Emilio del Guercio, bajista de Almendra, por primera vez habla de sí mismo y descubre una rebeldía inteligente.
Cuando Almendra empezó a grabar sus primeros temas, cuando comenzó a dar recitales, Emilio del Guercio era sólo un buen bajista, correcto, integrado al grupo. Pero hoy muchos ya lo afirmaron— el progreso de Emilio en su instrumento es realmente notable. El se propuso hace un año resolver armonías con el bajo un instrumento que, precisamente, no es el indicado para eso— y lo está logrando. La labor de Emilio, además, en la ópera de Almendra es realmente insólita: descubre nuevos caminos para el ritmo o el beat que necesita el conjunto. Pero aparte de todo su progreso musical, Emilio, es uno de los músicos más lúcidos que transitan por la escena pop de Buenos Aires. Es capaz de dialogar sobre cualquier tema —musical o no—con el suficiente conocimiento para elaborar una idea o conclusión propia. A veces se une con Luis Alberto (que es bastante parecido a él pero más lírico) y suelen discutir con sus interlocutores sobre los problemas de la música popular en la Argentina o sobre alguna concepción estética.
Emilio es el punto de equilibrio en el grupo humano de Almendra.
El media entre la fantasía de Luis Alberto y el realismo de Edelmiro. Los dos extremos del conjunto. Musicalmente, su función es la misma: el bajo marca el ritmo en un grupo musical para que nadie se pierd?. Hoy, dentro de ese cuerpo fornido, detrás de su cara de boxeador y debajo de la melena habitualmente enrulada funciona un rebelde inteligente. que de tan hábil no demuestra fácilmente su rebeldía. Por eso es necesario conocer un poco de su vida.
Desde cuando era chiquito así hasta el sopapo público que le dieron en un escenario por defender a su música. Y además porque conocer a Emilio es adentrarse también en una franja de Almendra, al menos en su cuarta parte.
«Hasta los tres años y medio viví en Mar del Plata. Para esa época ya usaba el pelo largo hasta los hombros. Yo era rubio: casi blanco, y a mi mamá le gustaba que lo llevara así. Cuando volvimos a Buenos Aires fuimos a vivir cerca ‘de Villa Adelina. A los seis años empecé a estudiar en el Colegio Acassuso. Allí también iba mi hermano. Lo único que me acuerdo de ese colegio es de una escalera enorme de mosaicos encerados, la veía brillar y todo era luminoso, inmenso: como si fueran al cielo. Siempre me quedó grabado eso. Después nos fuimos a vivir al centro. Estábamos en una casona grande y vieja, con piso de madera y puertas altas. Yo tenía una bicicleta, pero como el barrio era muy peligroso, sólo me dejaban andar en la impresionante me terraza. Yo me pasaba las tardes girando en redondo. Acordarme de eso me da un poco de tristeza.
Ya ni me acuerdo la cantidad de veces que se mudó mi familia. Pero el asunto es que nos fuimos del centro y viajamos a Córdoba. Mi viejo había comprado un hotel en el Valle de Punilla, el pueblo se llamaba Valle Hermoso, El hotel estaba en la cima de un cerro, a novecientos metros de altura. ¡Qué resultaba eso! Le pusimos Santa Marta de nombre. Finalmente volvimos a la capital. Vivimos en un barrio cerca de la avenida General Paz.
Allí me hice de muchos amigos. Entre ellos de Héctor Tavella, un tipo increíble. Con él y con mi hermano formamos un trío folklórico: Los Changos de Punilla. Fue la primera intervención musical de mi vida. Ellos tocaban el bombo y la guitarra. Yo cantaba y hacía todo el circo: recitaba, zapateaba, qué sé yo. Ah: también por esa época empecé a tocar el acordeón a piano.
En 1963 empecé el secundario. Fui al colegio católico San Román, en Belgrano, cerca de Barrancas. Allí conocí a Luis Alberto. El también estaba en primer año, pero en divisiones diferentes. Ambos éramos los dibujantes de cada grupo y había un poco de pica entre nosotros. Allí nos hicimos amigos. Entonces yo fui mucho a su casa y él también vino a la mía. Dibujábamos juntos y hacíamos poesías a dúo: yo escribía una parte y él otra. Durante algunos años del colegio estuvimos juntos. Pero después nos separamos porque ya éramos demasiado. Hacíamos unos líos terribles y ninguno de los dos estudiaba.
