El cantante de El Bordo presenta «Brillando azul», su primer disco solista inspirado en el mundo beatnik, los sueños anotados en una libreta y la experiencia de haber sobrevivido a la pandemia.
La palabra indicada para definir a Ale Kurz por estos días es fortaleza. Ese mantra de orden, silencio y plenitud que rodea al cantante de El Bordo se entrecruza con el ascenso de su propia identidad presente como solista y el camino recorrido con su banda de toda la vida. Es todo alegría verlo ahí, presente en la sonrisa perfecta que lo ilumina desde la puerta que abre en su departamento de Caballito, luego de haber estado internado con un cuadro grave de pulmonía bilateral por coronavirus. Esta fortaleza invisible y actual lo sostiene como un aura potente que destierra cualquier contacto cercano con la muerte.
En la entrevista, nos abre la puerta ese hombre nuevo, con los ojos brillantes y agradecidos. «Charly García dijo que hizo un disco y gracias a eso sobrevivió a la pandemia y a mí me pasa un poco lo mismo», dice mientras subimos en un ascensor diminuto con un espejo que lo devuelve prolijo, más parecido a un modelo publicitario que a un cantante de rock.
“Durante mi internación, pensé en proyectos que me dieran fuerzas para salir adelante”, repasa Kurz. Brillando Azul, su primer disco solista, sin dudas fue su gran motivación y se convirtió en un testimonio de vida.
El piso de Kurz también habla de esa marea de sensaciones que fluyen en él: lleno de luz, con las ventanas abiertas, libros de filosofía oriental a la vista pero ordenados y una pulcritud que lo aleja del prototipo de cantante de rock reventado. El libro de las mutaciones del I-Ching, famoso oráculo milenario chino, destaca en su biblioteca.
¿Así que te gusta el I-Ching?
Me encanta la filosofía oriental en general. No encontraba las moneditas que se usan para preguntar lo que querés saber de tu vida, pero me di cuenta de que estaban al lado, metidas en un sobre. Es un libro hermoso, suelo consultarlo pero lo importante es saber interpretar lo que te dice. Me asombra que tenga tantos años y haya sobrevivido a las civilizaciones y el paso del tiempo, como «El arte de la guerra». Son textos que se pueden seguir aplicando hoy, en la vida cotidiana; eso es alucinante.
¿Sos lector?
Soy muy lector beatnik. Me gustan mucho los norteamericanos de esa generación como Burroughs, Allen Ginsberg y Bukowski. Me encanta la filosofía, pero más cuando es urbana y se entremezcla con vivencias. La filosofía oriental, el budismo, son más teóricos y me cuestan más, pero cuando está mezclado con historias y cotidianeidad le entro más fácil. Aparte me gusta la belleza romántica que tiene ese lenguaje. También leo poesía y uno de mis libros favoritos es «Una temporada en el infierno», de Rimbaud.
¿Asociás los gustos literarios con tu búsqueda musical?
Siempre me gustó el rock de contenido. Esto no quiere decir que uno siempre comprenda lo que dicen las canciones, pero me parece mucho más atractivo cuando sabés que hay algo detrás. Por ejemplo, cuando empecé a escuchar La Renga, me volví loco con las conexiones que ellos hacían con los libros de Carlos Castaneda. Eso es lo que más me alucinaba de la banda. Cuando empecé a entender de dónde venía eso y a leer Las enseñanzas de Don Juan, se me abrió otro mundo. Ahí viajé por Latinoamérica de mochilero y me enganché con todo ese mundo. Mis viejos también son muy lectores y cuando yo era muy chico, mi viejo me dio para leer El Antricristo y me arruinó la vida (risas). Fue algo espectacular porque entendí que se podía romper con las tradiciones y los mandatos. La literatura es un combustible enorme, que mezclado con las vivencias te da mucho para escribir. También tengo un hábito que le robé a Gustavo Cerati, que es leer y mientras tanto tener un cuaderno al lado para anotar palabras que me gusten.
