El sábado Dancing Mood presenta su flamante cuarto disco en El Teatro, pero antes Hugo Lobo devela el funcionamiento de esta máquina de hacer música.
Los integrantes de Dancing Mood encontraron una fórmula perfecta: su música les permite demostrar su destreza pero no caen en academicismos sólo entendibles para sus colegas. De hecho, sus recitales son particularmente abiertos y permiten que cualquier persona pueda disfrutar de ritmos jamaiquinos sin sentir culpa por no saber la fecha de nacimiento de Marley. Ellos, los músicos, sí son expertos en reggae, pero no le exigen al público que lo sea. Y usan su talento para crear una atmósfera festiva y contagiosa capaz de hacer bailar a una planta.
La orquesta está integrada por doce músicos que retoman standars de jazz de la primera mitad del siglo pasado y los orientan hacia el ska instrumental jamaiquino. Sus versiones tienen una estructura que presenta la melodía, después vienen las improvisaciones y solos, y luego culminan. El encargado de diagramar los arreglos es el trompetista Hugo Lobo, quién define a Dancing Mood como una «una big band pero más chica. Reivindicamos el formato de banda de los años ’50, cuando se usaban muchos instrumentos. Para mí en los ’80 todo se deterioró con ese sonido latoso de tríos tocando caños y cuerdas con sintetizador. Fue un desperdicio total. En la mayoría de los discos de los ’70 hay más de diez músicos y venimos de ahí, de bandas como Tower of Power o Chicago, que laburaban en conjunto para que la cosas suene grossa».
¿Cómo definirían el trabajo que hacen sobre las canciones ajenas para adaptarlas a Dancing Mood?
Hugo Lobo: Las sobrearreglamos. Por ejemplo, hay temas que son be bop y para pasarlo a ska se complica porque las melodías son rápidas y el ska es más lento. Y para que encuadre hay que tocar en melodías más rápidas que las originales porque sino no encaja aunque el ritmo vaya dos veces más lento. Reversionamos y a veces cortamos alguna frase, es un laburo que lleva su tiempo y no cualquier tema se puede reversionar. Tiene que tener groove, se tiene que escuchar blando y se tiene que entender la melodía. Puede ser un temazo y pasado al ska puede quedar como un tema de calesita. Hay un hilo muy fino, puede quedar recontrapelotudo o muy bueno.
Si Dancing Mood tuviera letras ¿qué dirían?
HL: Para mí las letras no significan demasiado, salvo que se reflejen en los hechos. Hay bandas contestatarias con entradas de cincuenta pesos que están respaldados por una multinacional y todo lo que tienen alrededor es un circo. Y las letras se las tienen que meter en el orto. La actitud llega con los hechos, con el respeto hacia la gente que te va a ver, hacia uno mismo y hacia la música. Con no regalarse y hacerle ganar plata a una multinacional que te explota o te pone a un productor que no conoce la música que haces. Básicamente esa es mi ideología y de eso la gente se da cuenta, por más que no tengamos letras. Son pocos los que pueden reflejar lo que dicen con lo que hacen. El ejemplo más cercano es Gieco, todos los demás me parecen de mentira.
¿Hasta donde llega la actitud independiente de la banda?
HL: No se si tiene un tope, pero principalmente en autogestionar toda la movida y devolverle algo al que te viene a ver. Por ejemplo, el disco y las entradas le ponemos el precio que nos gustaría pagarlas. Las bandas dependen del público, hay que respetarlo.
A pesar de su barba candado, Lobo no tiene pelos en la lengua. Se pone serio para hablar del resto de la escena reggae de Argentina, «está en buen momento pero más que nada por el negocio que armaron las compañías. Es una moda, pero los Skatalites, que inventaron el reggae, tocaron el año pasado para 800 personas y después los Wailers metieron 25 mil en Obras. Hay bandas que antes tocaban música hippie y ahora tocan reggae porque es negocio. No se cuantas bandas quedarán cuando pase la ola, pero para mí el reggae estuvo siempre».
