Hilda Lizarazu presentó «Gabinete de curiosidades», su primer álbum solista, en La Trastienda. La crónica de Mauro Apicella, para La Nación.
La canción «Uriel (de San Telmo a Salsipuedes)» dice: «Se fue a vivir a Salsipuedes/hace unos años atrás/ […] Y la distancia no le afecta en nada /con el paisaje en los ojos no se puede aburrir». También cuenta que los sentidos se aguzaron, que se enamoró, que la siesta, Lola y un bebé son buenas medicinas; que compró hierbas para tomar el té, que transformó la oficina en una cabaña y que a la ciudad la prefiere lejos, si fuera posible, en postales.
Palabras más, palabras menos, y con algunos cambios de género y nombres, ésta podría ser la historia de Hilda Lizarazu. Lo que no se cuenta aquí es lo que vino después. El regreso de Salsipuedes para hacer honor a la verdad, la crónica real debería decir «de Sinsacate, Córdoba, a Palermo».
Pero habrá otra canción, «Microclima», que se encargará de contar el resto apenas con una frase: «Yo sigo siendo la misma». Porque más allá de las idas y venidas, sobre el escenario fue la misma cantante de pop nacional, con un poco de rock y, ahora, también con un par de condimentos. Sí, es Hilda Lizarazu, quien fue la voz del grupo Man Ray durante más de una década y la que anteayer llenó La Trastienda con público, caras conocidas del rock vernáculo y amigos, para la presentación de «Gabinete de curiosidades», su primer disco en solitario.
Sólo hay que agregar que así como los años no vienen solos, cuando hay música de por medio el tiempo también da la oportunidad de hacerla madurar para compartirla.
Hay, sin duda, cosas para contar del periplo que la llevó y la trajo de la ciudad al campo. Por eso escribió «Primera flor», dedicada a su hija, o «Camino Real». Y no habló allí de épocas virreinales con hechos y leyendas que transcurrieron por ese sendero que unía al Río de la Plata con el Alto Perú, ni del asesinato en Barranca Yaco de un famoso caudillo riojano. Fueron, en cambio, experiencias personales sobre el sonido de un trompe mapuche y bases programadas que utilizó para abrir el show.
Pero hay una Lizarazu más al natural que es la que se escucha en las canciones pop, en las nuevas o en un hit como «Sola en los bares», del que supo echar mano al promediar el recital. También cuando rockeó un poco más, al final de la presentación, incluso con un cover de «La reina de la canción».
En las composiciones que escribió para este disco no aparecen estrofas que se destaquen. En general, los versos son modestos.
Lo diferente, quizá lo más interesante, aparece en «Esperanza de fútbol». No sólo por el cambio de instrumentación que presentó en vivo respecto de disco, sino también por el contenido del tema. Esconde algunas cosas, dice muchas más con ironías o frases explícitas y termina de tomar forma en la voz de Lizarazu, que suena más visceral que en el resto de sus canciones (sin excluir los temas más rockeros del repertorio).
Buena fue la fórmula que encontró para subir a escena. Una guitarra quedó en sus manos la mayor parte del tiempo para darle un toque de aspereza al grupo. Y su trío de batería, teclados y bajo sonó con ganas y ofreció matices para darles espacio a otros instrumentos (bandoneón, acordeón, guitarra slide) de los músicos invitados. Esos fueron los aderezos de sus canciones. Por esto, y por lo todo anterior, se vislumbra un auspicioso camino como solista.