El pionero de la electrónica, que vendió más de 85 millones de discos y rompió varios Guinness, explica cómo la inteligencia artificial nos ayudaría en el futuro. Además habla de la app que estrenó, su pasión renovada por la música y las fallas de la industria.
La Défense es uno de los barrios más modernos de París. Estamos en julio de 1990, y Jean-Michel Jarre llega para preparar otro de sus conciertos históricos. Hoy, unas dos millones y medio de personas se van a concentrar frente al escenario (y en medio de la ciudad), en lo que será su recital más importante hasta la fecha.
Aunque haya júbilo, una tensión casi eléctrica también se palpa en el ambiente: la policía le explica al compositor que, estadísticamente, por cada un millón personas habría “siete ataques al corazón” y “siete mujeres dando a luz”. Además de eso, las fuerzas de seguridad anticipan un nivel alto de peleas y violencia. Después de todo, no es común que tanta gente se agolpe en el mismo lugar.
Pero la mañana siguiente al concierto, el Jefe de Policía lo llama a Jarre y le dice: “Perdoná que te moleste, pero quería contarte que la canción que pusiste antes y después del recital calmó al público. Deberíamos usarla en todos los eventos de acá en más, porque no hubo problemas y todos se fueron con paz”. El poder de la música había entrado en acción.
La pieza en cuestión era “Waiting For Cousteau” (1990). Para componerla, Jarre se había encerrado un fin de semana completo en su estudio, sin dormir, con la intención de que no se repitiera ni una nota en los 75 minutos que duraba. Luego, por razones lógicas, fue acortada. Sin buscarlo, el francés había creado una obra con un efecto inusitado, casi celestial.
Ahora, treinta años después y desde su estudio en París, el compositor dice: “Todavía no sé cómo funciona el mundo de las canciones, es muy misterioso. Cuando hago música, ignoro cómo va a salir. Pero lo que sucedió es cierto, y desde entonces, pongo ‘Waiting…’ antes de cada concierto que doy. Transmite una serenidad y una paz que no puedo explicar”.
Las palabras de Jarre suenan modestas, considerando que su Currículum Vitae debería escribirse en varias carpetas: tiene más de medio siglo en la música y supera los 25 discos de estudio (con “Oxygène”, de 1976; y “Équinoxe”, de 1978, como éxitos fundamentales).
A eso se le suman cuatro Récords Guinness (por sus multitudinarios recitales, incluyendo uno con 3.5 millones de personas en Moscú) y hasta un asteroide en su honor (el “4422 Jarre”).
Aunque podríamos continuar casi eternamente: desde 1993 es embajador de la Unesco, recibió doctorados Honoris Causa en universidades y es el presidente de la Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores (CISAC). Nada mal para un músico que había empezado a hacer canciones en un estudio construído en su cocina.
Por eso, si él mismo no puede explicar los misterios de la música, nos confirma algo: que el arte es una fuerza etérea -y a veces incontrolable- que escapa a nuestra lógica.
Al margen, Jarre siempre trató de que sus enormes conciertos fueran inmersivos y no se destacaran sólo en lo sonoro. En 2020, por ejemplo, espera que se estrene una película que VICE hizo sobre él y su show en las ruinas arqueológicas de Al-Ula, Arabia Saudita, en marzo. El francés dice que la inspiración fue tanta, que hasta escribió un tema (“Azimuth”) en honor a la experiencia.
-¿Creés que la atmósfera de semejantes lugares modifica, de alguna forma, la música que estás tocando?
-Sí, cada movimiento que hacés cambia algo. Es la belleza de la vida, y claro que cuando doy un concierto en las Pirámides de Egipto o en Arabia Saudita me transforma a mí, pero también espero que ayude a reformar el ambiente. Pongo un ejemplo: para llegar a mi estudio paso por el centro de París y los barrios modernos, porque me quedan de camino. Y al haber dado aquel recital del que hablábamos en La Défense, en 1990, nunca voy a sentir la atmósfera de la misma manera. Así que el campo magnético de cualquier lugar me afecta a mí y a todos los que participan. Tocar en Arabia Saudita fue muy especial y movilizante, y la idea también era darle a las mujeres el acceso a la música y a la cultura. Fue lo más importante.
-También te preocupa el efecto de los gases invernadero de semejantes conciertos. ¿Qué alternativas son las más viables para contrarrestarlo?