El trompetista dice que en Dancing Mood no hay fanáticos del ska ni del reggae. Es más, al principio de su carrera decidieron romper con las expectativas de los ortodoxos del género para salir del guetto. El músico dice haber empezado a escuchar ska por los Fabulosos Cadillacs, «pero a los demás chicos los conocí por tocar en otras bandas y todos escuchamos música diferente; eso está bueno y se refleja en lo que hacemos. No somos estilistas ni pertenecemos a tribus rockeras. Antes estaba muy marcado, el que escuchaba a los Redondos escuchaba a los Redondos. Después se dieron cuenta que Jagger grabó con Tosh y que Richards le produjo discos y más o menos todo viene de la mano. La música se fue cruzando y todo tiene que ver con todo, el ska viene del rythim and blues».
¿Cómo toman la parte religiosa del reggae?
HL: Me tiene sin cuidado, no creo que el rastafarismo sea una religión. Es una cultura, pertenece a un lugar específico y acá hay problemas más importantes. Por supuesto que hay que mirar a todos lados, pero lo que se siente por la música acá es distinto a lo de allá, hay distintos valores. Además lo que hacemos es previo al reggae, cuando apareció el ska jamaiquino los rastas no existían. Los primeros Wailers, que son Peter Tosh, Bob Marley y Bunny Wailer, no eran rastas cuando estaban en los Skatalites.
Después Lobo habla sobre «Groovin’ high», el flamante nuevo disco del grupo. Dice que sigue la línea estilística, pero tiene arreglos un poco más complicados que los anteriores. Por dos motivos: uno, porque versionaron temas (de Theloniuos Monk, Jaco Pastorious, Charlie Parker y Dizzie Gillespie, entre otros) que nunca nadie había pasado antes al ska. Dos, porque en siete de los dieciséis temas hay una sección de cuerdas que eleva al número de músicos participantes a ¡casi cuarenta!
Si tuvieras que elegir sólo tres instrumentos para hacer un show de Dancing Mood ¿cuáles serían esos instrumentos?
HL: Te podría decir una trompeta, un contrabajo y una batería, pero ya sería otra cosa. En Dancing Mood a veces no viajamos al exterior por que nos dicen que vayamos menos y el chiste de la banda está precisamente ahí. No se podrían sacar instrumentos porque está todo armado para trabajar en conjunto.
¿De donde se nutren para armar el repertorio?
HL: De mi discografía. Elijo temas con los que me pasa algo. La música me apasiona y todos los días, desde que me levanto hasta que me duermo, estoy en contacto con ella. Hay canciones que me emocionan, me ceban y por ahí las escucho diez veces seguidas. Es que tienen un poder para transmitir cosas… por ejemplo en el cine, las escenas de drama sin música no tendrían efecto.
¿De qué versión te sentís más orgulloso?
HL: Casi siempre las últimas que hago me gustan más pero sólo por el hecho de que son nuevas. Capaz que a las otras te acostumbrás, pero del primer disco «Close to you», donde cantó Mimí Maura, me gustó mucho como quedó. Del segundo «Fantasy» y «Maria» me gustaron mucho. Y del cuarto disco, hay un tema de Burt Bacharach que se llama «Alfie» y es de la película homónima, que lo grabamos nosotros doce y quince cuerdas más y como que me gustó mucho.
¿Cuál fue el show que te hizo convencer de la banda?
HL: El primero. Nunca creí posible que vengan a vernos más de cincuenta o cien personas. De hecho, con dos discos editados venían cuarenta y era lógico que una banda instrumental no atraiga mucho público. Pero siempre lo hicimos para disfrutar. Tanto yo como los pibes tenemos un espacio acotado en las otras bandas en las que tocamos y sabemos que no se puede tocar música instrumental todos los días. Esto es un placer personal y todo lo ocurre de ahí en más es increíble.