Ale vive en el último piso de un departamento de Caballito que, recuperando las palabras de su estado de ánimo, parece una fortaleza. Un lugar elevado, con ventanales abiertos por los que empieza, de golpe, a correr un viento fuerte pero soportable, que rodea la luminosidad de la tarde dibujada entre los edificios que se ven a la distancia. “Mi casa es así, está hecha de viento”, bromea el cantante que convive con Vicky, su novia a la que no pudo ver durante su internación por Covid, debido al aislamiento. “Nos llamábamos por teléfono y recibía el apoyo de mis familiares que iban hasta la puerta del hospital, aunque no podían entrar”, recuerda el artista de esa oscuridad que parece haber sido barrida por todo ese viento que acaricia su departamento.
¿Se puede decir que zafaste de morir?
¿Sabés qué fue lo que me pasó? Cuando estaba internado entendí que eso no podía ser el final, que había que seguir brillando en esta vida, aunque sea en un solo color. Ahí nació la idea de Brillando azul. En mi caso, la experiencia que viví fue un poco extrema. Siempre me cuidé mucho, por mi familia, pero con la sensación de que si me llegaba a agarrar el virus, no me iba a pasar nada. La cosa es que me contagié en febrero de este año y me pegó muy mal. No me lo esperaba porque no soy grupo de riesgo. Estuve nueve días con 38 de fiebre que no bajaba y los hospitales tampoco querían internar porque había superpoblación de camas ocupadas en terapia. Cuando conseguí hacerme una radiografía me dijeron que tenía neumonía bilateral y tuve que quedarme internado. El problema era que la fiebre no cedía y yo me sentía cada vez peor hasta que al tercer día me pusieron oxígeno. Me dolía el cuerpo y las costillas, no podía tomar aire, estaba todo flaco, chupado, sin fuerzas. Tuve suerte de salir y creo que, como diría Castaneda, fue un movimiento en mi punto de encaje que movió mi percepción sobre el mundo y tus prioridades.
¿Pensaste en la muerte?
No me llegué a asustar pensando «me voy a morir», pero sí reflexioné sobre lo breve de todo y que no hay tiempo que perder. Dije, «bueno, ahora salgo de acá, tengo estas canciones y las voy a grabar». Los proyectos me dieron fuerza para pensar en grabar los temas que tenía. El título del disco me bajó estando internado. Pensé en lo importante que es seguir brillando, aunque sea en azul, pero en esta penumbra tenía que aparecer la luz. Si entramos en un debate más conspiranoico, de alguna manera vivimos una Tercera Guerra Mundial, una guerra bacteriológica en la que los protagonistas no estaban claros.
¿Estás a favor de la vacunación?
Respeto al que piensa que no, pero de ahí a pensar que me van a poner un chip para controlar mis acciones… no llego a pensar eso. Sí creo que no es una vacuna que no tuvo el tiempo suficiente como para estar aprobada, sino que fue sacada de emergencia pero creo en la medicina occidental y tomo Ibuprofeno cuando tengo fiebre. Entiendo que el que vive en la montaña y no toma ningún medicamento ni come alimentos envasados no se quiera vacunar. Tampoco creo estar lo suficientemente capacitado como para discutir las vacunas, tendría que estudiar más del tema.
Brillando Azul, se aleja del sonido que venían manteniendo con El Bordo…
Sí, eso fue un movimiento deliberado de mi parte. La primera canción que me salió fue «El Comienzo», con un tono íntimo electrónico. Apenas la empecé a imaginar la sentí distinta y sin competir con lo que hago con la banda porque son dos propuestas diferentes. Entonces fui vistiendo los temas de una manera diferencial con algunos extremos como la última canción del disco, «Mar de Sonrisas», que salió solamente con guitarras, un cuarteto de cuerdas clásico y mi voz. Estos formatos se hacen más difíciles de llevar adelante en una banda de rock.
