El guitarrista adelanta el segundo disco de The Winery Dogs, y habla sobre el DVD que grabó en Tokio. Además, explica las historias detrás de “Cannibals”, y detalla de dónde salieron sus extraños pantalones.
Corría 2013, y The Winery Dogs ya llevaba tres meses de gira. El supergrupo era un éxito total, y su disco debut explotaba en todos los rankings. De repente, una noche en el colectivo, Richie escuchó que tres miembros del staff charlaban sobre Dream Theater y sobre Mike Portnoy.
Kotzen se acercó a ellos y les preguntó: “¿Por qué hablan tanto de esa banda, y qué injerencia tuvo él? ¿Les produjo algo?”. Los tres lo miraron con cara de asombro, pensando: “¿Tocás con él y no tenés idea de eso?”.
El episodio fue parte del típico sentido del humor de Richie. “Me gusta joder a las personas. Cuando estás en la ruta por tanto tiempo es muy fácil aburrirte y perder tu mente, a menos que tengas un poco de estimulación y diversión”.
En este momento la mayor inquietud del músico no son los chistes, sino intentar que la llamada telefónica de esta entrevista no se entrecorte cada dos segundos. “Dame tu mail, así te mando mi usuario de Skype y hablamos por ahí”, dice. Solucionar el inconveniente lleva casi cuarenta minutos –hay días en los que la tecnología puede funcionar muy mal- pero la predisposición de Kotzen es excelente… ¡y termina charlando por casi dos horas!
Una vez que termine la nota, Richie volverá a su principal ocupación: el segundo álbum de The Winery Dogs, que saldrá el 2 de octubre. “Hot Streak” tendrá trece canciones, entre ellas la ya conocida “Oblivion”, y los llevará de gira por los Estados Unidos apenas se estrene. Además, el guitarrista no descarta volver a Sudamérica dentro de poco tiempo.
Una de las primeras fotos que se conocieron del proceso de grabación –a principios de año- los mostraba a los tres sentados en un patio, con las guitarras en mano. “Estábamos en mi casa, juntando ideas, cansados de encerrarnos en el estudio. Cambiar de ambiente o viajar te pueden ayudar para escribir algo distinto. Siempre hablo de inputs y de outputs: las primeras son las experiencias de vida, y a las segundas las creás con tu arte –señala-. Para tener ese flujo constante de outputs, necesitás que haya inputs. Eso significa que hay que salir, vivir y hacer cosas. Es un balance: en ocasiones te sirve escaparte por completo de la música, para recargarte a vos mismo”.
-Solés decir que, para escribir, tenés que estar en total libertad y sin presiones. ¿Pasaste por esa fase para este nuevo disco?
-Es muy raro. Nos habíamos juntado hacía unos meses y habíamos llegado a algunas ideas, pero yo no tenía deseos de hacer nada. De repente, otra noche fui a mi estudio, escuché una cosa y se me ocurrió algo más. Así que llega cuando llega. La clave es ser capaz de identificarlo, y una vez que ves la inspiración, seguirla. Nunca fuerzo nada.
-Calculo que “Hot Streak” fue compuesto más entre los tres, porque en el primero vos habías presentado la mayoría de las canciones.
-Buen punto. Para “The Winery Dogs” (2013) yo venía con muchos temas en proceso, pero ahora trabajé todo en base a las ideas grupales. Empezábamos algo colectivamente, y luego yo lo tomaba y lo terminaba. Eso es porque soy quien canta, y tengo que tener melodías y letras con las que me vincule. Pero sí, estás en lo correcto: esta vez fue más emocionante, porque teníamos unas quince ideas que vinieron de juntarnos en la misma sala. Así que fue hecho de manera más grupal.
-Y esos temas del primer disco, ¿los hubieras lanzado como solista si no hubieran aparecido Portnoy y Sheehan?
-Sí, cien por ciento seguro. Es hacia donde me estaba encaminando musicalmente, así que en algún punto hubieran terminado en otro álbum mío.
-¿Hot Streak continúa con el concepto y con el sonido del primero?
