Como diría alguna vez Norberto Napolitano, la sexta entrega de 50 discos nacionales en cuarentena no es para los que les gusta ablandar la milanesa. Un especial de grandes guitarras prendidas fuego, en los que están, por supuesto, Pappo, Skay, Cerati y la nueva puta ama: Lula Bertoldi.
«Rock de la mujer perdida», Los Gatos (1970)
Lito Nebbia en voz, guitarra y harmónica; Alfredo Toth en Bajo, Ciro Flogliata en Piano, Oscar Moro (sí, el mismísimo) en batería y el debut de un tal Norberto Pappo Napolitano (de pie, señores) en guitarra líder y coros pusieron todo de cabeza.
Primero, Los Gatos se proponen definir ¿qué es una mujer perdida y qué es un hombre feliz? Así, de una. Arrancan tranca, peleando contra todos los lugares comunes que se te puedan cruzar por la cabeza en la sociedad de 1970.
«Porque marchas, porque mueres / ¿Quién te pagará? / Ropa nueva, alma nueva / Ya se ensuciará / El sol que fue el que te vio nacer, jamás brillará de nuevo para ti», cantaba Lito Nebbia llenando de verdades una sociedad que veía pasar sus días como si fueran eternos.
En el medio hay diálogos tremendos entre el teclado de Ciro y la guitara de Pappo, que son realmente un milagro. Imposible que no te rompa la cabeza en mil pedazos.
Es esencialmente un disco de rock y blues, con obvias referencias anglosajonas, porque estaban creando lo que se conocería como Rock Nacional. Los riffs urgentes como apertura de canciones se siguen utilizando hoy, y el teclado a lo Deep Purple en «Child in time» es una genialidad.
«La mosca y la sopa», Patricio Rey y los Redonditos de Ricota (1991)
En abril de 1991, en las afueras de Obras, ocurriría un hecho que marcó para siempre no solo la historia de la banda, sino a la sociedad argentina en esos años: el asesinato de Walter Bulacio.
El chico había ido a ver a su banda favorita: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, cuando una razzia lo detuvo por averiguación de antecedentes, hecho ilegal porque no había sido solicitado por ningún juez competente. El joven pasó la noche en la comisaria, donde fue golpeado de manera brutal, al punto que falleció a los cinco días a raíz de los traumatismos sufridos por la fuerza policial.
Después de ese hecho, la banda dejó de tocar en vivo por un tiempo y se evocó a la producción de éste disco, en el cual la idea de lo podrido de la sociedad y de los mecanismos de poder sobrevuela cada historia que allí se cuenta.
A la banda clásica conformada por Indio Solari en voz, Skay Beilinson en guitarras y Semilla Bucciarelli en bajo, se agregan Walter Sidotti en batería y percusión; el saxo de Sergio Dawi (préstenle atención a su sonido en todo el disco) y el teclado de Lito Vitale en «Blues de la artilleria».
El disco es un clásico trabajo de rock puro y duro, pero con la literatura ricotera en un momento muy alto. Cada palabra cumple una función urgente y exacta. La cotidianeidad y la metafísica se mezclan constantemente, en mensajes que parecen encriptados, pero que no lo son tanto.
Desde el máximo hit del álbum, «Mi perro dinamita» —que parece una canción más bien superficial, pero habla de un animal que «no mueve el rabo con docilidad» ni siquiera con el amo—, hasta «Fusilados por la Cruz Roja» —donde el Indio grita «En esta vieja cultura frita, vas apartando a golpes tus dolores así, vas a ser el más premiado de la morgue»—, toda canción es un grito de revolución necesario. Porque como dice el Indio en el prólogo: «Ciertos fuegos no se encienden moviendo dos palitos».
«Que sea rock», Riff (1997)
El último disco de la banda completa —Pappo (guitarra principal y voz), Boff Serafine (guitarra rítmica), Vitico (bajo y voz) y Michel Peyronel (batería y voz)— salió en un momento de explosión mediática del Carpo. Había incursionado en la actuación, en una telenovela de la época llamada «Carola Casini» en la que hacía de un mecánico rockero. Es decir: no hacía nada que no fuera ser él mismo. Y lo mismo hace en el disco.
Son 14 canciones con un estilo bien marcado. Rock, hard rock y heavy metal, por algo más de 50 minutos. Acá se va a los bifes. La banda está recontra consolidada y, como los buenos equipos, saben a lo que juegan y juegan a lo que saben.
Un trabajo bien bilardista, que no busca nada que no estés dispuesto a encontrar. Un penal pateado fuerte al medio para asegurar el partido. Un sonido compacto, de guitarras en llamas y la bata precisa. Letras que hablan de sexo, rock, rutas y autos y vuelven a empezar. Es decir, todo lo que los tipos del género quieren escuchar.