En cuarto año yo hice un diario «underground» en el que sólo había dibujos. Se llamaba «La Costra». Pero Luis había hecho otro que se llamaba «La Cosa Degenerada». Para no desperdiciar esfuerzos los unimos y sacamos «La Costra Degenerada». Circulaba entre los alumnos secretamente. Un día, no sé cómo llegó a las manos de los profesores y se armó una que casi nos echan. Era bastante fuerte el diarito: hablábamos de cosas que pasaban adentro y fuera del colegio. Tenía humor absurdo, sarcástico: una vez hicimos un artículo sobre los defectuosos: fue sensacional.
Cuando faltaban dos meses para terminar quinto año me echaron del colegio junto con Ricardo Mitre, un compañero de división. Me echaron por elemento subversivo, por rebeldía contra los profesores y porque tenía ideas contrarias al tipo de catolicismo implantado en ese colegio. Pero buscaron otro motivo: un día empecé a discutir en la clase de una profesora a la que nadie quería. Todos los demás compañero§ se plegaron. Parecía una revolución. El reclamo que hacíamos era lógico. Buscaron al «incitador» y me echaron. Pasé entonces al colegio Manuel Belgrano. Allí terminé el año más cómodo porque iba sin uniforme —cosa que odio— y no tenía obligación de cortarme el pelo.
Para esa época Almendra ya estaba formado, aunque todavía no tenía nombre. Luis había estado con Rodolfo en un conjunto que se llamaba Los Larkings, y yo estuve tocando en el conjunto de mi hermano, los Sbirros, donde también estaba Edelmiro. Después entre Sbirros y Larkings formamos Almendra. Cuando terminé el secundario, en un principio, quise ingresar en arquitectura. Pero no me gustaba la física y esas cosas. Entonces me decidí por la Escuela de Bellas Artes. Fue en el ’68, cuando ya empezábamos a tocar. Luis también entró conmigo. Allí estuve un año. El año pasado intenté seguir pero me fui dando cuenta que no me servía lo que allí me enseñaban. Además mi vocación era la música. Eso no quiere decir que no me guste dibujar y pintar. Pero tenía que decidirme. Así que cuando volví de la gira que hicimos a Perú dejé definitivamente la escuela. Lo único que me queda de allí es Cristina, una compañera de estudios que hoy es mi novia.
A partir de ese momento me dediqué totalmente a Almendra. ¿Cómo podría explicarlo?: Me sumergí en el conjunto. A Luis le ocurrió lo mismo, aunque él ya había abandonado un poco antes que yo. Ya habíamos sacado el «Tema de Pototo». Pensé entonces ingresar en el conservatorio Manuel de Falla para estudiar contrabajo de caja, pero algunos músicos me aconsejaron diciéndome que no me iba a convenir técnicamente. Los músicos clásicos por lo general son duros. No es que sean duros porque son malos; ojo. Es que comparando a la música sincopada con la que hacemos nosotros la interpretación es muy diferente. Pero estuve a punto de ingresar igual. inclusive estuve repasando un poco de música. Pero finalmente no me convencí.
Ahora decidí sacar lo mejor posible de mi instrumento. La tradición indica que el bajo es un instrumento determinado. Pero yo creo que tiene versatilidad. No pienso en el bajo como un instrumento solista. Pero estoy tratando de que sus arreglos sean una cuestión decisiva dentro del conjunto. A veces me preguntan si no me gustaría tocar la guitarra. A mí me encantaría tocar todos los instrumentos, al igual que me gustaría hablar todos los idiomas porque la expresión se hace más completa. Pero es necesario insistir y tocarlo mucho, para lograr resultados positivos. Yo toco otro instrumento, la flauta. Pero no puedo decir que soy un flautista, algunas cosas me salen bien, pero me falta.
Por eso ahora me voy a comprar una flauta alemana de concierto. Esto creo que es positivo para mí como músico y también para el conjunto. En la medida que se vayan incluyendo nuevos instrumentos no habituales al rock la música popular se irá haciendo más amplia. El músico de rock y su música se van a universalizar. Y va a llegar un momento en que se va a hacer con todos los instrumentos existentes. Personalmente quiero dedicarme al bajo con todas mis ganas porque quiero tratar de descifrar, el misterio que lleva implícita la música. Que lamentablemente no se puede explicar con palabras.
A lo sumo lo podes transmitir con un sentimiento. Yo me doy cuenta que estoy atrapando, por momentos ese misterio. Cuando en un recital llego al máximo empiezo a comprender verdaderamente lo que estoy manejando. Otras veces ese misterio me fascina y siento realmente necesidad de tocar.
Como si tuviera hambre. Sí, creo que no me equivoqué: estoy bien con la música.