Y si, hubo otra fiesta en Cosquin Rock: la de la gente.
Ver llegar a «esa horda de chicos malos con sus camperas de cuero», como diría alguna vez Pappo, o «las bandas», como dice el Indio Solari, era un espectáculo digno de admirar, ya que no importaba qué bandera, remera o club de futbol llevaba en el pecho, pero sí lo que cada uno de ellos llevaba dentro suyo, y eso se llama Rock.
Rock: ritmo musical de la década… definición de diccionario. Rock: sentimiento, garra, hambre, frío y locura… definición del alma.
Ganarse el mango es la misión y allá vamos, malabaristas, artesanos, payasos, bandas de rock con Cosquín alternativo. Expertos en tragos de cancha, léase sangría o melón con vino, o entendidos en especialidades tales como «sanguche» de milanesa o súper choripán completo. La idea era conseguir vía legal el mango suficiente para ingresar a los recitales, o simplemente para subsistir estos cuatro días en un lugar tan especial como éste.
Se sabía de cámpings llenos, hoteles repletos y casas alquiladas con anterioridad. Pero no todo terminaba ahí, buenos lugares para dormir son los zaguanes, alguna vez utilizados para otro tipo de menesteres, los canteros, la costa del río, la plaza San Martín o el lugar donde se depositaba la humanidad por encima de su voluntad y amanecía sin saber cómo o por qué.
Cambiar la fisonomía de un lugar no es fácil, pero la gente de rock es especialista en esto y puedo verse gente mayor bailar al ritmo de Bersuit en la puerta de un kiosco o aplaudir un malabar que en otra ocasión hubiera sido reprimido o puteado con ganas.
En fin, todo en paz. Gente y bandas, lugareños y extraños, de Boca y de River, rollingas y punks. Esto sólo lo logra el rock. Sería muy tendencioso que diéramos una opinión propia, ya que somos gente de rock. Pero un cartel puesto por un comerciante de Cosquin lo puede sintetizar todo:
«Felicitaciones público del rock por su comportamiento y los esperamos el próximo año».