A 50 años de su debut discográfico con el fundacional álbum «30 minutos de vida», que contiene clásicos del rock argentino, como «El oso», «Ayer nomás» y «De nada sirve», entre otros, el legendario trovador Moris consideró que ese trabajo perdura en la memoria colectiva porque en su confección «hubo sinceridad y emoción».
«No puedo autoengrandecerme pero hubo sinceridad y emoción», fue la respuesta dada por el ícono de la canción existencialista, al ser consultado sobre la vigencia de esta monumental obra que días atrás fue publicada por Sony en Spotify, para conmemorar sus «bodas de oro».
Con títulos como los mencionados, además de «Pato trabaja en una carnicería», «Escúchame entre el ruido», «Esto va para atrás», «El piano de Olivos» y «En una tarde de sol», la placa inaugural de Moris desplegaba media hora de una música visceral, honesta y reflexiva que, más allá de apelar a alguna fábula o historia cotidiana, interpelaba al oyente en torno a la libertad material y espiritual.
Aunque ya había entrado en la historia al registrar junto a su grupo Los Beatniks el tema «Rebelde», considerada la primera grabación de rock en castellano; y al establecerse como una de las figuras más prominentes del nuevo movimiento juvenil, «30 minutos de vida» configuró para el gran público el perfil artístico de Moris.
Grabado en los estudios TNT, bajo el mítico sello Mandioca, el disco contó con la participación de amigos como los Manal Javier Martínez y Claudio Gabis; Pappo, en el bajo; y Richard Green, del grupo Los Inn, quien aportó su órgano farfisa.
Más allá de la colaboración de estos músicos, el disco se caracterizó por su sonido acústico, acaso un rasgo que resaltó el carácter trovador de Moris, con un fuerte hincapié en sus profundas líricas.
En ese contexto, resultan impactantes la metáfora sobre la opresión del hombre y las ansias de volver a un estado de libertad primal contenida en «El oso»; la crítica a la caída de los ideales y el consumismo en «Pato trabaja en una carnicería»; la cruda confrontación de esas ideas con la realidad en «Ayer nomás»; y la futilidad de la búsqueda de respuestas en conductas evasivas planteadas en «De nada sirve», por citar sólo algunos ejemplos.
Tras la edición de ese trabajo, Moris lanzó un segundo disco en 1974 y luego emigró a España, en donde a caballito de viejos clásicos del rock cantados en castellano y composiciones propias, se posicionó como un fundador del género en ese país, tal como lo había hecho casi una década atrás en Argentina, junto a Javier Martínez, Tanguito, Pajarito Zaguri y el poeta Pipo Lernoud, entre otros.
De regreso a la Argentina, en la década del 90, publicó algunos discos más, aunque a medida que fue pasando el tiempo profundizó su bajo perfil al punto que, en los últimos años, apenas se lo pudo ver en unos pocos shows, más allá de haber registrado «Familia canción», en 2011, junto a su hijo Antonio Birabent, y su último trabajo hasta el momento «Ayer, hoy y siempre», en 2017.
A pesar de mantenerse al margen de la vida pública, Moris aceptó responder algunas preguntas sobre el disco que cumple 50 años y resurge con fuerza a través de su edición en plataformas digitales.
¿Cuál es el primer recuerdo que le viene a la memoria respecto al disco?
Moris: La percusión de Javier Martínez; la guitarra eléctrica con wah-wah en «Pato trabaja en una carnicería»; el coche de la policía en la puerta de los estudios TNT, obsesionados con el pelo largo y las «canciones rebeldes»; La enorme sala donde grabaron Almendra, Manal, Vox Dei, yo mismo y antes Troilo, Goyeneche, Piazzolla. Cabían 60 músicos y, un lugar grande, te lleva a componer grande. Los técnicos, hombres de 40 años con muchas horas de vuelo, que ayudaban, a muchachos de 25 años, en nuestras ideas.
¿Cuáles son los cambios más grandes y las continuidades que percibe en su ser artístico entre ese disco y su presente?
Entre ese disco y mi último hay 50 años biológicos. Ese disco lo compuse y lo canté bajo la presión de lo que tenía que vivir: la entrada al mundo adulto, defender mi espacio de libertad frente a los gobiernos militares y a la esclavitud cultural imperante. El cambio que veo es que yo no estoy peleando tanto por mi mundo personal. Quizás ahora las ansias de reconocimiento y expresión interna tienen menos urgencia y reclamo menos porque ya tuve respuesta.
¿Qué lecturas hace de esas letras? ¿Las resignifica de alguna manera en el contexto actual?
Los interrogantes eternos seguirán siendo los mismos. Mi mente ha cambiado poco así que me las sigo cantando a mí mismo? y me gustan.
¿Cuál de esas letras siente que más lo representa en la actualidad?
No me inclinaría por una porque dejaría aparte otras que también tienen su peso. Pero quizás, de tener que elegir, optaría por dos: «De nada sirve» y » Escúchame entre el ruido».
«Ahora que miro la lista de los temas, los veo como pedazos de un rompecabezas incompleto, que soy yo mismo?», escribió en la contratapa del disco. ¿Se sigue autopercibiendo así?
No me sigo viendo tan así porque me he roto la cabeza para que ese rompecabezas esté algo más ordenado.
Tanto este disco, como otros de esa generación, expresaba planteos muy claros al mundo que los rodeaba. ¿Creé que las generaciones siguientes mantuvieron esa línea?
Algunos decían que ese grupo quería cambiar el mundo. Yo creo que queríamos cambiar nuestro mundo individual, personal, pero nunca quisimos divertirnos ni tener un sueldo estable. Las generaciones siguientes, sin generalizar, aspiraron a ser profesionales, artistas con talento pero «catedrales», no. Y ahora buscan ser más ingeniosos que los ingeniosos y, de ser posible, genio comercial, liviano, sin sal.
Entrevista: Hernani Natale