Una hormiga avanza, levanta y busca su destino
Como respuesta a la salida de uno de sus frontmen, el multiinstrumentista y cantante Eduardo Schmidt, Arbol eligió para su cuarto disco of1cial un título que alude a la fuerza de grupo. Hormigas presenta un sonido mucho más compacto y homogéneo, como si hubieran necesitado reforzar la idea de que una banda de rock es un equipo, por encima de destaques individuales. Si a esto le agregamos la incorporación del “maestro Yoda” Fernando Ulloa (“el psicólogo de Les Luthiers”), en “reemplazo” del productor artístico Gustavo Santaolalla, casi podríamos decir que Hormigas es un trabajo conceptual.
El enérgico “Soy vos” abre el disco y parece la versión rockera del documental apócrifo de Woody Allen sobre el camaleónico Leonard Zelig
(“De pronto juego a ser un gran escritor, y al rato un barrabrava o un doctor. Si hay un conflicto, un abogado yo soy…”). En “No me ofendas” revisitan el tema de los prejuicios, en un planteo dialéctico de opuestos. Pero tal vez sea “Palabras” —tema que acompañó los títulos de la película Filmatron, de Farsa Producciones— el que mejor demuestra, entre reminiscencias a Sumo, cómo se ha endurecido el espíritu lúdico del grupo.
En ese contexto, “Tiquitiquitiqui” recupera el hardcore frenético de los comienzos y remite, en algo, a “El fin de la infancia”, de Café Tacuba. La influencia de Leo Maslíah aparece en “Sobrino” —típica historia de “A conoce a B”, pero con todo el alfabeto— y en “Ronca”, construida sobre un loop de… ¡ronquidos!
Así, entre guiños ochentosos (“Revoloteando” es la oda de un mosquito a su víctima, a puro cliché entre Footloose y The Cure), juegos a capella (“Plata, plata”), arreglos corales (“Mirá vos”, con Los Tipitos) y momentos de alta emotividad (“Memoria”, con Fernando Ruiz Díaz), Arbol cierra el disco con un dilema. En “La mudanza”, la última frase que se escucha es “¿Cuál destino es mi destino?”, y suena coherente para un grupo en proceso de reinvención.