A 33 años de la muerte del artista que transformó la música argentina para siempre
Rolo Gutierrez es fánatico de Sumo desde que los fue a ver por primera vez a mediados de 1984, en el Stud Free Pub de Belgrano. La banda todavía era una incógnita para él, que solo tenía 15 años. Aquella noche estaba en el público, esperando que empezara el show, cuando apareció un pelado que le comenzó a hablar.
-¿Qué haces acá siendo tan chico?
-Vine a ver una banda que se llama Sumo. El cantante canta en inglés y parecen una banda de afuera, respondió Rolo.
-¿Ah sí? ¿Y está buena la banda, che?
-No sé.
-¿Leíste a Borges?
-No.
-Ah, ¿Sos argentino y no leíste a Borges? ¿Por qué no te vas a tu casa y te cultivas? ¡Fucking men!
“Le pregunté a mi amigo quién era ese pelado rechoncho y me contestó: ‘Ya vas a ver quién es…’ Cuando salieron a tocar, vi que era el cantante. Lo primero que le escuché en vivo fue: ‘Devolveme los anteojos, hijo de puta‘. Un flaco que estaba adelante le había sacado los anteojos: ‘No, no te devuelvo nada’. Arrancaron a tocar y fue como despegarse 2 metros del piso. Una cosa increíble la potencia que tenían: sentías que te tocaban la espalda. Yo me di vuelta varias veces, había 60 ó 70 personas como mucho, pero varios se daban vuelta como yo. Fue arrollador. Cuando terminó el primer tema, aplaudí… y no aplaudió nadie más. Yo no entendía nada. El cantante no se identificaba como tal, me había mandado a estudiar a mi casa, no me dijo que le compre un disco, no tenían un disco oficial… Una cosa muy extraña, fue como una especie de objeto volador no identificado aterrizado ahí. Luca cantaba como se levantaba de la cama: si estaba de buen humor, de mal humor, él reflejaba todo. Era una invitación a caminar por la cornisa, te llevaba por ese lado, pero siempre sabiendo que si alguno iba a caer por esa cornisa, era él”.
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Mario Prodan era hijo de un capitán de una acorazada del Imperio Austrohúngaro. Pasó la Primera Guerra Mundial en China, donde conoció a Cecilia, su futura esposa. Diez años antes del nacimiento de Luca, las dos hijas mayores y sus padres habían pasado 18 meses prisioneros de los japoneses en el campo de concentración Wei-Hsien, junto a cuatro mil personas de distintas nacionalidades. Después de eso, la familia escapó a Italia.
El 17 de mayo de 1953, su madre estaba viendo una obra en el Teatro de la Ópera en Roma, Italia, cuando rompió bolsa. Tuvo que trasladarse al Hospital Salvador Mundi, donde nació Luca George Prodan. Hijo de Mario Prodan, nacido en el Imperio Austrohúngaro y de Cecilia Pollock, nacida en China. Fue el tercero de cuatro hermanos después de Claudia y Michela. Tiempo después llegaría el último varón, Andrea.
A sus 11 años a Luca lo enviaron al Gordonstoun School, en Escocia. En las cartas que se enviaba con su familia le pedía por favor que lo dejaran regresar, junto a su infaltable dibujo de la bota de Italia: “Siempre sintió que se lo habían sacado de encima. Le hubiese gustado ir a un colegio más normal y no a semejante institución”, cuenta Mirta Bogdasarian, una gran amiga de Luca.
Era un colegio de clase alta, con modalidad de internado, donde también iba el Príncipe Carlos de Inglaterra: “Ellos vivían en un clima más benigno y lo mandaron a uno de los lugares más fríos de Europa. No era una familia rica, pero sí de muy buen pasar, y quedaba bien mandar a tu hijo a donde iban hijos de diplomáticos”, explica Oscar Jalil, autor del libro “Luca Prodan: libertad divino tesoro”.
