Es fácil caer en la trampa y apresurarse a decir que Walter Giardino compone siempre las mismas canciones. «Rata Blanca», «Magos, espadas y rosas», «Entre el cielo y el infierno»: cuatro discos distintos, cuatro cantantes diferentes y… ¡quiero vale cuatro!
Es cierto que a partir de «El camino del fuego» Giardino perfeccionó la fórmula y, desde entonces, no se aleja demasiado de los parámetros que él mismo se impuso. Pero, sin duda, Rata Blanca encontró su sonido definitivo en este siglo. Es más difícil encontrar diferencias entre «El reino olvidado» y su antecesor, «La llave de la puerta secreta», que en toda la producción de los go. Los contrastes están más escondidos, y son apenas detalles: el riff de “El reino olvidado”; cuando Giardino evita caer en el neoclasicismo obvio del pasado en el instrumental “Madre Tierra”, “Cuando hoy es ayer”, la típica historia del vacío que siente el músico al bajarse del escenario, con Barilari casi en plan crooner, acompañado por Giardino en acústica y un solo que parece referirse a “mirar por la ventana de un bar solitario en un día lluvioso”. La gran figura es el ecléctico Barilari, que ataja todos los tiros de Giardino: suena tan rockero como Gillan en “Endorfina”, metalero como Dickinson en “El guardián de la luz”, careta como Bon Jovi en “Talismán” o bluesero como Coverdale en “Un día más, un día menos”.