Casi sin efectos, ni tecnologías (si pensamos que es contemporáneo a «Sueño Stereo» parecieran de universos distintos), pero los solos gloriosos de guitarra de Napolitano reemplazan cualquier intento de prender la compu para hacer música. Y no fue casualidad que en esos años le dijo a un D.J. de los más conocidos: «Búscate un trabajo honesto, pibe».
«Ahí vamos», Gustavo Cerati (2006)
El 4 de abril del 2006, el ex líder de Soda Stereo nos regala su disco más rockero. Fue el quinto como solista y el penúltimo de su vida. Si bien en Soda, tanto con «Canción animal» como con «Dynamo», había explotado esa faceta rocker de guitarras poderosas y baterías potentes, acá va un paso más allá.
Casi se puede decir que es una obra donde su guitarra es la voz principal, su cantar hace los coros y, como diría la cantante de Eruca Sativa Lula Bertoldi, «aparece una tercera mano que son los efectos que le agrega a su guitarra».
Cerati fue un artista siempre innovador y éste trabajo de 13 canciones no sería la excepción (salvo que «La excepción» sea romper las reglas, como en el track dos). Como nunca en su carrera, el foco estaba bien claro. Después de «11 episodios sinfónicos» y de «Siempre es hoy», había que volar todo por el aire a pura fuerza. Y así lo hizo, demostrando toda su capacidad como guitarrista, pero también su talento creativo para jugar con nuevos efectos y arreglos impensados, que le dan un sonido único.
También hay lugar para las baladas, con genialidades como «Crimen» y «Adiós». Gustavo baja el desamor cuando la atmósfera lo permite, y lo hace mejor que nadie.
En cuanto a las letras, estaba en un momento grandioso. Son poesías que no le escapan ni a la luz («Cuando lo crea oportuno abrir… / abrir un hueco en el futuro, fundir… / fundir mi sueño con el tuyo por fin… / y que por fin seamos uno») ni a las sombras («Hay que cerrar los ojos para poder ver / El diablo no es más que un ángel / con ansias de poder»).
El trabajo fue un éxito desde el primer momento. Disco de Platino desde la preventa en Argentina y México y luego en Colombia y Chile. Su corte difusión, «Crimen», fue elegida como la Mejor Canción Rock del año en los Grammy Latino, y la gira incluyó casi 80 shows por todo el mundo. ¡Y qué nos vuele la sonoridad por aire!.
«Blanco», Eruca Sativa (2012)
El tercer disco del Power Trio cordobés la rompe toda. El rock poderoso y el grunge furioso que los caracteriza se potencian y se consolidan como marca de una madurez innegable. Eruca es (junto a Lisandro Aristimuño) el último sonido nuevo que nos dio el rock nacional y este trabajo es la semilla de algo que en mi opinión recién se está gestando.
La apertura con «Fuera más allá», «Eco» (corte de difusión) y «Desdobla» es pura dinamita. Guitarras distorsionadas, bajo y batería casi siempre al palo, con influencias que van desde Nirvana, Pearl Jam, y Evanencense; hasta Sumo, Divididos y el Cerati más experimental.
Hay partes en las cuales el disco entra en una melancolía cercana a la depresión, como en «El balcón» («lo entendí cuando estaba cayendo») o en «Antes que vuelva a caer»; pero principalmente en una terrible obra de arte llamada «Amor ausente», que es un poco samba, un poco rock, un poco jungle y un poco pop: todo junto y hecho de la forma más hermosa que te podés imaginar.
Otras veces te lleva a una euforia, que dan ganas de romper todo, con reminiscencias a «Cuentos decapitados» de Catupecu, o le hace un pequeño homenaje a Luca Prodan en «Queloquepasa».
Fito Páez regala una participación enorme que le da un vuelo distinto al disco en «Guitarras de cartón». No solo con un piano brillante homenaje a Serú Girán, sino con estribillos y estrofas que demuestran lo cómodo que le queda la rabia. «Solíamos creer en Torres de Babel y grandes héroes y su gloria / Solíamos creer, en violas de cartón, poder manipular el aire / Solíamos creer no concebir dolor y en lo eterno de las cosas y así como creí, también supe engañar con mis mentiras más hermosas», con la garganta raspada, como en el odio sangrante de «Ciudad de pobres corazones», Eruca nos devuelve a ese Fito que (como nuestros demonios) amamos y tememos en partes iguales.
Además de su capacidad como guitarrista, la voz de Lula Bertoldi es un repertorio enorme de climas, que lleva a las canciones por distintos caminos sin bajar nunca la intensidad. La compositora le queda tan bien el traje de ángel como el de demonio, y lo sabe. Por momentos se pierde en una simple melodía, por otro pareciera que apenas susurra. A veces rapea y otras veces explota en potencia y rabia.