre vampiros: son sobre el pop) y volverse, por eso, ahistórico, Martí les inyecta a sus canciones la mortalidad, la sensación de que esto está sucediendo pero va a morir. Paradójicamente, de esta manera las canciones crecen con uno y no se olvidan más. Una buena muestra es el disco Tu entregador, que transmite inmediata emoción y sólo mucho después uno busca entender qué pasó, cómo lo hizo, qué quiso decir el autor. Invertir esta secuencia es pedirle a la música que anule su principal cualidad: la intuición. “Pura intuición”, canta una chica en una canción hermosa del disco de Varias Artistas. cae la noche tropical en montserrat. ezequiel Kronenberg dice: “Creo que desde que Lucas hizo el disco de Migue García y el de Varias Artistas, probó que él es quien realmente está al mando ahora y que ya nada se le va de las manos; dice exactamente lo que quiere decir y es capaz de producir discos a pedido y siempre seguir fiel a su estilo. Creo que todas estas cosas hacen sonar al Lucas de ahora más arrogante; no sé si esto les puede resultar chocante a los otros músicos, pero sí creo que su nivel de producción puede resultar ofensivo”.

Martí está sentado frente a Nico Pedrero, el guitarrista de su banda. Le está pasando los acordes de un tema para un show que van a dar en la costa. Diego Arcaute, el batero, prueba los parches a otro ritmo. Kronenberg está parado a un costado, con unos teclados. Uno se pregunta si la presencia de un observador modifica la verdadera idiosincrasia de la banda. De todos modos, el mundo es lo que es. Y mientras se teclean las últimas palabras para esta nota, el pulmón del edificio drena un hit radial de los 70: “Todo tiene música/ todo tiene música hoy/ el mundo es una canción”. Sí, eso. Y la creatividad nunca se detiene.

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