-El concepto realmente no existe, y el sonido se da por la manera en la que tocamos juntos, así que nunca hubo una discusión o conversación sobre eso. La forma en la que este disco quedó estuvo guiada por las canciones, el único determinante fueron las melodías y los cambios de acordes. Los tres somos los mismos y aún tocamos igual. Si armábamos un mapa definiendo qué podíamos hacer y qué esperábamos de nuestro trabajo, nos poníamos limitaciones y nos exponíamos al fallo.
MEN FROM TOKYO
-Las bandas suelen grabar los shows una vez que las giras ya están avanzadas, pero ustedes filmaron “Unleashed in Japan” (2014) en uno de los primeros conciertos de su historia. ¿Cómo te sentís ahora al verlo?
-Creo que quedó muy bien, no importaba si era el primero o el último. Tocamos en forma y no veo nada malo. Si alguien no hubiera conocido al grupo, imagino que no se hubiera dado cuenta. Pero coincido en que grabar tu debut es una propuesta peligrosa (risas). Desde ese concierto hasta el último crecimos extensamente, y por eso la próxima vez que hagamos un DVD debería ser en una fase más avanzada del tour. Me gustaría ver ese contraste desde donde empezamos y hasta donde llegamos.
-En una parte del concierto te confundiste y tocaste la intro de “Elevate” en lugar de “Six Feet Deeper”. Fue bastante honesto que lo hayan mantenido.
-Bueno… esas cosas pasan (risas). Y también es el resultado de grabar uno de tus primeros recitales (más risas).
– Portnoy contó en una entrevista con Rock.com.ar que había una diferencia increíble entre la audiencia japonesa y la argentina. ¿Sentís lo mismo?
-Te digo algo: el año pasado hice una gira solista por todos lados. Estuve en los Estados Unidos, en Europa, en Sudamérica y en Japón. ¡Y son muy distintos! La Argentina está bien arriba en la lista de los lugares en los que me gusta tocar, diría que en el top tres. El público responde perfectamente, y sobre el escenario te retroalimentás de esa energía. Al margen de que amemos nuestra música, hacemos lo mismo todas las noches. Así que para mantenernos frescos dependemos de la conexión con los fans. Amo Japón y es grandioso, pero en San Pablo o en Buenos Aires la audiencia grita cada frase, mientras que en Tokio es al revés. Están sentados mirando y disfrutando, y su respuesta llega más tarde. Si no estás acostumbrado, puede ser muy extraño. Pero por otro lado, también filmamos uno de mis últimos shows solistas en Japón y habrá un DVD –que saldrá el 23 de septiembre y que simplemente se llamará Live-. La audiencia era tan tranquila que la banda entró en una nube, particularmente en los solos. Algunos me salieron de una manera bastante única y diferente de lo que había hecho antes.
¿WORKAHOLIC?
Después de más de veinte discos como solista, este año el guitarrista lanzó “Cannibals” (2015), un álbum con varias canciones armadas en base a grabaciones inéditas de Kotzen.
-Dos ejemplos de temas “reciclados” fueron “Come on Free” y “Time for the Payment”. ¿Por qué no las tocaste de nuevo en el estudio?
-Para mí se trata de momentos, así que cuando escucho cosas que suenan especiales, me doy cuenta de que hay algo valioso. Si ya funciona, no hace falta rehacerlo. Por ejemplo, cuando escuché “Time…” me di cuenta de que no había forma de que la cantara mejor que hacía unos años. Así que decidí tomarla y completarla. Algunas otras, como “In an Instant”, se basaron en temas anteriores. La primera versión me sonaba inconclusa. Estaba grabada y terminada, pero no me gustaba del todo. Así que la retrabajé, y salió algo fresco. Resultó siendo una de mis favoritas del álbum.
-Lo loco de la canción “Cannibals” fue que la compusiste en un restaurante. Tuviste la idea, corriste a tu teléfono y la grabaste. ¿Te pasa seguido?
