Después de 40 años, Los Gatos Salvajes dio un show a sala llena. Tocaron temas de su único LP y otros inéditos. La nota de Guillermo Boerr, para Clarín.
Todos los que estaban allí lo sabían: era una celebración. Es que los shows de Los Gatos Salvajes funcionaron como hito histórico, midiendo los 40 años desde la edición de su único disco, en 1965, el primero de rock argentino de autor. El público que hacía cola para entrar al Ateneo, el viernes por la noche, era mayormente nostálgico. La fila para entrar al primero de los dos conciertos porteños de la banda (la experiencia se repitió el sábado, y también darán dos recitales en su Rosario natal) daba la vuelta a la esquina y se extendía por una cuadra y media.
Pasadas las 11 de la noche, horario pactado para el comienzo, salió un presentador con credenciales propias. Miguel Botafogo volvió a demostrar que es uno de los mejores ejecutantes de guitarra slide de nuestro país. Luego de tocar dos temas en los que homenajeó a su bienamado Pappo, se fue con un aplauso cerrado. Desde al costado del escenario, presentó al grupo que todos habían ido a escuchar.
Litto Nebbia (voz, guitarra y piano), Ciro Fogliatta (teclados), Juan Carlos “Chango” Puebla (guitarra), Guillermo Romero (bajo) y José “Turco” Adjaiye (batería) salieron con un aplaudidoPeppermint Twist. Cuarenta años después, abandonaron sus uniformes (no olvidemos que son de una época en que a los grupos se les decía “conjuntos” y, por sus flequillos, los músicos eran “melenudos”). Había en el aspecto visual cierta desprolijidad que no tenía que ver con el uso de ropa casual, sino con el hecho de que Nebbia leía las letras de las canciones, acomodadas en un atril. Desde lo sonoro el show fue impecable. Y las palmas se las llevó el teclado de Fogliatta, un Yamaha prestado por un coleccionista que vino a reemplazar a aquel Farfisa que, en los 60, dejaba boquiabiertos a todos.
Además de hacer canciones de su único long play, Los Gatos Salvajes interpretaron temas que Nebbia había compuesto para la banda pero que nunca llegaron a grabar. Estas canciones, estructuralmente más relajadas que sus esfuerzos primarios de composición, dejaron en evidencia que Los Gatos no fueron más que la continuación natural de lo que sus antecesores venían haciendo hasta entonces.
El momento emotivo fue la presentación de un Andrés Calamaro mucho más flaco, que cantó junto a Nebbia (los dos solos, a dos voces y piano) clásicos como Sólo se trata de vivir. Hay que decirlo: aunque todos disfrutaron del momento, la propuesta quedó un tanto fuera de lugar al correr el foco del encuentro. Pero todo volvió a la normalidad cuando el resto del grupo retornó al pasado beat con La respuesta y Lo que más me gusta a mí, dos de los mejores momentos del show. Pasada la una de la mañana, los músicos se retiraron ovacionados, como próceres que vienen a reclamar su lugar en una historia que, hasta ese entonces, se los tenía casi negado.