No era muy común que en Gordonstoun los profesores le pegaran a sus alumnos, pero él no obedecía las órdenes y en un trimestre había recibido tres latigazos. Eran pocas las veces que podía volver a casa: “Pasaba los veranos en Tarquinia, una villa etrusca cerca de Roma. Los demás chicos eran de clase baja y cada vez que llegaba revolucionaba a todos los pibes del lugar. Era el que iniciaba o el que traía un porro, tenía características de líder desde muy chico”, dice Jalil.
La escuela pretendía que todos pudieran dar lo mejor de sí mismos en actividades artísticas, deportivas o referidas a la ciencia. Luca se destacaba en el avistaje de pájaros y dibujaba muy bien. En ese instituto conoció al amigo que le cambiaría su vida: Timmy McKern, un argentino de familia escocesa. Encontraron entre ambos una alianza, eran los extranjeros que se sentían marginados.
En 1970, a sólo un año de terminar sus estudios, decidió abandonar el colegio. Recorrió Europa hasta llegar a Roma, mientras su familia mandaba a la Interpol en busca de él. En la calle que vivía su amigo Claudio Carbone ocurrió el reencuentro: mientras su madre chocaba el auto contra un árbol, veía cómo la policía detenía a Luca por ir de a dos en una moto.
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Los siguientes años los pasó en Londres. Se ganaba la vida vendiendo discos en un negocio en Marble Arch para la compañía discográfica Virgin, junto a Richard Branson. A muchos les gustaba ir a la tienda porque sabían que trabajaba el tano que con sólo tararear un poco de una canción, ya sabía de cuál le estabas hablando. Branson lo echó en algunas ocasiones, pero ante las quejas de los clientes tuvo que volver a contratarlo.
Vivió la explosión musical de Inglaterra en directo: el nacimiento del punk, el new wave y el No Future como mensaje: “Eran finales de los ‘70s y había un contexto britanico de oscuridad no solo en la música, sino también en la calle. Inglaterra tenía una tasa de desempleo muy alta en aquel momento, había huelgas muy profundas. Son pueblos que cuando las cosas están mal, se paran de mano”, comenta Daniel Jiménez, periodista. Durante ese tiempo pudo ver a artistas como Sex Pistols, Joy Division, Pink Floyd, Wire y David Bowie. También formó su primera banda New Clear Heads, con la que llegó a tocar en algunos pubs.
En Londres no sólo intensificó su amor por la música, sino que empezó su adicción a la heroína. La misma que terminó con la vida de su hermana Claudia en 1979, cuando hizo un pacto con su novio para consumir y encerrarse en un auto a inhalar el monóxido de carbono del caño de escape. A días del accidente, Luca casi muere: cayó en un coma también por heroína y los médicos no le veían salvación. Internado y con toda su familia alrededor, despertó.
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Timmy McKern había formado una familia en Córdoba, Argentina: “Lo que lo trajo fue una secuencia muy cinematográfica: una foto que venía en la correspondencia que mantenía con un argentino con el que había estudiado. Vio la foto de él y la familia, en el bucólico paisaje cordobés de Nono, Traslasierra. Luca, por otro lado, estaba en su habitación: lleno de jeringas usadas, de oscuridad, de heroína, de No Future; vio un contraste y se mandó. Fue como una iluminación”, explica José Bellas, periodista musical.
Su hermana Michela no tenía la plata para comprarle un pasaje, pero su novio se ofreció a ayudarla para que Luca pudiera comenzar una nueva vida. Así dejó todo lo que tenía y voló hacia Argentina, a casi 12 mil kilómetros de distancia. En 1980, mientras Videla ejercía su cuarto año como presidente de facto, Timmy recibía a Luca. El país estaba atravesado por una dictadura y aún no habían llegado las influencias de bandas como Pink Floyd, The Cure o Magazine: “Tenías un García que estaba con la pretensión más jazzera, junto a Serú Girán y un Spinetta que estaba desarmando lo que había sido Invisible, para armar Jade. El pop todavía no había nacido: no teníamos Soda, Twist, ni Virus, las bandas estaban cocinándose. Él debe haber visto un panorama que era óptimo para crear un concepto musical que aquí no existía”, cuenta Jimenez.