Es un disco que saca una parte tuya desconocida…
El disco me dio la posibilidad de llevar las canciones a otros lados. Por ejemplo, en «La mandolina» que tiene cosas más folk o temas que son más pop con agregados electrónicos, más alternativos. La verdad que estoy muy contento con los colores que tiene el álbum. Volviendo con Cerati, creo que seguí esa frase de él, cuando dice que el riesgo es el camino más intenso. Me gustó la idea de arriesgar y no pisar sobre seguro. Al mismo tiempo creo que tiene sentido que mi primer disco solista sea distinto a lo que hago con la banda, porque sino ¿para qué lo saqué? Siento que el resultado fue un disco muy íntimo, con interpretaciones de la voz muy al frente y una calidad de audio impresionante.https://www.youtube.com/embed/-1eDnScGs8M
Ale hace una pausa, mira por uno de los ventanales que dan hacia el sur de Caballito mientras la tarde va agotando sus colores en un sol ya imperceptible. De repente se para y vuelve con una libreta de tapas de cuero marrón, como si se tratara de algún libro mágico de esos que guardaban los sabios de la Edad Media. “Mirá acá adentro anoto los sueños y las letras que se me van ocurriendo”, dice mientras pasa las hojas del cuaderno que lleva como título “La Pluma Vagabunda”; muchas anotaciones en birome bic azul, con pocas tachaduras, y caligrafía prolija en mayúsculas. “La verdad, no tengo idea de dónde sale todo esto; a veces pienso que soy una especie de muñeco al que le dictan todo lo que va saliendo mientras escribo”, reflexiona y el aire se contagia de esos versos de El Bordo: Dormido estás, viajando por tus sueños / y el sol que está buscando abrir tus ojos/ para que al despertar veas un mundo distinto/ que en vos tal vez cambió…
Hablando de la vida y la muerte, el rock parece siempre estar al límite de todo esto.
Es como una cuestión épica de tragedia griega. Se pone muy en juego el tema del amor, el romanticismo, la vida y la muerte. También la traición. El rock es un género muy pasional. A esta altura ya no hablamos del rock como un género musical, porque sería muy amplio todo lo que incluye dentro, pero sí que la cultura rock tiene que ver con la pasión, el sentimiento. No sé cuántos géneros musicales provocan que haya un chico o chica que se tomen un micro para ir a ver una banda desde Mendoza a Buenos Aires. No creo que esa movida exista en otros géneros que no sea el rock. Esa pasión despierta muchas variables y límites entre la vida y la muerte. Puedo nombrarte como ejemplos a los héroes del rock: Cobain, Janis Joplin, Hendrix y todo el Club de los 27 que yo por suerte ya pasé hace rato, porque tengo 38 (risas). A mí me encanta la vida, pero la muerte es una consejera, la que nos pone en vereda y nos muestra el riesgo. Vivir con la conciencia de la muerte es lo que te hace valorar el día a día y lo que tenés.
Hablando de estrellas de rock… ¿Cómo te llevás con la fama?
De entrada tenés que hacerle caso a los que te conocen de antes. Mi sensor siempre son mis papás. Si ellos dicen que hay algo que estoy haciendo que no les parece, es a los primeros a los que voy a escuchar. También a mi pareja y amigos que me conocen desde siempre. Esos son los que no quieren nada de vos, solamente te quieren y los más importantes. La vida es como un viaje en tren; a veces compartís el vagón con alguna gente y después te toca estar con otros, en otro trayecto. Por otra parte, no soy de esos que les gusta dar portazos porque el mundo es chico y a la gente te la volvés a cruzar. Si tengo que cerrar un vínculo, trato de que sea con armonía.
O sea, que no te presenta muchos inconvenientes…
Pasa que yo voy viviendo lo mío y creo que lo que me pasa es porque me tiene que pasar. Es lo normal, pero a veces pienso que tenía 23 años y estaba tocando en Obras para 4 mil personas. En ese momento no pensaba mucho en eso y ahora soy más consciente de que era un chico que estaba manejando un nivel de energía enorme. Me sorprenden esas cosas, pero también pasaron más de veinte años y creo que lo único que mantuve constante en todo ese tiempo fue a la banda. Cambié de gustos, formas de pensar, influencias, mil cosas; por eso tener un proyecto que dure tanto, con perspectiva a futuro, lo considero super valioso.
