Cincos discos nacionales que rompieron todo en su generación, y que tenés que escuchar en cuarentena.
Desde Almendra hasta Wos. Pasando por Charly García y Luca Bocci. Desde los discos, al cassette o el reinado absoluto del CD; pasando por los inolvidables MP3 y nuestro ejército de música pirateada, hasta la llegada de los sistemas de música on demand. El rock argentino colmó de matices una realidad que es, por sobre todas las cosas, irreal. Y que en tiempos de Covid-19, entre tapabocas, alcohol en gel, asintomáticos, y canallas que te aplauden a las 9 y te echan a las 9.30, quizá nos vuelva a salvar.
En el sur de todos los sures la música nos atraviesa, eso es claro. En los últimos 50 inefables años de Argentina las melodías de estas tierras funcionaron a veces como GPS emocional, a veces como válvula de escape y otras como forma de alimentar las llamas de cambios que fueron imparables.
Y si no fuera así, ¿como es que todavía estamos vivos, y parados de manos ante una pandemia, después de crisis económicas, devaluaciones, corralitos financieros, tanda de penales, centros al falso nueve, globos macabros, finales de libertadores en España, Papas «Argento» y miles de esperanzas y desesperanzas constantes?
Así es que te queremos invitar a un viaje que rompe la cuarentena y el silencio para encontrarte con las canciones que ayudaron no sólo a pasar las malas, sino a cambiar lo establecido para siempre. Y si no, por lo menos sacás un poco el noticiero o salís un rato de la heladera hasta que volvamos a las calles.
«Almendra» (Almendra/1969)
Si este álbum es el inicio del rock argentino como lo conocemos (y nadie puede estar muy en desacuerdo con eso), habría que explicar que en la sala de parto estuvieron dando vueltas el movimiento hippie, el asesinato del Che, el Mayo Francés y el Cordobazo.
Las luchas sociales, las traiciones, el amor libre y la belleza recorren esas melodías que desde el barrio de Belgrano interpretaba un tal Luis Alberto Spinetta, con amigos como Rodolfo García, Emilio de Guercio y Edelmiro Molinari, en lo que fue el Álbum Blanco del rock en castellano.
Son 9 canciones y cada una fue con los años una rama del rock nacional. Desde la inspiración de «Muchacha» hasta la furia de «Ana no duerme», pasando por la cadencia de «Color humano» y la belleza de «Fermín» o «Plegaria para un niño dormido».
Los desconocidos de siempre que pierden la cabeza y el mundo sigue igual, los niños que sueñan con destruir trapos de lustrar, los espíritus taciturnos que no pueden dormir y los ojos de papel de los que corren y se olvidan que este es su tiempo, son los duendes protagonistas de este viaje que llenará de universo cualquier cuarentena de triste monoambiente.
Spinetta no solo describía con poesía al mundo que se transformaba, sino que lo transformaba en poesía a pura luz y sombras. «Somos seres humanos sin saber lo que es hoy un ser humano», gritaba ayer (¿hoy?) el Flaco como una exigencia de romper modelos que quedaban viejos en un alarido de revolución.
«Piano Bar» (Charly García/1984)
La democracia había vuelto al país hacía menos de un año y andaba a los tumbos en cada esquina cuando Su Majestad, Carlos Alberto García Moreno, lanzaba su tercer disco como solista. Acompañado de una banda inolvidable: Fito Páez en teclados y coros y el trío que luego conformaría GIT, Pablo Guyot en guitarra, Alfredo Toth en bajo y Willy Iturri en batería.
El álbum tiene 10 canciones y funciona como un puente sólido hacia la libertad, que en aquellos años escaseaba como los respiradores. En algo más de media hora de rock, el ex Serú regala una explosión de sensaciones, colores y música que habían estado mutiladas.
Arranca con la inconfundible bata metalica de Willy, que sería un sello de los ochenta. Eenseguida la voz de Charly enumera todo lo que huele a podrido: «Yo que nací con Videla/Yo que nací sin poder/ Yo que luché por la libertad / Y nunca la pude tener/ Yo que viví entre fachistas/ Yo que morí en el altar/ Yo que crecí con los que estaban bien/ Pero a la noche estaba todo mal». Y es que se necesitaba mucha furia para demoler tantos hoteles que habían quedado de pie a pesar del fin de la dictadura.
