La Máquina de Hacer Pájaros presentaba su segundo disco en el Luna Park ante unas 10mil personas el 17 de junio de 1977. A los pocos meses, se disolvería. Rescate de una nota crónica en la Revista Pelo Nº87, julio de 1977.
Espectáculo y apertura evolutiva
El marco magnificente del Luna Park, cubierto de expectativas por escuchar el nuevo material de La Máquina de Hacer Pájaros para su nuevo álbum, “Películas”, sirvió para canalizar las energías del publico que disfrutó y respetó la música que se realizaba, lo que contribuyó a enfatizar el clima de fiesta preexistente. Las condiciones acústicas tendieron a desdibujar sutilezas que, en mayor medida ahora, contienen las nuevas composiciones del grupo. No obstante, el sonido, pese a algunos traspiés, logró equilibrarse adecuadamente.
Paulatinamente, los conciertos de La Máquina se acercan a una muestra integral de sonido e imagen aportando la ironía que respiran las letras con parodias histriónicamente graciosas, absurdas. Por ello, Carlos “Conde” Cutaia abrió el recital vestido con una larga capa y un candelabro en una mano, y sentado al órgano ejecutó los primeros acordes de la noche. Posteriormente, se presentó “un grupo nuevo” —según palabras de Garcia— durante el intervalo, que no fue sino La Máquina disfrazada de grupo punk-rock con Ch. G. como vocalista, vestido de manera ridícula.
El plano musical presentó una variante con respecto al material integrado en el primer álbum, también incluido en este recital. El desarrollo de los temas se hizo más cuidadoso, con un mayor aprovechamiento de la amplia base armónica que propone Cutaia, además de que las composiciones expresan un fluido manejo de la melodía con pasajes rítmicamente potentes pero igualmente elaborados, aunque de un modo menos rockero. El poder comunicativo de las composiciones se encuentra centralizado en el peculiar “swing” que el grupo imprime a los temas y en la ductilidad para enredar armónicamente fraseos cadenciosos con fraseos entrecortados, sincopados. La labor de Bazterrica sirvió de nexo entre el soporte rítmico y las densas armonías que se entrelazaron en los teclados, aunque sus solos se dejaron llevar por clichés, salvo en algunos pasajes donde se reencontró al guitarrista directo pero inteligente. De todos modos, la labor solista de Carlos Cutaia fue la que ofreció mejores perfiles, por la imaginación, por momentos jazzística, que desplegó.
En el tema “Obertura” fue apreciable la complementación armónica entre los teclados sobre la compacta base del resto del grupo. El agregado de una sección de cuerdas en el tema “No te dejes desanimar” creó un clima sutil debido al correcto arreglo. Asimismo, la inclusión de bandas sonoras en los temas “Ruta perdedora” y «Qué se puede hacer salvo ver películas” (sobre la base del cual fue titulado el álbum) condimentaron la música con justeza. Pese a todo, la parte vocal es la que ofreció el punto más flojo de la buena actuación del grupo, debido a la escasa amplitud de registro de García y los coros endebles que lo secundaron. Las letras, a pesar de que fueron esporádicamente audibles, mostraron el duro sarcasmo de García a la vez que su sentido para expresar en pocas palabras todo un contenido, sin que en ningún caso pierdan un corrosivo estilo estético y su perspicacia. En buena medida, La Máquina dejó en claro que transita por un período de mayor madurez compositiva, visible además en los arreglos.
Más allá de la susceptibilidad de algunos guardianes particulares del Luna Park, La Máquina concitó una mayor atención al trabajo musical profundo que a la excitación en estado puro, lo que evidenció una mayor preocupación por utilizar las potencialidades de ambos teclados.