-¡Todo el tiempo! Es divertido, porque nunca sabés cuándo va a llegar la inspiración. Como todo, tenés que estar dispuesto a actuar. Lo mismo ocurrió con el estribillo de “The Enemy”: estaba fuera de mi casa, se me vino la melodía a la cabeza y me apuré para guardarla. Incluso me ocurrió cinco o seis veces estando dormido, pero fui tan vago que no me desperté para escribirlas (risas). Así que perdí todas esas potenciales canciones. Estaba tan cansado de las giras que decidí quedarme en la cama.
-Tocás tu Telecaster desde hace unos diez años. ¿Estuvo en todos los temas de este disco, incluyendo las grabaciones viejas?
-No, porque algunos eran de antes, entonces se hicieron con otros modelos. “Cannibals” fue esa guitarra al 100%; pero si escuchás “In an Instant”, la viola de la intro y del pre-estribillo fue una Stratocaster, y una Telecaster la de la rítmica del verso y la del solo. Así que el álbum fue una combinación entre esas dos guitarras.
-A “You” la había hecho tu hija con el piano. ¿También mantuviste esa toma?
-Sí, era la grabación original de hacía cuatro años. August estaba tocando esa idea repetidamente, y cuando le pregunté qué era me contó que la había escrito ella. Así que le dije “grabémosla, antes de que te la olvides”. Ahí puse micrófonos y la tocó como siete minutos, una y otra vez.
-“I’m all in” tiene a Doug Pinnick, de King’s X. ¿Cómo te diste cuenta de que debías llamarlo a él?
-Estaba en el patio de la casa de mi amigo Jerry Cantrell –guitarrista de Alice in Chains-, cerca de la pileta. Doug llegó y elogió mi trabajo con The Winery Dogs, y dijimos que sería divertido hacer algo juntos. Esa noche volví a mi casa y trabajé en una canción, y pensé que él encajaría. Así que luego fue y grabó las voces. Creo que le agregó un montón al tema, y fue muy divertido.
LA RESPUESTA AL INTERROGANTE…
Los pantalones de Richie Kotzen –conocidos como “harem pants”- son atípicos. Desde hace unos años, es común verlo al guitarrista con esas prendas sueltas y bohemias. “Amo tocar, pero odio viajar. Esa es la razón real por la que los uso”, dice el guitarrista cuando se le consulta sobre el tema.
“Un fanático mío, Antonio Barragan, diseñó lo que usé en los últimos tiempos. Por años fantaseé con encontrar ropa que pudiera usar en el escenario, en el avión y con la que pudiera dormir. Creo que la encontré –agrega-. No hay nada que odie más que hurgar en una valija y llevar diferentes cosas para cada ocasión. Tengo algunos ‘uniformes’ con los que puedo vivir, y es divertido porque cuando llega el final de la gira ya los usé tanto que pueden pararse y caminar por sí mismos (risas)”.
-Corre el rumor de que una vez estabas tocando en California un poco borracho, y como te olvidaste la letra de “Remember”, hiciste una sesión de preguntas y respuestas con el público. ¿Es real?
-Dios, fue uno de mis peores momentos en el escenario. Fue un lío. El primer set estuvo genial y todo fue muy bueno, pero para el segundo tuve un colapso mental autoinducido. La lección es que podés caminar con el diablo todo lo que quieras, pero cuando cruzás el puente se termina todo. Y esa noche ocurrió.
-¿Hace cuántos años fue?
-¿En 2014? (carcajadas).
-¿Hay algún video?
-Espero que no.
-Hay virtuosos que no pueden componer un solo tema con pasta de hit, pero vos combinás la técnica con los estribillos gancheros, como en “24 Hours”. ¿Cómo lo lográs?
-Mi punto inicial para todo es la canción en sí, y la gente se conecta con eso. Si toco algo loco, como en la intro de ese tema, lo oigo como parte de la canción. No escribo a partir del riff: la base ya existe, y lo otro es solo un acompañamiento. Así como un arreglador puede imaginarse los vientos de un segmento, yo oigo esas líneas de guitarras y las ubico en el contexto. Quizás alguien que quiera componer así se meta en problemas, porque haga énfasis en los riffs. Siempre tenés que verlos como algo complementario. Lo principal tiene que ser la canción, sino vas a tener algo sin sentido con lo que nadie podrá conectarse.