Los hermanos recordaron canciones de “Arise” (1991) y “Beneath the Remains” (1989), en un concierto de casi dos horas. Y dejaron picando una pregunta: ¿quién mantiene mejor el legado de la banda?
Cuando Sepultura lanzó “Roots” (1996), su sonido ya estaba mucho más pulido y fácil de digerir: el grupo contaba con un productor como Ross Robinson y el apoyo de la discográfica Roadrunner. Pero el primer paso en esa dirección se dio con “Beneath the Remains” (1989), un disco que si bien mostraba una evolución, recién era el embrión de la maquinaria en la que se convertiría Sepultura.
Por eso, cuando la dupla de Max e Iggor Cavalera sube al Teatro de Flores y toca una seguidilla de seis canciones del disco, el baterista suda sin parar y un thrash furioso inunda el lugar. En “Inner Self”, por ejemplo, vuela una campera de cuero en el campo, y se genera una conexión tribal entre el público y la banda -que completan Marc Rizzo y Mike Leon-. Una unión que se da, sin dudas, porque tanto ellos como nosotros venimos del tercer mundo, experimentamos los mismos problemas y vivimos bajo la sombra de ser sudamericanos. En este caso, algo que a priori podría separarnos, nos une como hermanos.
A raíz de ese tribalismo, el set de “Beneath…” es mucho más monótono que lo que sigue. Pero también es donde Max tira agua imitando a una manguera (en “Stronger Than Hate”), agita al público diciendo que es sordo y no escucha sus gritos (durante “Slaves of Pain”) y estira sus alaridos guturales (en “Primitive Future”).
Cuando le llega el turno a “Arise” (1991), la banda baja las revoluciones, pero sólo un poco. Ver a los Cavalera en vivo tocando en orden parte de estos discos sirve para darse cuenta de que, el quiebre, en realidad se dio justamente ahí. Una canción como “Dead Embryonic Cells” no hubiera funcionado en la placa anterior, pero en vivo le aporta un dinamismo al show del que carecía la primera parte… exceptuando para Max, que pelea con el sonido y grita “¡odio este micrófono de mierda!”, en un perfecto español. En “Desperate Cry”, el vocalista le entrega el pie con resignación al plomo, que cambia el fallido cable. Problema solucionado.
“Altered State” muestra fills novedosos de Iggor, que para 1991 experimentaba más con percusiones latinas y sonidos industriales. Mientras tanto, Max simula ahorcarse y pide que apaguen las luces, así solo el público ilumina El Teatro de Flores con sus celulares. Acto seguido, el grupo incluye un fragmento de “War Pigs”, de Black Sabbath. Y todo explota.
“¡Este es el verdadero Sepultura!”, grita Max Cavalera repetidamente. La mayoría parece estar de acuerdo con él, más aún cuando el brasileño alcanza unos agudos sorpresivos en “Infected Voice” (y luego en el cover de “Dirty Deeds Done Dirt Cheap”, de AC/DC).
Después de la selección de “Beneath…” y “Arise”, llega un repaso por otras joyas de Sepultura: “Troops of Doom”, “Refuse/Resist” (en el que pide que el público de River vaya a la derecha, y el de Boca a la izquierda) y la infaltable “Roots, Bloody Roots”. Pero cuando los hermanos ganaban la noche y el show terminaba, llega el mayor error: sólo Max e Iggor hacen el saludo final, mientras el fotógrafo oficial los capta desde la batería. Una falta de respeto hacia Marc Rizzo -que acompaña al cantante en casi todos sus proyectos, incluidos los ocho discos de Soulfly desde 2003 y varios de Cavalera Conspiracy- y también al bajista Mike Leon, ex Havok y actual Soulfly.
El gesto dice más que mil palabras, y deja en claro que, después de todo, el “verdadero Sepultura” no es este ni el que gira hoy con ese nombre: es el de Max e Iggor Cavalera, Andreas Kisser y Paulo Jr. Mientras tanto, no hay nada mejor que disfrutar lo que hagan ambas formaciones y dejar las divisiones a un costado: justo lo que predicaba el Sepultura de los años ‘90.
Puntaje: 8.50.
Foto: Lucas de Quesada/Prensa