Javier Malosetti presentó su espectáculo “Villa” en La Trastienda. El comentario de César Pradines, para La Nación.
Cualquiera que esté interesado en saber qué está pasando en el jazz debería oír al Javier Malosetti Quinteto, un grupo de clara impronta rítmica y cuyo sello es la variedad. El concierto de anteanoche, en La Trastienda, tuvo algo de bautismo de fuego, de confirmación del momento por el que atraviesa este intérprete y compositor. Dirigió al grupo de manera impecable, sin altibajos; tanto sus solos como su labor de acompañante (aunque en realidad no fue demasiada) dejaron a la vista su infatigable imaginación. Y además, cantó.
Malosetti tiene una constante energía motora que lo ubica como un estilista distintivo. En esta presentación del segundo disco del quinteto (aunque, tal como enfatizó durante toda la noche, es el tercero en su carrera) el grupo se mostró afiatado sobre el escenario, en el que se lució el pianista Andrés Beeuwsaert, un joven de 23 años y de una madurez llamativa en su estilo, una combinación de Bill Evans y Hancock. La banda exhibe una propuesta de tipo alquímico, una elaborada aleación a base de hard bop, funk, a go-go, fusión, algo de romanticismo hendrixiano, un cierto gusto por las disonancias y hasta exóticos aportes de la música disco, los que crearon una de las experiencias formalmente más interesantes.
El quinteto dejó atrás las fórmulas conocidas y hasta demagógicas de tocar de manera impactante y se internó por caminos de integración rítmica que, basados en sencillas estructuras, son desarrollados de una manera emocional, en especial el tándem de Beeuwsaert-Malosetti, que desplegó un amplio abanico melódico-rítmico.
Abre el show con un tema a medio tiempo, el sonido es algo nuboso y no permite apreciar demasiado los matices de la banda. Desde ya, se percibe que Pepi Taveira, una suerte de pivote en el grupo, también está en su noche. Su touch , preciso, cayendo detrás del beat, provocó un swing cargado y contagioso. Sus “press roll” indicando los cambios de tiempo jugaron además como estímulo para los solistas.
En esta ocasión el quinteto mostró, mucho más que otras veces, un nuevo perfil, al establecerse en el escenario dúos de bajo-batería, piano y batería, bajo y piano, es decir, una utilización intensiva de la sección rítmica.
No tan utilizada fue la sección melódica; aunque el trompetista Bellotto aprovechó de manera inteligente sus espacios: solos concisos y de precisión geométrica reafirmados por un silbato (una de las notas graciosas de la noche). Cámara, un saxo expresionista de estilo melódico y directo, tuvo intervenciones medidas con un discurso rítmico que se acopló al groove.
Una de las primeras conclusiones es que el grupo está algo subutilizado, aunque, ciertamente, sobre gustos no hay disputa. Lo que sí se percibe es que el quinteto tiene potencialidades que no están debidamente utilizadas, como si la necesidad de mantener el liderazgo estuviese asentada en un excesivo individualismo.
“I´m down” tiene la forma de un blues abierto, en el que los solos de Bellotto y Cámara le ponen un acento swinguero; Malosetti canta y prepara con su voz los climas para la improvisación del pianista, que elige un tono de los años 60, en el que reconstruye la melodía. Taveira pone una cadencia negra en la respiración del beat, algo atrás, fortaleciendo la atmósfera con los armónicos de los platillos. Malosetti toma el solo como si su bajo fuese un sintetizador. El clima crece, el arco de tensión llega al máximo y una escala descendente refuerza este andar blusero.
En “Villager cumbia” el bajista rompe el ritmo en intervalos personales, pulsa más que el beat, aunque el beat siempre está allí. Pone sus “sonidos”, es decir, los crea en relación con el organismo musical total. Sus solos tienen aromas autónomos, pero hay siempre un movimiento rítmico que hace del solo un comentario en continuo cambio sobre el resto de la música , al mismo tiempo que sirve de balance a la improvisación.
En medio de uno de sus solos suena un celular, el bajista lo toma como figura y lo repite, en el tono exacto. El público aplaude la forma en que un inconveniente termina por ser una inesperada ventaja.
En “Prosperity” el clima baja. En una balada que parece una eterna introducción, el bajo y el teclado relatan la historia. Las líneas de Beeuwsaert suenan frescas, influencia de Hancock. Su mano izquierda, de fuerte solidez rítmica, contrasta con su derecha, que utiliza para desarrollar un bellísimo sentido de la sencillez.
Algunos de los solos de Malosetti muestran la incorporación de figuras de contrapunto elaboradas con métodos electrónicos, como el octavador. Su fraseo lírico, su velocidad, junto con un dominio de los armónicos, lo señalan como un virtuoso.
La parte fuerte, cerca del final, se inició con “Spaghetti boggie”, que introduce Taveira con un ritmo de marcha, los “chorus” del bajo están realzados por la sección de vientos que martilla la frase. Luego “In a silent way”, de Zawinul, con una larga intro de Malosetti que describe con sus líneas una suerte de facetas emocionales, con descansos, respiración y pronunciación flexible. De ese clima surge la trompeta de Bellotto recordando el espíritu de Miles Davis. Hay un quiebre y entra Taveira marcando en negras, el motor del ritmo toma calor; será quizás el momento más intenso de la noche, que consigue su clímax cuando el bajista se sienta en otra batería y comienza una rica conjunción de tambores. Dos bateristas (Malosetti toca el bajo como derecho y la batería como zurdo) creando un clima indescriptible, pausa y otra vez asomando “In a silent way”.
Final y un bis con “Don´t back you, baby”, con coros de Bellotto y Cámara que recuerdan a los Point Sisters. Una gran noche para el quinteto que abre de manera inequívoca uno de los senderos más creativos y vertiginosos del jazz argentino.