-Creo que es fundamental que todos los artistas lo consideren… (se interrumpe). Bah, todas las personas. Hay que ser lo más “light” posible en cuanto a la contaminación, así que me puse a ver cuidadosamente qué hacer desde ahora para compensar la huella de carbono. Y es una pregunta compleja, porque no se trata solamente de plantar árboles: a veces no se soluciona así. Probablemente el remedio sería más “global”, ¿sabés? Como ayudar a ONGs para que creen fuentes de agua, o incluso a restaurar un lugar. Desde ahora, voy a intentar compensar esa polución con gestos positivos.
COLONIZANDO OTROS MUNDOS
Obviamente, las giras más próximas de Jean-Michel Jarre se suspendieron por la pandemia del coronavirus, así que los planes deberán esperar. Pero al margen de estar encerrado, el músico de 71 años se siente un privilegiado.
“Mandale un saludo a mis amigos argentinos -dice del otro lado del teléfono, con su inglés afrancesado-. Por suerte, mi familia y yo estamos bien. Algunos amigos siguen internados y mal de salud, así que es un momento difícil para todos. Es bastante extraño, porque se divide en dos partes: la pesadilla de los hospitales y la gente en peligro; y el resto viviendo una especie de sueño irreal, en el que todo es raro y abstracto”.
-Justo te iba a preguntar si no sentías que estábamos viviendo en una historia distópica, de esas que imaginabas en tus discos. Hace un par de meses las calles estaban llenas de gente, y ahora los animales caminan por ahí.
-Sí. Pareciera que la ciencia ficción, en donde nada “realmente” existe, se convirtió en la normalidad. Acá hay drones analizando la temperatura de tu cuerpo, y si salís en rojo, te obligan a que vuelvas a tu casa y te aísles. Es una película oscura y apocalíptica, que podría haber sido escrita hace veinte años. Esta mañana, en París, vi a algunos patos y ciervos caminando por los barrios. Es un buen momento para que reflexionemos sobre la condición humana y todos los errores que cometimos. Por ejemplo, acá los ríos ya están transparentes y se ven bien las estrellas, y no pasaba antes. El aire es 60% más puro, también. Los números nos demuestran que nosotros somos la especie negativa del planeta.
-Y justo hace unas semanas publicaste un video que graficaba eso. Como población, ¿qué podríamos aprender de lo que está pasando?
-(Piensa). Creo que a ser más solidarios y fraternales, y también comprender lo materialistas que nos volvimos, adictos al consumo y a conductas enfermizas. Espero que luego de este período, y al menos por un tiempo, vivamos con diferentes valores. No soy muy optimista de que continuemos así, porque creo que vamos a volver a nuestros propios vicios. Pero quizás, por un período, tengamos una “ventana” en la que cambiemos nuestra forma de vivir y de respetar el mundo. Eso espero.
-Sé que eras amigo de Arthur C. Clarke (autor de “2001: Odisea en el Espacio”), y que compartían conceptos. Si la tierra llegara a ser inhabitable, ¿pensás que podríamos irnos a otros planetas?
-Sí, lo veo como es una posibilidad muy seria. Hace unos años también conocí a Stephen Hawking, y él me decía que la única solución para la humanidad era que dejáramos la tierra y nos fuéramos a otro lado, porque íbamos a ser demasiados y las condiciones no iban a permitir que sobreviviéramos. Creo que, justamente, tenemos que usar la tecnología para prepararnos y conquistar otros planetas.
DEL QUIEBRE A LA RESURRECCIÓN
No todos fueron éxitos en la carrera de Jarre. Más allá de que la mayoría de sus discos se recibieron con los brazos abiertos, su carrera también tomó rumbos inciertos. Por ejemplo, el propio francés aún piensa que “Téo & Téa” (2007) fue un error.
El diario británico The Guardian lo calificó apenas con una estrella, luego de haberlo criticado duramente: “Se terminaron los días en los que Jean-Michel Jarre era el pionero prestigioso de los ‘70. Así como sus shows crecieron, también lo hizo su ego; y sus canciones se diluyeron en calidad y cantidad. Incluso considerando eso, el disco es flojísimo (…), y no se le pueden perdonar las melodías infantiles, que suenan casi como a una juguetería de 1979”.
Después del traspié, el músico pasó varios años sin nuevo material de estudio: el silencio era la mejor forma de recomponerse y prepararse para lo que vendría. Así se sucedieron giras, compilados de rarezas y celebraciones (como el aniversario de “Oxygène”).
Hasta que se dio cuenta de que la clave era volver a las raíces. Sentía que necesitaba capturar la historia de la electrónica, abarcando las diversas ramas y períodos, pero con nuevas canciones. Y no iba a hacerlo solo, sino con músicos de todas las épocas. Fue así que grabó “Electronica I: The Time Machine” (2015) y “Electronica II: The Heart of Noise” (2016), con colaboradores como Moby, Pete Townshend, Primal Scream, Air, Pet Shop Boys, The Orb, Edward Snowden y Hans Zimmer. El francés recuperaba su lugar a base de esfuerzo, y las piezas se iban acomodando como en un puzzle.