Grandes historias pasaron por ese tren de la vida que nombra Ale Kurz, llamado El Bordo. Desde sus inicios a fines de los neoliberales años noventas, como un grupo de amigos del colegio que debutaban en el bar La Colorada de Caballito, a un camino que los disparó a ser una de las bandas de rock barrial más convocantes de todo el país. De la explosión del Carnaval de las Heridas (2002), hasta Instante Eterno (2018) el acústico en vivo y publicado por Sony Music, la banda experimentó un crecimiento sostenido en seguidores y solidez musical.
¿Se llevan bien entre ustedes?
Claro, por supuesto. Hay un vínculo sano, lo que no quiere decir que existan conflictos porque son inherentes a la vida humana. Nos queremos mucho y queremos lo mejor para el otro. Eso es lo que hace que el proyecto dure tanto. Esto que estoy haciendo ahora es un poco una inquietud artística que quiero que conviva con el grupo. Estoy muy contento porque ahora tengo a mi banda de rock y por otro lado mi proyecto más íntimo, al que voy a llevar a salas de teatro y lugares más chicos. Ambas cosas me dan una visual artística que me resulta muy atractiva.
«La Pluma Vagabunda» sigue apoyada sobre la mesa, con sus tapas de cuero marrón cerradas y una pequeña piedra de color rosa que lo adorna en la parte de arriba. Adentro están los gritos y sueños de Kurz, esas contradicciones abstractas que según los psicoanalistas vienen del inconsciente de las personas, pero los artistas saben que no puede ser solo eso, que hay mucho más, por eso siguen escribiendo.
¿Qué sentís cuando escribís las letras?
Mis letras son genuinas, nada de lo que escribo es impostado. Vos me decías hace un rato que soy prolijo y creo que la elegancia es un valor muy importante, también en las palabras y el modo de decir las cosas artísticamente. Eso lo veo como un todo que quizás tenga que ver con el momento que estoy viviendo ahora, a esta edad. Por ahí, de chico era solamente la pasión y buscar el desenfreno y el éxtasis que genera la música y cualquier tipo de expresión artística. El rock te vende una desprolijidad que no es real. Hendrix a la noche se clavaba un ácido, tocaba y se prendía fuego con la guitarra, pero si lo agarrabas a la mañana, el tipo sabía muchísimo de música, instrumentos y obviamente que también sabía de guitarras. La comercialización mainstream que se hizo del rock estuvo relacionada con el descontrol, el reviente, el exceso. No creo que puedas durar demasiado de esa manera, y mi objetivo es durar con pasión, transmitiendo algo que sea genuino.
¿Notaste alguna influencia particular en «Brillando azul»?
Siempre que lo escuché me pareció que era música nueva. También encuentro influencias, por ejemplo cuando uso la mandolina, hay algo de Chris Cornell en su etapa solista, también de Johnny Mitchell y Led Zeppelin. En otros momentos el disco suena más beatle, más britpop onda Stereophonics o The Verve. Incluso alguna cosa más pop como The Killers o Kings of Leon. Son bandas que me gustan mucho, que se alejan del sonido de El Bordo como INXS. Michael Hutchence me parece uno de los mejores cantantes de la historia. Escuché cosas muy variadas que participaron indirectamente como influencias en el disco y me gustó mucho el resultado final.
Brillando azul, se compone de ocho temas con todas estas influencias que comenta Kurz y más. El álbum consuma una vida propia con fuerza y sutileza en un espectro rockero que conmueve por lo poético de sus capturas musicales pero también por sus letras que rozan la experiencia personal reciente del artista: El miedo de vivir nos va a enfermar, nos va a partir, nos va a cobrar nuestro festín, dice el “Penumbra”, el tercer tema del disco. Se hace de noche y el vendaval persiste. Los ventanales siguen abiertos en el departamento de Ale y ese viento que todo empuja continúa llevándose lo malo para que quede lo bueno. Esas ráfagas que bien podrían ser el amor por la vida del que se sirve Kurz todo el tiempo, escribiendo en ese libro mágico que contiene todos sus sueños