La joven y desfachatada banda mendocina tocó por primera vez en Rosario con los locales Gay Gay Guys en la previa del viernes 24 de noviembre.
Simón Poxyran y su séquito son cosa seria, aunque de serios no tengan absolutamente nada. Sin ir más lejos, el viernes, un racimo de millenials, centenials y curiosos que ya peinan canas conocieron una de las propuestas más originales y menos rebuscadas de la escena under actual.
Los Gay Gay Guys fomentaron la sospecha perfecta de que se venía algo bellamente friqui con su estilo post punk flemero que ellos definen como rock villero, un anticipo de los Perras on the Beach, la banda sub-20 cuyana que la descosió en suelo rosarino con su simpleza ante una 500 personas.
Simón, Bruno, Nacho y Fabri son las gracias de los Perras. A quién le importa los apellidos de estos cuatro pibes a los que parece no importarles nada y a la vez tener la cabeza fría de entender todo. Poxyran y sus amigos no anduvieron con vueltas, probaron instrumentos casi al toque de haber cantado y terminado el show de los rosarinos Gay Gay Guys y en un decena de minutos ya estaban quemando las tablas de Pugliese.
Los mocosos divinos de las tierras del buen vino no subieron al escenario sin antes hacer sonar y bailar con la cortina musical de Alf, un personaje que dejó de ser famoso cuando ellos ni siquiera estaban en las gónadas de sus padres. Luego Simón se calzó su criolla repleta de stickers y la fiesta empezó.
«Ahora vamos a tocar una canción que les gusta más a ustedes que a nosotros» y sonó la naif y perfecta «Ramona» que tiene una 500 mil reproducciones en Spotify, otras tantas en YouTube, 750 billones de views en Instagram y quién sabe donde coño más suena en loop constante.
Si bien lo que hace Perras ya se vio, hacía muchísimo -pero muchísimo- que no se observaba por esto lares. Quizás desde Ricky Espinosa o de las gloriosas performances del Pity Alvarez. Pero comparar es literalmente una garcha. Es como decir que Messi es mejor que Maradona o Dybala que Diego Latorre. En fin, no fue una noche singular, y eso se materializó cuando el cuarteto invirtió los roles, Simón fue a la batería, Bruno se cargó el micrófono y allí los mendocinos improvisaron algo en vivo (que seguramente estaba ensayado) y salió de pelos; se podría intuir en los rostros de complicidad de estos pendejos hermosos.
La noche se descontroló cuando varios fanáticos se subieron al escenario y parecía que todo se iba al carajo pero Simón (lejos de ponerse la gorra) contestó con una altura sensacional y los invitó a bajarse para seguir tocando. Y así fue. Le hicieron caso.
Poxyran no chapea con ser el faraón under del rock minita en ningún momento, de hecho invitó a subir a su novia para abrazarla y cantarle prácticamente al oído, también hizo mosh surfeando entre el público y se bajó a cantar con ellos. Los músculos de los patovas de Pugliese temblaban, pero todo salió perfecto, como premeditado, en comunidad, una locura fantástica.
El único disco de los Perras («Chupalapija») sonó entre improvisaciones de freestyle, inéditas como «Municipálida» y un estreno de su nuevo álbum que se llamará «Flor de Cuyo». Aprovecharon para hacer una respetuosa y surfera versión de «La Balsa» de Los Gatos; en suelo rosarino más local imposible. Jugaron con los samplers, Bruno la rompió toda vociferando bien hardcore y se guardaron «Puchos» para el final, el himno adolescente con un riff fenomenal que simplemente habla de caer en la manija de ir a comprar cigarros.
La destreza del escuálido showman Simón Poxyran le da cuerda para rapear con códigos urbanos, samplear lo que se le cante el orto, hacer una pelea de gallos con su amigo Bruno, aludir a lo anímico con la bajonera «Turco X» y hacer canciones adherentes con acordes abiertos. No se guarda nada él ni su ranchada que con suerte promedian los veintipico y los 50 kilogramos en balanza.
Perras on the Beach pasó por Rosario y tachó otro destino en su derrotero de lugares por conocer. Ya tienen en el lomo varios festivales y ni siquiera terminaron el colegio secundario. Aunque a muchos les cueste detectar su estilo y encasillarlos lo mejor es relajarse y verlos, son imperdibles y en Pugliese no fue la excepción.