El segundo EP del cuarteto platense El mató a un policía motorizado presenta 7 temas algo optimistas: la vida.
En la vida no todo es lindo ni nada es tan fácil, pero se puede encontrar encanto y optimismo aún en el abandono o el dolor. Los personajes que nos sonríen desde el segundo EP de “la trilogía que ilustra el nacimiento, la vida y la muerte (el fin de los tiempos)” logran generar una sensación de anormal placidez en el oído. Y para cuando termine el disco queda la sensación de que El Mató es la clase de banda a la que no le interesa caer en concesiones estandarizadas.
A partir de “Chica rutera” los músicos del cuarteto platense (Santiago Motorizado en bajo y voz, Doctora Muerte tras los platos y parches, y Ninio Elefante y Pantro Puto en “guitarra letal” y “guitarra tornado” respectivamente) dejan ver sus armas de a poco: una guitarra repite un arpegio, se cuela el bombo en negras y después la segunda guitarra y el bajo entran y completan la base. A los treinta segundos Santiago empieza a susurrar, manifestando una añoranza como de querer ver a alguien ausente. La letra reiterativa y anhelante (“Chica rutera espero que vuelvas”) se repite hasta que la base se transmuta en un desconcierto sónico que permite entender lo de “guitarra tornado”. En estos cuatro iniciales minutos es evidente cierta falta de respeto al formato típico de la canción y se señala un universo donde la intensidad aplicada a los instrumentos es lo que le da forma a la arquitecta sonora. “Amigo Piedra” parece ser una notable y afectiva descripción de un amigo que “es mucho mejor que los demás” y “sueña con un barrio mejor”, un freak que está “todo el día pensado” y al que se le pide ayuda (¿mecánica?¿química?) para arreglar un auto y “viajar a un lugar nuevo”. El track que titula la placa resume la esencia de la fórmula de El Mató: una guitarra acopla, otra marca un riff allà Joy Division, la batería parecería ir despareja y la voz astillada aúlla. “El rey de la TV italiana” es una sonrisa forzada durante un momento triste, una parodia de clima alegre que tiene algo de tarantela kraut. Y ahí llega “Vienen bajando”, otra canción cabizbaja donde la batería mid tempo se oye bien al frente y el clima recreado transmite la sensación de dolor y cansancio posterior “al festejo de la primavera”. En el solo de viola enseñan que no todo es cuestión de poner una distorsión taladrante y subir el volumen, sino que demuestran capacidad de alcanzar la precisión armoniosa; otro elemento interesante son los platillos de la Doctora Muerte, que forman un marco cálido, como de campanitas disonantes alegrando un atardecer. Después sigue un instrumental optimista y casi noise bautizado bizarramente “Provincia de Buenos Aires” donde se exhibe una cuota de groove, sobre todo para titular las composiciones. El capítulo cierra con “Leguas de fuego en el cielo”, un villancico eléctrico casi-hermoso-casi-desolador cantado para un ser luminoso al que se le remarca que “no se quiere pedir perdón”; esas últimas palabras marcan una actitud evocativa dentro de una atmósfera celestial con distorsiones.
La firma del grupo parece estar en la capacidad para armar letras algo optimistas sobre melodías abatidas. En ese estado de inestabilidad espiritual se origina la belleza conceptual de El Mató. Estos veinte minutos de melodías parecen reiterativos, pero en algún momento generan un clic que nos cambia la percepción del contexto. De algún modo se forma cierto asilo afectivo, cierta alegría delicada, cierta congoja que afloja su poder al manifestarse. Y así quedamos, esperando que llegue la muerte para que concluya la trilogía. Mientras, disfrutemos los regalos de la vida.