Los WDK se abren camino en Capital. ¿Sexo, drogas y rock and roll? Más bien: trajes, humor y energía. La nota de José Bellas, para el Sí de Clarín.
«El es el único músico de la banda», dice con culpa el baterista (Lukas), señalando al trombonista Tonino, que integra la orquesta académica juvenil del Colón. Curioso: ¿se autoproclaman «punks» y les importa más la formación musical que lo que puedan expresar? ¿O es hora de asimilar de una vez por todas que las academias Epitaph transformaron a los punks de los últimos diez años en una pandilla de chicos pícaros, positivos y bien tocados?
Los WDK («en realidad, somos World Decay y por una cuestión fonética abreviamos en iniciales») abonan a la idea de menos anarquía y más bermudas y vientos. Llegan al ska por decantación de influencias (NOFX y Rancid) y a Buenos Aires… por la Panamericana. «Nos criamos y vivimos en Zárate. Es lejos y es cerca, al mismo tiempo. Hicimos algunos intentos de instalarnos acá, pero cuesta», dice Lukas, el más parlanchín de una banda donde Chucky y Dr C son voces y guitarras, Nico hace de bajista, Tonino de trombonista y Big Aldo de trompetista.
El Sí! les echó el ojo cuando cubrió la Gira Interminable de El Otro Yo, a principios del 2001. Haciendo de teloneros locales, los zarateños no se guardaron ni un gramo de entrega. «Después terminamos yéndonos de gira con El Otro Yo y fue una mano grandiosa, igual que la que nos dieron Cadena Perpetua y Kapanga». Con uno de estos últimos, Maikel, grabaron algo así como su primer disco «oficial» («Argh!»), después de producciones independientes como «WDK» (98), «Sensación pura» (00) y «Cuentas pendientes» (01). Y en «Argh!» también aportan Edu Schmidt (Arbol) y Fernando Ricciardi (Cadillacs, Mimi Maura). Lo que quedó es un disco de agite, fiesta y acelere: «La diversión es mi primera ley», se les oye cantar. Que no decay-ga.