La primera canción que escribió en Argentina fue “Winter in the Sierras”, hecha el primer día que estuvo en su cuartito de Córdoba. Un año después comenzó las grabaciones de lo que terminó siendo uno de sus álbumes póstumos, “Time, Fate, Love”: “Si uno escucha las primeras grabaciones en Argentina y de ‘Perdedores Hermosos’, encuentra un cantautor folk que podía tocar una versión de Canned Heat y canciones propias con una belleza pastoral muy alta, pero tambien tenia esa intensidad punk, esa urgencia, esa especie de noción que tenía que hacerlo todo rápido. El ‘No sé lo que quiero, pero lo quiero ya’. De alguien que sabe que su vida va a ser corta”, asegura Pablo Plotkin, periodista y escritor.
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Si bien la banda ya había hecho alguna presentación para familiares y amigos en la casa del manager de Sumo, Timmy McKern, el debut oficial de la banda fue una noche de verano durante febrero de 1982, en la discoteca Caroline’s Pub, en El Palomar. Aquél show lo presenciaron no más de 30 personas, pero entre ellas se encontraba Jorge Crespo, el futuro road manager de la banda.
En cada nota que daba para los medios, Luca aprovechaba para dar su opinión acerca de los artistas del momento. Solía criticar a Charly García, Spinetta y bandas como Virus o Soda Stereo: “Tenía que ver con una matriz cultural, venía de esa Londres explosiva y punk. Por ahí encontraba en una buena cantidad de bandas y solistas cierto resabio de la formación hippie. Creo que también era un juego, con cierta altanería del extranjero y del que venía a cambiar las cosas, sin pedir demasiado permiso”, comenta Plotkin. Por otro lado, disfrutaba de escuchar a músicos como Manal, Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui.
La banda pudo acomodarse recién para 1985, cuando lanzaron su primer álbum, “Divididos por la felicidad”, pero eran muy pocos los que iban a verlos: “Un italiano que cantaba en inglés y preguntaba: ‘¿Quién es Pappo?’, era un poco invasivo”, explica Jimenez.
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Le gustaba andar por Hurlingham, por El Palomar y por San Telmo. “Él decía: ‘¿Sos callejero vos? ¡Bancatela!’. Tenía ese gusto por estar con la gente real, con la que toma ginebra en la esquina”, explica Jimenez.
De los argentinos le gustaba que cualquiera se diera abrazos con el otro. En su familia, en cambio, no había afecto, no se abrazaban ni se besaban: “Sus padres eran muy rígidos con el cuidado, la disciplina, el estudio y creo que le jodió eso, que sus padres fueran un poco snobs. Por eso jodía tanto con los que tienen plata, le molestaban algunas cuestiones de la clase alta”, analiza Jalil.
Solía también pasarse por el Parakultural, el centro artístico que frecuentaban artistas como Carlos Belloso y Verónica Llinás: “Era una especie de semisótano, bajabas unas escaleritas y ahí confluía toda una movida artística bastante particular. Un día estaba en la barra tomando algo cuando cayó él. Nos pusimos a hablar y, de pronto, apareció una chica que lo miró y le dijo: ‘¡Ay, sos pelado!’. Él la miraba sorprendido. Cuando ella se fue, Luca me dijo: ‘ésta es la rubia tarada’. A ella le sorprendió que él fuera pelado, no era como ahora… que todos son pelados”, recuerda Juan Acosta, actor y cercano a Ricardo Mollo.
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La idea de una urgente desintoxicación de heroína que lo había traído a Argentina estaba siendo reemplazada: “Desayunaba con ginebra”, cuenta Bogdasarian, amiga de Luca.
-¿Qué era lo que más te gustaba de él?
-Era muy conversador, tenía mucha escucha. Podías estar horas hablando con él: de plantas, de sentimientos, de la muerte. Alguien muy profundo en su conversación, muy sensible.
-¿Y lo que menos te gustaba?
