El ex Soda hizo versiones nuevas de temas viejos. Sedujo a un público de pie, sediento de ritmo. La nota de Mariano Del Aguila, para Clarín.
Para esos que cabeceaban atados al bombo de la batería, para los que rasgaban una guitarra invisible en la quinta fila. Para las chicas con cara de enamoradas en los balcones. Para los que confundían el Gran Rex con la disco. Y también para el señor pelado que sólo se levantó con cada canción de Soda Stereo. Para todos, Gustavo Cerati (y una banda hi tech y muy poderosa) mostró nuevas versiones, remixes de Siempre es hoy, en un fin de semana que inundó al teatro de energía bailable, rock y devoción a prueba de mutaciones sonoras.
La primera noche cargó además con la emoción del reencuentro: «Esto está buenísimo», confirmó. Cerati hipnotizó al público, de pie cada vez que él se asomó al borde del escenario. De traje negro, camisa y corbata rojas (con traba plateada), Gustavo bailó con espíritu bolichero y hasta saltó por los aires sacudiendo guitarras: pero el prolijo nudo no se le movió.
Incrustadas entre las canciones nuevas y sus deformaciones más veloces, también hubo temas que están cumpliendo 10 años, como Amor Amarillo o Lisa (de su primer disco solista): hermosas letras, montadas en su voz infalible, apuntaladas por un juego de luces muy inspirado.
«¿Qué tal hermosos?», fue el saludo antes de Camouflaje, con cigarrillo en mano, pose Sinatra. Todo muy romántico y chistoso. Hasta simuló jugar squash con las imágenes proyectadas sobre una pantalla inflable. Monos, bananas, llamaradas, burbujas, sifones (¡ah, claro!) se mezclaban con perfiles gigantes del propio Cerati. «Qué canchero es este hijo de p…», se fastidiaba de tanta admiración un muchacho.
A mitad de la noche, Cerati anunció: «Bueno, estamos presentando un disco de remixes. Un disco doble» («¡Hacé 15!», gritó un fan compulsivo). Entonces hubo enroque en las bandejas: salió Zuker (dj oficial de la banda, responsable de los scratchs y algunas pistas sonoras muy rockeras), entró Bad Boy Orange, estandarte del drum and bass, uno de los ritmos más vertiginosos de hoy. El tempo se fue para arriba en Altar, con Gustavo cantando sobre los galopes del vinilo, pero la mayoría permaneció sentada, expectante.
El retro empezó con una copa de champagne en la mano: «Te llevo para que me lleves» (con la voz de Lolo Gasparini, la bellísima corista, que bailó dos horas y media, ¡a pesar de los tacos!). Enseguida, Cerati presentó: Breakdance, y descorrió una versión del clásico Danza Rota (ahí se paró el señor pelado de la fila 7). El «olé olé olé Sodaaa Sodaaa», no tardó. «Bueno, si lo piden así», dijo, y pegó una Sobredosis de TV. Los estribillos se los dejó a la gente, pero la versión 03 tuvo mucho de esta banda que lo acompañó de gira por Estados Unidos y Centroamérica: las secuencias electrónicas, los recortes sonoros a cargo de Leandro Fresco y Flavio Etcheto (el hombre orquesta: también toca trompeta y guitarra) se desparraman con precisión sobre la base carnívora del bajo de Fernando Nalé y la batería de Pedro Moscuzza. «Pueden y deben bailar, de eso se trata esta locura japonesa», arengó Gustavo e invitó a Capri para el Karaoke. Momento altísimo de la noche, con el hombre que muta su voz gracias al vocoder, para hacerle un doblaje imposible a Cerati. A continuación, la llegada de Deborah de Corral, voz en Casa: «Deborah… Luz», dijo Gustavo. ¿Una indicación? ¿Una confesión? Y cayó el telón para un respiro.
Cuando pasó el temblor (epa) de zapatos contra el suelo, la banda volvió a escena para el cierre. Entonces, el espíritu de los 80 se corporizó en la figura darkie de Richard Coleman: porte y actitud tremenda, para llevarse una ovación nostálgica. «A un millón de años luz», cantaron entusiasmados con Cerati, reflejando en cinco potentes minutos, dos décadas de rock.