-Dijiste que esos dos discos renovaron tu fe en la música. ¿En algún momento la habías perdido del todo?
-(Piensa). Sí, claro. Como la mayoría, pasé por momentos muy oscuros en mi vida. Justo lo escribí en mi libro (“Mélancolique Rodéo”), que supongo que va a salir en español a fines de 2020, pero puede posponerse por el virus. Ahí expliqué que tuve momentos duros, especialmente hace diez o quince años, cuando perdí a mis padres. También me había peleado con mi productor (Francis Dreyfus), y fue un momento muy doloroso en lo personal. Estaba deprimido, roto, en un quiebre. Pero lo reutilicé totalmente, y haber trabajado con grandes personas y compartir esa creatividad me ayudó un montón. Es algo que quiero seguir explorando pronto, así como un nuevo disco en vivo… pero todavía no voy a revelar nada (se ríe).
Con las giras de “Electronica”, el compositor llegó por primera vez a la Argentina: tocó en el Luna Park en marzo de 2018, en un show agotado y lleno de luces, efectos especiales y parafernalia. Obviamente -igual que en La Défense en 1990-, lo primero que sonó fue “Waiting for Cousteau”. Luego llegaron sus canciones distópicas, esperanzadoras y a la vez futuristas.
Pero como Jarre es un apasionado por las nuevas tecnologías, hace años que intenta reflejar las dos caras del asunto. “No necesariamente nos va a dar un mundo distópico: la inteligencia artificial puede ser positiva o negativa, dependiendo de nosotros -explica-. En el futuro, nos ayudaría a adaptar nuestros sistemas para mejorar la educación y que comprendiéramos más el planeta. También fue la idea detrás de ‘Équinoxe Infinity’ (2018), mi último disco”.
El álbum fue la secuela de su clásico de 1978, en el que aparecían varios seres observándonos con binoculares. Jarre los había bautizado “The Watchers”, y cuarenta años después, se preguntó qué pensarían de nosotros hoy. Tiene diez temas, con títulos como “Robots Don’t Cry”, “Flying Totems” y “Don’t Look Back”; y se lanzó con dos portadas distintas: una verde y esperanzadora, y otra naranja y apocalíptica. ¿Lo curioso? Que quienes lo compraban no sabían cuál recibirían.
-El disco termina con un “signo de pregunta”, para que el oyente decida qué tipo de futuro va a venir…
-Sí, exacto. Y ese interrogante sobre el mañana no termina nunca: no sabemos qué va a pasar más adelante. Hace unos meses, ¿quién hubiera pensado que una criatura minúscula iba a parar el mundo, la economía y todo? El planeta se paralizó en pocos días, y debería dejarnos claro que no tenemos ningún control sobre el futuro. En ese sentido, la inteligencia artificial nos ayudaría…
-¿Decís que podría predecir una pandemia?
-Sí, y también nos daría una mano para prevenirla. Estoy seguro de que, combinadas, la dedicación humana y las tecnologías nos permitirían anticiparnos a los virus y las catástrofes naturales. No tengo dudas.
-Además te interesan los avatares y los hologramas. ¿Te gustaría que hubiera un “clon” tuyo para dar shows al mismo tiempo y en diferentes lugares?
-No necesariamente para conciertos en simultáneo, pero sí pienso crear un estudio de grabación virtual. Si quisiéramos hacer música juntos, vos en la Argentina y yo desde Francia, nos uniríamos en ese espacio a armar las canciones. Podría ser en tiempo real y abierto al público, que también iría con sus avatares. Estoy muy interesado en eso, esperemos que en los próximos años podamos ver una versión mía así (sonríe).
UNA APP SIN PRINCIPIO NI FIN
Como Presidente de la Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores, Jarre hace hincapié en la relevancia del arte en tiempos de aislamiento. Cree que es una herramienta mágica, de las más importantes que tenemos.
“Hace poco moderé un panel sobre la situación cultural en el mundo, organizado por CISAC y la Unesco. La comida es lo que más compramos estos días, y obvio que vamos al supermercado; pero también consumimos entretenimiento con nuestras laptops, pantallas y smartphones. Lo irónico es que esas plataformas [de streaming y distribución] se están haciendo fortunas a expensas del virus, y a partir del contenido de artistas que luchan para subsistir. El mundo de la cultura está en grave peligro: hay gente que vive de hacer películas o shows, y hoy no tiene plata ni para comer”, dice.