-Era medio mentiroso, en eso influía bastante el alcohol. Si bien yo tenía muy claro que no tenía ningún derecho a exigir una fidelidad, porque no era el vínculo así, era algo que me hacía ruido y lo aceptaba.
Mirta Bogdasarian todavía iba a la escuela cuando conoció a Luca. Trabajaba en un negocio de tapados de piel dentro de una galería en El Palomar. Luca vivía cerca de allí, en la casa de Jorge Crespo. Paseaba por el barrio en los descansos que tenían durante los ensayos. Fue en una de esas ocasiones cuando visitó la galería donde trabajaba su futura amiga: “Era gracioso porque venían las viejas a probarse tapados y él estaba ahí sentado. Era rara la combinación”.
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En 1986 llegaría el segundo disco de Sumo, hecho junto a Mario Breuer, quien fue el encargado de la grabación y mezcla de “Llegando los monos”: “Venía al estudio todos los días, pero él llegaba y se iba atrás al estudio. Ni siquiera entraba a la sala de control, donde está la consola y todos los equipos. Saludaba y decía: ‘Hola locos, ¿Cómo les va?’. Se quedaba ahí todo el tiempo. Cuando le pregunté por qué, me dijo: ‘¿Sabes qué pasa, Mario? Empiezan a hablar de técnica, de la mezcla y yo de eso, no entiendo nada’. Él prefería estar ahí. Se llevaba sus propios auriculares. Cuando había que tomar una decisión, iba Diego Arnedo y Ricardo Mollo y hablaban con el pelado y le decían: ‘Che, mirá, nos gusta, ¿A vos te gustó más la toma 2 ó la 3?’. Se quedaba toda la sesión muy tranquilo, un tipo muy relajado”.
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En 1987 se lanzaba el tercer álbum de Sumo, “After chabon”, el favorito de Prodan. Presentado en octubre en un Obras con 4000 personas. Tiempo atrás, Luca había vivido en Hurlingham, allí solía visitarlo su amiga Bogdasarian. Una de esas veces, él le había dicho que quedaba poco tiempo, pero que más adelante se volverían a encontrar.
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Néstor Nardella tenía 18 años cuando le realizó la segunda y última entrevista a Luca Prodan. La anterior ocasión había sido en junio, en la que había adelantado: “Yo me voy a morir dentro de poco, que va a ser muy bueno para los diarios. Van a poder poner una notita con la crucecita negra. Los otros no sé qué van a hacer”. El periodista mendocino había sido invitado después de la nota a un show, esa misma noche en Cemento. Néstor le había dicho que no tenía plata, pero el músico se encargaría de hacerlo pasar entre el montón de gente.
Habían pasado varios meses, Nardella lo notaba más flaco, pero estaba de buen humor. Incluso, le había grabado unos nuevos separadores para su programa de radio, “El reporter del Sol”: “Me decía: ‘El botiquín extinguido, pero antes de que se extinga, no olvides mirarte al espejo’, ‘El reporter del Sol es un buen programa’. Lo que yo le pedía el tipo lo hacía. Yo pensaba que iba a cumplir el sueño de ir a Brasil junto a Sumo”.
-¿Cómo era su habitación?
-La habitación tenía un catre con un colchón, su botella de ginebra y sus cigarrillos Chesterfield largos, que cortaba por la mitad, fumaba la parte del tabaco, dejaba el filtro y lo tiraba.
Luca vestía un jogging gris, una musculosa negra estampada, unas ojotas y tenía los lentes sobre su pelada. Mientras apoyaba su cabeza sonriente sobre un florero roto, le daba luz a la que sería su última foto en vida, junto a Nestor Nardella, el 17 de diciembre de 1987.
La madrugada del 22 de diciembre de 1987 sufrió un paro cardíaco, causado por una cirrosis hepática en la casa de Alsina 451, San Telmo. Jiménez cuenta: “Se sentía cómodo en esa zona. Le hacía acordar a Roma, porque podía ver la iglesia desde arriba. Él necesitaba pocas cosas”. Luca vivía en la parte de abajo, pero murió en el cuarto de arriba, en una habitación de solamente tres metros por dos cincuenta.