Con un ciclo de fin de semana en El Teatro, la banda presentó un espectáculo sin hits. Estará separada del público porteño por cuatro meses. Se va al exterior, volverá a fin del invierno.
Desde que un político cuyo nombre no vale la pena recordar patentó aquello de «sangre, sudor y lágrimas», la palabra «sudor» perdió buena parte de la nobleza que traía de origen. Entonces, al menos para los habitantes del sur del mundo, suena mejor «transpiración». Convenido esto, al grano: Attaque 77 ya tiene ganado un lugar entre las mejores bandas de la historia del rock argentino porque suena potente, luce compacta en lo estético y por su contenido y sobre todo porque nunca olvidó que para hacer buen rock hay que transpirar la camiseta. Y cómo la transpiran los cuatro Attaque en cada show que afrontan.
El pasado fin de semana, el grupo celebró en El Teatro una serie de conciertos como despedida del público porteño antes de partir para una nueva gira internacional. Y además de comandar una fiesta a pesar de que no cedió a la tentación de repasar hits sino más bien todo lo contrario -claramente fueron conciertos de «lados B»-, dio buenas pistas de cómo ha conseguido interesar a jóvenes de otros puntos del planeta que no tienen ni sufren nuestra historia y ni siquiera hablan español. Attaque convence con su simpleza y su potencia y porque transpira.
El rodaje que consiguió en los años recientes en tantas actuaciones, igual por el interior del país que por el exterior, ha afianzado a la banda de forma notable. Esta formación actual de cuarteto con dos guitarras, ya consolidada desde que Ciro Pertusi se decidió a sumarse como instrumentista -para el anecdotario: suele contar que lo hizo para saber un oficio cuando ya no le dé la garganta para seguir cantando…-, le ha dado una solidez tal que, sin exageración, la pone en pie de igualdad con cualquier buena banda de rock neopunkie del mundo. Por qué no decirlo.
Pero además de la muralla sonora que levanta el grupo con los instrumentos, está lo otro. Lo que dictan el corazón y la cabeza. Ahí, Attaque marca otra diferencia. Porque ser sencillo no quiere decir no tener ideas claras. Un ejemplo: el sábado, el público eufórico coreó, en un breve intermedio entre un tema y otro, aquello de que «el que no salta, es un inglés», acaso todavía conmovido por el reciente vigésimo aniversario del desembarco argentino en las islas Malvinas. Attaque se ha mostrado sensible a ese recuerdo: no por casualidad esa misma noche incluiría luego su emotivo «2 de abril» que habla del retorno de los combatientes de la guerra. Y recogiendo el guante ante el coro nacionalista, Mariano Martínez se acercó al micrófono y dijo: «¿El que no salta es un inglés? ¡Boludez!». Y explicó que tanto allá como acá hay pibes que escuchan rock y que están igualmente sometidos por la política y por el sistema, y que puntualmente a esa altura nada tienen que ver las banderas y las nacionalidades. Esa claridad sin altisonancias, en las antípodas del dedito levantado al que habría recurrido un diputado, no solo acalló el coro sino que inmediatamente despertó una ovación: esa comunión hay entre esta banda y su gente. Y al instante, ya todos de acuerdo, arrancó otro tema.
Attaque 77 está pasando por su mejor momento en el peor momento de la historia argentina reciente. No hay que dar demasiadas vueltas para encontrar una explicación: es un grupo trabajador que se procura trabajo cuando no lo hay a la vista, no tiene pretensiones desmedidas sino que se siente feliz con lo que tiene, y que fundamentalmente tiene buena memoria. En el último tramo de los 80, cuando arrancó su historia, se había propuesto un solo objetivo: no perder la sinceridad. Jamás. Y eso está consiguiendo. El resto son números, livianas especulaciones periodísticas, cartón pintado. Lo principal es que el grupo sigue siendo sincero. Y transpira la remera como la primera noche.