Conceptualmente, Charly juega con una idea que mezcla residuos dictatoriales y una alegría desmedida, propia de la naciente primavera alfonsinista. El disco no escapa de la idea reinante en aquellos años de disfrutar una libertad que había sido coartada, pero a la vez recuerda a aquellos que miraron para otro lado cuando la noche reinaba y también a aquellos que sucumbieron en el intento. «Si luchaste por un mundo mejor y te gustan esos raros peinados nuevos».
Musicalmente es una joya de principio a fin, donde el piano de García y el de Páez toman el total protagonismo de todo lo que pasa y se transforman en un antecedente necesario para los trovadores onda Calamaro y el mismo Fito Páez que explotarían diez años después (aunque es para rescatar la guitarra lejana pero poderosa de Guyot en «Piano Bar»).
Con melodías e intros bellísimas, así como estribillos tan pegadizos como potentes, este disco dijo que ya nada sería igual y que los teclados podían ser más peligrosos que las bombas cuando están en buenas manos. Y es que es sólo una cuestión de elecciones.
«El ritual de la banana» (Los Pericos/1987)
Si dijéramos que la banda de Bahiano y Juanchi Baleirón fue la primera en hacer reggae en el país, estaríamos mintiendo. Ya Sumo, Los Abuelos de la Nada o Los Cadillacs habían recorrido las calles babilónicas, pero sin dudas antes de este disco no se puede hablar de reggae argentino.
Con apenas cinco meses de vida, Pericos lanza su primer disco, «El ritual de la banana», en abril del 87, con un incipiente pelado con rastas cantando reggae en una especie de inglés para gente que nunca entendió el verbo to be y con una banda llena de gente que saltaba casi poseídos de fondo, lo que conformaba una imagen muy fuerte para cualquiera.
Lo cierto es que, como el mundo es algo extraño, aquello fue un éxito inmediato (por suerte). Con 150.000 copias vendidas en seis meses, fue el disco más exitoso del año 1988 y obtuvo triple platino, creando una fiebre rastafari, inédita en nuestro país.
El disco es una fiesta hecha para no terminar. Y más de 3 décadas después sigue sin terminar. Como un buen sello de esos años, el trabajo es un híbrido de estilos, donde predomina el reggae pero con elementos de ska y el pop anglosajón, aunque empapados de una alegría argenta y con una democracia que todavía tenía olor a nuevo.
Los temas no tardaron nada en transformase en clásicos. «El ritual de la banana», «Jamaica reggae» y «Nada qué perder» fueron instantáneamente bandera de un nuevo sonido que buscaba la paz como camino, en un país que parecía por fin encontrar un poco de eso. Aunque no por mucho tiempo.
«Libertinaje» (Bersuit Vergarabat/1999)
Señoras y señores, éste fue el momento justo cuando alguien nos gritó con todas las letras, y bien claro, que los 90’s se iban a carajo. El sueño de la convertibilidad primermundista y las vacaciones en Disney de algunos, en detrimento del hambre de muchos, se aguantó hasta donde se pudo. Las caretas se caían y la presión social empezaba a colarse en el rock pop descafeinado de la época. Ya no se tapaba con luces de fogueo la verdad irrefutable del hambre y la miseria.
El cuarto disco de Bersuit traía la libertad incomoda de siempre, pero esta vez guiada por las milagrosas manos y los oídos de Gustavo Santaolalla, que supo ordenar para explotar esa mezcla de cumbia, rock, cuarteto, candombe y anarquía, justo en el momento adecuado no sólo del país, sino también de ellos como artistas.
«Se viene el estallido, de tu guitarra, de tu gobierno, también», presagiaba Cordera solo un par de años antes de que una veintena de muertos en protestas sociales en las calles de todo el país y la pérdida de ahorro de miles de argentinos termine en la salida del presidente Fernando De la Rua en helicóptero y por los techos de la Casa Rosada, en un imagen que dio vuelta al mundo.
Pero esa no era la única letra combativa del disco: «Señor Cobranza» de las Manos de Filippi, «Vuelos», «Murguita del Sur» o «Qué pasó?» sacudían las pupilas de una sociedad que empezaba a despertar y que hasta el día de hoy llegan los chispazos de aquel fuego que se expandió por toda la región, como un virus o como un antídoto.
Bonus track: «Mar dulce» (Bajofondo Tango Club/2008)
Pero si hablamos de poner todo de cabeza, pocos como la propuesta de Bajofondo Tango Club. La orquesta de tango electrónico instrumental argentina-uruguaya tiene la mágica facultad de irritar a todo el mundo. Los tangueros clásicos jamás lo reconocerán como colegas y los DJs lo mirarán de reojo, pero el sonido que logran suele rondar la excelencia y suena innovador aún hoy, diez años después.
