El grupo continúa retratando la desesperación con estilo y poesía. Su estética se muestra cada vez más definida y sólida. La crítica de Mariano del Mazo, para Clarín.
Definitivamente alejados del rock oscuro que palmeaba las espaldas de Nick Cave, la Pequeña Orquesta Reincidentes decidió grabar en estudio las soberbias canciones que vienen haciendo en vivo desde hace dos o tres años.
El punto de inflexión en la historia del grupo fue el exacto momento en que pasó de ser Reincidentes —con la estructura y yeites de una banda de rock— a esta Pequeña Orquesta, que maneja un concepto más definido y, si se quiere, más cerrado. Aquel disco de 2000 fue revelador. Este tiene más aplomo y menos sorpresa. En aquel momento su particular estética —una meláncolica cruza de porteñidad, vodevil, rockabilly y ritmos de Europa del Este— sobresalía en el panorama de la música popular casi como un exotismo y, también, como una diáfana herencia de La Portuaria y Los Visitantes. Ahora la casa se pobló y conviven propuestas como Falsos Profetas, Me darás mil hijos y Adamantino.
En «Miguita de pan» Juan Pablo Fernández, Guillermo Pesoa, Santiago Predoncini, Rodrigo Guerra Alejo Vintrob logran esquivar peligros acechantes que se pueden sintetizar en el abuso de cierta estilización, de la nostalgia profesional tipo Pángaro, de la elegancia snob. Pequeña Orquesta Reincidente se atrinchera en letras que no escatiman densidad. En muchos casos, las canciones son poesías musicalizadas. En todos los casos, son canciones desesperadas. Cantan en Turba: «La alfombra apagaba la luz del cielo/Brilla el cobre, la seda de las medallas/Las revistas viejas, la gente de antes/Las barbas, el frío, la lluvia en la voz…» . Y en la desoladora Sin dinero: «Esos ruidos me despiertan/Sin dinero no puedo pensar/Hubo un choque, una ambulancia /Sin dinero no puedo pensar (…)/¿Qué le digo ahora a los chicos? / Sin dinero no puedo pensar».
Esa es la Pequeña Orquesta Reincidentes: una foto de la crisis argentina sacada por hombres quebrados.