Y subraya: “Vos lo sabés, porque pasa en la Argentina, en el resto de Sudamérica, en África, en Europa… en todos lados. Los gobiernos deberían considerar la música como una prioridad, también luego de la pandemia. Si no hacemos nada, los próximos años van a ser terribles para todos, pero especialmente para los trabajadores de la cultura y su ecosistema. Hay que alentar a los artistas para que peleen por lo mismo, y que vean lo que pueden conseguir ahora. No dentro de un año”.
-¿Y cuál sería el papel de la sociedad? Porque algunos piden que tu nueva app sea gratuita, pero no pasa con una remera o con el trabajo de un mecánico…
-Sí, tenemos que recuperar el valor de la medicina, de la educación y del arte. Como dijiste, pagamos cien dólares por un par de Nike… pero nos indigna gastar diez en un libro, una película o una aplicación. Hay algo mal en la fórmula, y espero que esta realidad nos ayude a entender el valor de la cultura, porque sin ella no somos nada. En los últimos veinte años, el arte se convirtió en algo gratuito. Son pensamientos muy oscuros.
La app mencionada es E?N, una plataforma que genera música de forma ilimitada y aleatoria cada vez que se abre. Fue elaborada por Jarre y su equipo, y salió a fines de 2019. Incluso, el francés invita a que los usuarios suban sus creaciones. Por ejemplo, hay un concurso abiertos de remixes que cierra el 10 de junio, y los ganadores recibirán desde box sets firmados hasta charlas por videollamadas.
-Entonces, ¿qué pasaría con el copyright si alguien creara música con tu app? ¿A quién le pertenecería?
-No veo ningún problema, porque E?N es como mi propio disco. Todos los instrumentos fueron grabados por mí, y lo que hace es reorquestar y mezclar las canciones. Si alguien usa un fragmento del audio, en realidad está remixando mi propio trabajo. Aunque se vaya ordenando de diferentes maneras, sigue siendo mi música. No genera melodías de la nada, sino que se basa en lo que toqué previamente en el estudio. Pero también me interesaría hacer algo más automático, y estoy trabajando con un amigo de Tokio, a ver si juntamos las máquinas con los algoritmos.
Para Jarre, que no se cansa de innovar, el siguiente desafío es girar en base a E?N: las canciones mutarían cada noche, de forma aleatoria, generando un setlist inesperado y diferente. Incluso para él y sus músicos.
“Por un lado es una extraño, porque la app es perfecta para el aislamiento -comenta riéndose-. Es una buena compañía si estás acurrucado en algún lugar y los días pasan muy lentos, porque no sabemos cuánto va a durar la cuarentena. La idea fue crear una pieza musical sin principio ni fin, sino con un montón de posibles comienzos y terminaciones. Es como la vida: crecés con tus padres, sin poder elegir; ni tampoco cambiar el futuro o repetir momentos que ya pasaste. Por ejemplo, esta charla jamás va a volver a ocurrir en el mismo tiempo y espacio. Podremos hacer otra entrevista más adelante o encontrarnos en persona, pero el contexto siempre va a variar. Esa era la inmediatez que quería transmitir con E?N”.
-Antes dijimos que los humanos somos como “prisioneros” de lo virtual. ¿Vos también te ves como uno de esos esclavos?
-Entiendo el punto, pero pienso que la tecnología es neutral, ni buena ni mala. Todo depende de cómo la usamos. Claro que ciertos “personajes” de internet guardaron información que no les correspondía, y se hicieron tan poderosos… que nos convertimos en los clientes de nuestros propios teléfonos y tablets. Todos nosotros. Tenemos que tratar de cambiarlo y de estar al tanto. Por ejemplo, remarco que las grandes plataformas deberían devolverle a los creadores el dinero que generan gracias a ellos y a costa del virus. Porque estamos usando más que nunca esos servicios. Es un ejemplo excelente de cómo la tecnología puede ser buena para unos, y oscura para otros.
-Claro. Y un tema de tu último disco se llama “Machines Are Learning”, en referencia a que replican cada vez más nuestras conductas. Planteándolo a la inversa, ¿qué podríamos aprender nosotros de las máquinas?
-(Piensa y sonríe). Me parece que deberíamos preguntarnos lo siguiente: si los robots espiaran en nuestros corazones, ¿les gustaría lo que ven? Ese es el gran dilema.
Jean-Michel Jarre lanzó E?N a fines de 2019. Se puede descargar para iOS, y pronto estará disponible en otras plataformas. Además, se espera que su libro se traduzca al español en los próximos meses.