Palo Pandolfo dio un concierto contundente y presentó los temas de su disco Intuición, aún no editado. Le dedicó el show a su hija, Anahí.
La pregunta que nos hacíamos en los noventa era si Maradona o Passarella. Parece que Diego no fue a la cancha del Bicho; a ver, Diego, ¿anda por acá?» preguntó Roberto Andrés Pandolfo desde el escenario del ND Ateneo. Pasada la medianoche, alguien pidió whisky y Palo, que festejaba veinticinco años con la música y cerraba el año junto a La Fuerza Suave, se perdió detrás de un Marshall y reapareció con un Criadores. Buscó a su hija: «Anahí, siempre hay que brindar con la Pachamama». A esa altura, la hija de Palo estaba dormida. Luego le contarán que su padre derramó un chorro al piso y la botella giró, de boca en boca, entre las filas. «Se lo dedico a Anahí y, con ella, a toda la femineidad», agregó.
Durante más de tres horas explotó la máxima del Tao, nombre de la experiencia solista de Pandolfo: La Fuerza Suave. Con Mariano Barnes en bajo, Javier Foppiano en batería y «Marianito» Mieres en guitarra prepara el disco Intuición, una prometedora vuelta que verá luz en breve. Casi toda la noche fue dedicada a su nueva etapa: arrancó con Te quiero llevar y continuó con una seguidilla de Intuición. La voz ambivalente que clickea en alarido visceral —Es el hueso el que dice/la energía que canta, se escucha en Fe— es seguida por la banda que potencia esos giros al extremo. El sonido de La Fuerza Suave fue una fuerza de choque. Arrolladora.
Tras el primer intervalo surgió un Palo acústico y dos invitados: Rodrigo Guerra (Reincidentes) y Gustavo San Martín. Tocaron Turbias golondrinas y el tango Tabernero. Al final, luego de la tercera aparición con bises, revivieron Los Visitantes y Don Cornelio. Rápido, porque apagaban las luces del teatro. Palo estaba en otra: boca arriba, con un interminable solo de la Fender, se despidió. Afuera, decían, había alerta meteorológico.