La banda nació como una idea del argentino Gustavo Santaolalla (en casi todo lo interesante de la música en español está él) y el uruguayo Juan Campodónico, para fusionar el tango, la milonga y el candombe con la electrónica, homenajeando a próceres musicales rioplatenses como Astor Piazzola y Alfredo Zitarrosa.
El disco consta de 16 canciones, la mayoría instrumentales, pero con cantantes invitados de lo más exquisito del escenario mundial y con estilos diversos como Gustavo Cerati, Nelly Furtado o La Mala Rodriguez.
El resultado es un éxtasis de climas que te ubican en un tiempo y espacio indeterminado pero claramente mejor. Para destacar «El mareo», la canción que interpreta el ex líder de Soda Stereo es quizá la obra más perfecta en español de la década.
«Caravana (Wos/2019)»
Con «Piano Bar» se marcaba que Charly arrancaba el disco sacándose de encima toda la mierda que traía y preparaba los pulmones para un grito de libertad. Y ¿qué hace Agustín Oliva (Wos) cuando comienza su disco debut, 35 años después? «No vengas a molestar / Dicen que está todo mal, bueno / Yo estoy más que bien acá / Y no te pienso ni mirar, ciego/ Repriman la mierda que tienen guardada en el pecho/ Traguen y callen hasta estar desechos/ Párense siempre derecho / Cállenlo, sédenlo». El mismo grito de las entrañas pega como un gancho al mentón media vida después. Y es que, como ya sabemos, todo grito es político, sea en trap o con teclados ochentosos.
El pibe de la plaza había roto todos los streamings, así como record de reproducciones en todo tipo de formatos; además cosechaba millones de seguidores en las redes, principalmente haciendo su especialidad como freestyle. Entonces, la placa caía por su propio peso.
El disco se llamó «Caravana» y consta de siete canciones cargadas de crítica social, mensajes de protesta, mucho de introspección y temáticas universales como la vida la muerte y las adicciones, siempre desde un costado humano y latinoamericano. No se encuentran en él al rapero norteamericano con oro y mujeres al costado. Tampoco un abuso de Autotune, como en otros músicos del género.
«Patada de canguro» se transformó de inmediato en un signo de lucha en toda la región. Sus frases aparecían en las revueltas de Chile y Colombia y en los reclamos de los trabajadores en Argentina. Sus rimas son ecos de los barrios y su bandera, un compromiso con su espacio-tiempo, lo que caracteriza a una generación que tiene mucho que decir.
Wosito arranca el disco como Charly, trae un sonido nuevo como los Pericos, incomoda como La Bersuit y pinta el mundo de poesía como Spinetta. todo lo que venimos hablando de un modo nuevo y, a la vez, como viene sonando desde que el mundo es mundo.
Bonus track 2: «40 Grados» (Luca Bocci/2017)
Desde Mendoza llegó el futuro del rock argentino con un gusto claro a sus fuentes. El pequeño Luca, de apenas 23 años, llamó la atención desde su aparición por ser ese eslabón perdido entre Charly García, Fito Páez y Spinetta que parecía irrecuperable.
No obstante, cada vez tiene una impronta propia más clara. Y sin dudas, «40 grados» tiene que ver con ese paso que el compositor debía dar (y dio). Su disco anterior, «Ahora», había dejado la vara muy alta, pero éste cumplió las expectativas. Otras vez recurre a un pop rock suave con un tufillo a jazz interesante, letras cargadas de melancolías y desengaños, cubiertas por no muchos instrumentos: guitarra, bajo, batería suave y no mucho más. Su voz y, principalmente, su decir -tan Spinetta que duele- suele descubrir frases gloriosas como hacía rato no se escuchaban.
«Me cansé de sonreír aunque no quiera y me cansé de ir atrás de la bandera, ya me cansé de este país y de este planeta de tanta falsa y de tanta gente careta. No me vengan que mal tiempo buena cara, que demasiadas caras hay en los carteles en la ciudad», canta Bocci en «Oda la fracaso», pero bien lo podría haber agregado Fito Páez al final de «Taquicardia», en «Giros» en 1986, y seguro lo comparte en sus redes algún adolescente deprimido en cualquier lugar del mundo.