En el garaje improvisadamente convertido en mi habitación, adonde dormí en un colchón en el piso por varios años, había una pequeña cinta negra colgada en una pared. La había puesto cuando Soundgarden se separó, en 1997, en señal de tristeza.
Los tres tremendos discos de Audioslave que años más tarde grabó Cornell con los integrantes instrumentales de Rage Against the Machine, me alegraron la vida desde que un amigo tandilense me regaló el primero, grabado en un CD de color negro en el que no se distinguía el lado que debía leer la lectora. Lo escuché hasta que saltaba desde el tema 2 al último, y me compré el original.
En diciembre del 2007 me quedó la espina clavada cuando Cornell vino Argentina y yo estaba de viaje. Pero en el 2012 me acordé de la cintita negra y me alegré, porque Soundgarden anunciaba su vuelta en forma de CD (King Animal). Fui uno de los primeros en correr a una disquería local en el centro de Manchester, para alegrarme aquella semana entera en que el eject casi se me oxida.
El punto más alto fue cuando fui al Lowry de Manchester a disfrutar de su increíble voz y su carisma. Lejos de esa imagen de rockero medio canchero que me había pintado alguno que lo vio en Buenos Aires en 2007, Cornell creó el ambiente de una charla entre amigos que comparten un buen tinto mientras afuera llueve. De eso se trataba: con su tremendo clima, Manchester le recordaba a su ciudad, la gris Seattle, y el tipo se sentía en casa. La cercanía a Liverpool (a apenas una hora de tren) lo motivó a rendir tributo a los Beatles y ahí nos regaló lo que tiene que haber sido uno de los mejores momentos de recitales de nuestras vidas: A day in the life. Apenas un sorbo de vino de por medio y comenzó a sonar un nuevo tributo, pero uno que requiere de la valentía de quien no toca para comerciar; uno que en tierras británicas hoy suena tan cliché como el carnavalito en Salta: Imagine. La piel de gallina me duró hasta que vino con Soundgarden a Argentina en 2015. Fue la última vez que lo vi y escuché en vivo.
Me desespera pensar en la muerte, pero hace no mucho me llegó una idea que me tranquilizó un poco: hay que trascender la muerte, y la forma de hacerlo es dejarle a los que se quedan algo que les sirva para hacer que el mundo sea mejor. Cornell trascendió la vida por goleada y le deja a la humanidad un legado hermoso, y el mensaje de que la voz humana no tiene límites. No va a ser lo mismo escucharlo, pero si la muerte es inevitable, hay que alegrarse por haber tenido la infinita suerte de cruzarse con este grosso en medio de la inmensidad de los tiempos.